El fin se acerca
Audibles a corta distancia, sus gritos de advertencia pasaban desapercibidos.
Subido en aquel promontorio apenas si era tomado en cuenta. Era como un punto, dentro de la inmensidad del espacio público, rodeado de centenares de miles de personas atentas al transcurrir del preciado tiempo del que disponían.
-¿Otra vez usted? No me obligue a llevarlo ante el juez para que éste tenga que pronunciarse en su contra.
-El fin del mundo se acerca… ¡Escúchenme!
La presencia del oficial parecía no importarle.
-Acompañe. Estoy percibiendo órdenes. Alguien desea recibirlo.
Decidido a expresarse con total sinceridad, se había embarcado en aquella, hasta ahora, infructuosa misión. Ningún medio de comunicación quiso atender su proclama, y las puertas de los organismos oficiales habían permanecido cerradas.
Intentó comenzar una conversación con el oficial que parecía estar al mando.
-Desperté con la desagradable sensación de haber sido testigo de un hecho terrible.
-¿De qué me está hablando?
-Escúcheme, no fue un sueño. Se lo puedo asegurar. Fue tan real que aún oigo los gritos de la gente.
-Deje ese galimatías y tranquilícese.
-Está usted equivocado, sólo busco la salvación. No me harán claudicar.
Se vieron obligados a inmovilizado ya en el recinto de los Ministerios Globales. Al menos, comprendió que alguien le escucharía. Eso le tranquilizó. En aquél despacho no cabían más medios audiovisuales, ni de control, dedujo que estaba en un lugar restringido.
-¿Ve todo esto? Acérquese, no se quede en la puerta. Dentro de unos días se cumple el cuarto milenio del nacimiento de Cristo, no pensará que íbamos a permitir que la gente se dejara arrastrar por su histerismo. Ustedes, los milenaristas, nunca cambiarán. Siempre surgirán melancólicos dementes que, intentando redimir las almas que poblamos este planeta, quieran auto inmolarnos para conseguir la redención.
-Creo que se equivoca conmigo.
-Déjennos solos. No se preocupen de nada. —A su orden todos los hombres de seguridad desaparecieron.
Como si de un amigo íntimo se tratara, lo tomo por el hombro, acercándole a una de las pantallas desde la que se podía ver el firmamento.
-Amigo mío, como puede comprobar el fin está cerca. Lo sabemos. Un inmenso objeto se aproxima hacia la tierra, y no podemos hacer nada para impedirlo. ¿Quién iba a decirnos que en cuatro años de malos augurios milenaristas, al final alguien diría la verdad? Nunca podremos pagarle el favor.
CRSignes 030705
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