3
Dic

La última cosecha

Los sarmientos ardían bajo la atenta mirada de Josep.
Sabía que en pocas semanas, si el tiempo no se endurecía, vería surgir los brotes de nuevas hojas de sus cepas dormidas.
La jornada terminaba ya. Aguardaría lo justo para ver extinguirse la última de las brasas y, regresaría a su casa al lado de su esposa.
Algunas gotas caídas durante la mañana y el color cada vez más profundo de un cielo a intervalos encapotado, le hacían temer una nueva nevada.
No sería el primer año que los almendros perdían hasta su última flor por el frío.
Caminaba despacio alrededor de la humeante hoguera, cabizbajo y pensativo, mil y una preguntas acudían a su mente. Todas las posibilidades fueron fraguándose para caer juntas en el crisol de su realidad. El año no había sido malo. El calor y una lluvia en su justa medida, favoreció la formación de un fruto grande, jugoso y dulce, extremadamente dulce. El vino joven se había valorado, en una primera cata, como excelente. Sin embargo las ventas habían descendido y las bodegas estaban por encima de las expectativas para aquella fecha del año.
Mientras el fuego se debilitaba, llegó a la conclusión de que el negocio no estaba del todo perdido, pues su preciado jugo, envejecido en las barricas de roble americano, se convertiría en delicioso caldo. Lo pronosticaba como el mejor de los últimos 10 años.
Rebuscó los aperos para no olvidar ninguno. Cargó la mula y antes de apagar el transistor, con el que acompañaba las laboriosas jornadas, dejó que concluyese un viejo tango.
Quiso cerciorarse del fin de la hoguera y la pateó con gusto, el humeante rescoldo se terminó de consumir.
Antes de virar por la agreste cuesta que le llevaría directo hacia su casa, se giró para comprobar que todo quedaba bien. Una bandada de descarados gorriones picoteaba sus pasos.
Por el camino decidió hacer un alto en las cuevas que, desde que aquellas tierras fueran ocupadas por los romanos, habían hecho de bodega. Tenía la suerte de ser propietario de un par de ellas y gracias a ese privilegiado emplazamiento podía sentirse orgullo de producir unos vinos codiciados tanto como admirados.

Descendió por las escalinatas de piedra y, a la luz de un farol, se dejó seducir por la limpidez y el brillo cristalino de la última cosecha.

CRSignes 080206

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