19
Oct

El jazmín, la sensualidad y el recuerdo

Las máquinas arrancaron las matas profundamente arraigadas del arbusto, cubría casi la totalidad de un muro que se extendía tapando las ventanas del patio, es por ello que no tuvieron piedad con él. Mientras el fuego consumía sus ramas ajadas aun floridas, un pensamiento me guió hasta el pasado; recordé a mi abuelo podando con mimo aquel jazmín mientras me contaba cómo y cuándo lo había plantado. Al parecer la abuela, en el mismo instante que alumbraba a mamá, había notado el sutil aroma de los jazmines, por lo que decidieron plantar uno, para que la protegiera. Crecieron a un tiempo, se convirtió en parte de la familia. Como hecatombe hubiera calificado, el abuelo, la hostilidad de aquella acción; incluso cuando el destino quiso que mamá dejara de estar con nosotros, él siguió cuidando aquel arbusto; decía que, mientras su aroma se mantuviera en casa, ella seguiría a nuestro lado.
Crecí flanqueando la infancia, las circunstancias así lo quisieron. La adolescencia me golpeó con fuerza, siempre estaba enamorada; la abuela lo achacaba al influjo del jazmín; para ella, su aroma contribuía a ese estado de ensoñación y calumnia, que hace que nos perdamos en los ojos del amor voluptuoso y variable. Me contó que su hija, mi madre, siempre fue libando de flor en flor como las abejas y que, fue por eso que yo nunca conocí a mi padre.
Pude corroborar la influencia de su perfume un día en el que, castigada por las malas notas, en un descuido del abuelo me colé en su habitación, y allí, al abrigo de sus recuerdos enterrados bajo su cama, encontré pequeños objetos cargados de sensualidad y misterio: el brillo iridiscente de un cristal de roca que me sumergió en la mirada de mamá, años atrás perdida; la suave brisa de unas prendas de gasa, gozosa caricia; un ramillete, consumido en la pena del olvido, con el aroma impregnado de aquellas pequeñas flores, ya estériles, con sus pétalos amarillentos y secos; y, junto a ellos, unas diminutas semillas que guardé.

La tarde se apagó al tiempo que la fogata. Recogí parte de aquellas cenizas y mezclándolas con la tierra removida del costado de la casa, cubrí las semillas que, al fin germinadas, renacen con la fuerza de antaño en espera del aroma penetrante de estas mágica y entrañables flores.

CRSignes 251006

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