27
Nov

El poder de la palabra

Aquel sábado, en la playa, terminó pacíficamente su jornada. La temperatura comenzó a bajar, su tez palideció por el frío. Jugueteando con la arena fue a cortarse con un objeto de cantos vivos, enterrado. La sangre brotó escandalosa. A punto de levantarse, lo vio brillar. Nunca antes había visto un artilugio tan sorprendente. Aquel aparato, en apariencia mecánico, simulaba una caja vítrea. En casa curó su herida y se dispuso a observarlo mejor. Tenía la forma y el tamaño de un corazón humano; de un tono oscuro, se aclaraba al compás de su bien sincronizada luz, que emitía rítmicos destellos y acompasados silbidos. Imperceptibles cuando se hallaba apagado, unos símbolos, como letras, lo bordeaban por toda su superficie. Las manchas de su sangre impedían por espacios su lectura, así que las eliminó. En ese mismo instante se apagó al completo.
Recordó, que de niño algo extraño relacionado con las palabras le sucedió. Jugaba a fútbol frente al cementerio, el trato, que él hacía de portero. Sus amigos estaban tan entretenidos regateándose los unos a los otros, que se aburría. Fijó su vista en una inscripción grabada en la pared, y la leyó. Fruto de la casualidad o de la lectura, al tiempo que terminaba de interpretarla, desde el interior del cementerio cerrado a esas horas, pudo oír un gemido lastimero que le obligó a poner una excusa y regresar a casa atemorizado.

Había transcurrido cerca de veinte años, pero sus pasos le guiaron firmes hasta allí. Efectivamente, la semejanza no era casual. ¿Qué podía significar?
Apartando sus miedos leyó ambas inscripciones, pero nada sucedió. De regresó a casa decepcionado y sintiéndose ridículo, casi en la puerta del camposanto, vino a caer sobre sus manos un ave que rezumaba sangre. Teñido en rojo, el extraño corazón comenzó de nuevo con su palpitante luz. Una voz interior le conminaba para que se deshiciera de él, pero no lo hizo. Se colocó frente al muro inscrito, y leyó en voz alta. De repente, aquel texto desveló su truco, ordenó sus caracteres, y su cadenciosa letanía tomó forma de invocación que terminaba así:

“… HOC EGO CREO ET CONSECRO TE.
IN NOMINE DEI NOSTRI
SATANAS LUCIFERI EXCELSI.”.

Una fuerza descomunal lanzó su cuerpo al suelo, y el pecho se le abrió dejando escapar su corazón, mientras consumía los últimos latidos.

CRSignes 060408

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