12
Nov

La despedida

Esa era la forma en la que quería ser recordado. Nadie debía verlo después de muerto, salvo los sacerdotes y su madre que prepararían su cuerpo para el sepelio. Deseaba desfilar con orgullo, recorrer la plaza recientemente conquistada y añadida a su imperio, pero los médicos lo instaron ante aquél desatino. Un paseo a caballo, hubiera sido la manera más solemne de representar su último acto público, pero ni fuerza para alzar la voz tenía.

Uno a uno, fueron mostrándole su respeto. Al final del día, cerca de catorce mil personas habían desfilado ante él. Todo su ejército. Media docena de doncellas velaban por su bienestar, pero la alta fiebre que padecía lo hacía imposible. Aún así se mantuvo lúcido. La depresión y la tristeza, se palpaban en el ánimo de la tropa.
En un rincón de la tienda de campaña, se debatía entre llantos y súplicas a los dioses su madre, consternada por la realidad. Herida en lo más profundo de su ser, derrotada en la única cosa que podía dañarla, lo miraba con mayor admiración que sus hombres. Ese no debía haber sido el final. Sus ojos, bañados en lágrimas, intentaban pasar desapercibidos ocultos por la fingida penumbra de unos altares rebosantes en ofrendas. En la distancia, su hijo podía intuir su magna presencia y los rezos, pero no su llanto. Treinta años que lo trajera al mundo; rememoraba las veces que logró arrebatárselo a la muerte, y las tramas urdidas para que alcanzara el poder y satisficieran la ambición de su mente altiva. Entregada a complots con los que facilitarle el triunfo, sacrificó su bienestar por el de él. Juntos, madre e hijo, consumían sus horas en la contemplación de sus logros. La madre iba narrándole una tras otra las conquistas, imperdibles recuerdos que lo ensalzaban como gran estratega, mejor dirigente, y mayor héroe de todos los tiempos. Y una a una, iba enjugando sus lágrimas en la mirada de alegría de un hijo, que abandonaba la vida con orgullo y gloria.

Próximo al pantano en el que aún podían verse los cuerpos inertes de los derrotados, acompañando a las hojas en la alfombrada tierra de otoño, se improvisó el mausoleo. Los cuerpos de aquellos desdichados, fueron inhumados junto al suyo. Mejor destino que desaparecer devorados por las alimañas sería formar parte de la tumba del guerrero. Y allí permanecen, para perpetuar su última batalla.

CRSignes 101105

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