20
Ene

El entierro del abuelo

De poder hacerlo lo hubiese parado, por eso le complací.
Aún recuerdo el día en el que a su buena amiga de letras, Eloisa, aquella con la que se debatía entre el amor y el odio, le dieron tierra. Ya entonces Don Pascual, así le gustaba que le llamáramos, “respeto... ¿dónde iremos a parar?”, decía antes de dispensarnos un coscorrón había perdido el juicio. “Cosas de viejo”, comentaba mi padre.
Sucedió un día de invierno, el cielo gris plomizo y la amenaza de lluvia no eran obstáculo para que el cortejo fúnebre, que trasladaría a Eloisa al cementerio, se retrasase. Aún así, Don Pascual aguantó un par de horas extras frente al domicilio de la finada soportando comentarios soeces y algún que otro cotilleo que caldeaba el ambiente.
Toda la vida se las dio de adelantada —decía una.
¡Uy! Eso no es nada, ¿recuerdas cuando pensó que llegaría a ser una gran poetisa? Pero si no sabía hacer la “o” con un canuto...
Don Pascual contuvo su rabia por educación o tal vez por miedo a que su moral fuera la próxima en ser desnudada. Sacaron el féretro y lo dirigieron al vehículo repleto de coronas y ramos.
Pero, ¡qué falta de respeto! —saltó el abuelo. —Ya le decía a mi padre que los caballos estaban próximos a desaparecer, y por esa vicisitud nada seguiría igual.
Pero Don Pascual, ¿qué dice? Venga hombre, tranquilícese.
No hubo forma de calmarlo. Se mostró irascible y descaradamente ofensivo. Mandó a todos los que se le opusieron a tomar viento, y acercándose hasta el ataúd prometió no morirse ni ser enterrado hasta ver tornar aquellos tiempos en los que el buen gusto estaba en consonancia con al categoría del difunto.
A partir de aquel día se le pudo ver vestido como antaño, como si el tiempo hubiese retrocedido o hibernado desde finales del diecinueve. “Cosas de viejo”, sostenía mi padre que seguía bien de cerca los pasos del abuelo.
Un día el corazón de Don Pascual no aguantó más, se detuvo al tiempo que sus recuerdos.
Sus restos aguardaban en el coche mortuorio la partida. Siempre me cayó bien el anciano por eso le complací. Llegué a tiempo de poder cambiar aquella caja de roble con sus despojos al coche de caballos que, engalanado para una pompa fúnebre como de otros tiempos, recorrió el pueblo ante la admiración de todos.

CRSignes 060207

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