6
Oct

La prueba

— ¡No valen excusas! Es tan sólo una noche…

Poco faltaba para que a Miguel le saltaran lagrimones.
En su primer verano en el pueblo de sus ancestros, apenas si había conseguido hacer amigos, algo inaudito para un niño de su edad.

— ¡Nueve años! ¿Quién los pillara de nuevo? —Le insistía su tío Fernando mientras le cogía de la mano acercándole hasta los lugares frecuentados por los chavales. No se cansaba de animarlo para que saliera en busca de aventura, pero Miguel no ponía nada de su parte, pareciera como si no se le antojase. Entonces llegó Catalina con sus largas trenzas color trigo y sus ojos verdes, y todo cambió.

—Mira chaval, todos hemos tenido que hacerlo… No te hagas el gallina que lo hacen hasta las chicas.

Se miraban entre sí. Parecían cómplices de una travesura cuya única finalidad consistía en hacer pasar un mal rato al nuevo de turno…Y ese, era Miguel.

— ¡Vale!… No soy ningún gallina… —Tomó aire, no quería que se notara su inquietud, no quería que ella la notase —Pero… se será mejor dejarlo hoooy. En mi casa no saben nada, y se preocuparán…
—Olvídate de eso, no consiste en pasar toda la noche jajajaja… —las risas fueron generalizadas —… era una broma. ¡Anda ve! Dentro de un par de horas regresamos. Pero toma, no serviría de nada sin la consabida espada que velar. Debes demostrar tu procedencia. Ganarte el arma de tu linaje… Además no estarás solo para probar tu valor… ¡Menuda suerte! Recordad, cuando lleguéis, asomad las armas por la ventanita.

Catalina lo tomó de la mano y juntos entraron en el viejo monasterio.

—Me alegra que me haya tocado contigo. Creo que sola no hubiera podido hacerlo.
—Ni yo Catalina… —Ella le miró con cierto aire de idolatría que le dio confianza.

No era fácil llegar, el miedo pesaba en ambos. A cada paso todo era más oscuro. Juntos esgrimieron sus armas para que fueran vistas desde la calle.
¡Dos horas! Dos horas cruzando palabras, miradas, conociéndose.
La misteriosa “linterna de los muertos”, indispensable para demostrar valor y respeto, se convirtió en un lugar lleno de encanto.
A la señal, Catalina y Miguel bajaron orgullosos y felices. Poco les importó haber superado la prueba, desiderata de propósitos olvidada por la emoción, pues cogidos de la mano se alejaron mientras los demás se miraban sin comprender nada.

CRSignes 250905

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