El reloj
Con paso indeciso, Blas sobrepasaba los pequeños altares y fijaba su vista en el confesionario que se le presentaba como un obstáculo en lugar de un objeto de redención. Ante la dejadez del cura, testigo mudo de su arrepentimiento, Blas sintió su confesión como un trabalenguas indescifrable por lo que partió velozmente.
Avieso de entendimiento, se dirigió hacia su casa y traspasó la puerta.
De recto proceder, Adela, nunca superó el abandono. Tenía un fuerte carácter, por eso él partió sin el menor aviso, pensó que nunca accedería ante sus suplicas. No se detuvo para comprobarlo.
El paso de las horas no dejaba oírse en el viejo reloj. Blas se acercó para revivirlo y por un momento deseó poder dar comienzo de igual forma a su vida. Un nuevo impulso a una existencia que, si bien fue de su agrado, le resultó vacía en sentimientos.
Una manta, de piel de visón, protegía a Adela del frío de la tarde, el fuego del hogar resultaba escaso. La tranquilidad de su rostro al menos le proporcionó una serena sensación desconocida para él. ¡Cuánto se había perdido!
El sonoro tic-tac la sacó de su ensoñación.
- ¿Sabes que ese es el único recuerdo que me queda de ti Blas? Fue la última tarea que hiciste en la casa, por la cuál me di cuenta de tu ausencia. Desde aquel día ya nunca más funcionó. Me negué a darle cuerda de nuevo.
La miró con alentadora ternura. Deseaba pasar su mano por aquél rostro tatuado por el tiempo, pero se limitó a observarla.
- Siempre creí que en un último gesto de arrepentimiento, como una proeza por tu parte, regresarías a mi y yo, siguiendo la estrategia de años de resentimiento y rencor, te haría sufrir un poco antes de abrir los brazos para arroparte. Pero he perdido ya las fuerzas. Este asco de vida me ha negado hasta el más simple de mis sueños. Ahora mientras el carillón parece no haberse detenido nunca, te siento a mi lado. Donde estés Blas, sé que me amas como yo a ti.
Se recostó junto a ella como el dulce sentimiento en el que se había convertido.
Adela vio caer la tarde arropada al lado de la lumbre, mientras, el reloj dejaba escuchar con su rediviva canción las horas.
CRSignes 240106
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