24
Sep

Raimundo

No hay nada tan importante que no podamos olvidarlo. (Anónima. Alzheimer)

Alimentaba palomas desde su ventana en un primer piso, mientras sonreía dejando escapar un gracioso y chirriante sonido, bastante cómico, producido por su dentadura. Muchas historias corrían alrededor de la vida de Raimundo, posiblemente pocas se ajustaban a la realidad. Lo único cierto era que ya nadie podría averiguar su verdad; pues Raimundo ya no salía de su casa, ni hablaba con nadie, pues no podía. Hacía años que no conversaba con desconocidos, y para su desgracia estaba rodeado de ellos.
Había vivido mucho. Nunca supo el año de su nacimiento. “Fue durante la guerra,” le dijeron, “no quieras saber el secreto, no te gustaría”. Lo más que logró averiguar hacía referencia a un bombardeo, y a un recién nacido abandonado bajo la escalera de un carromato. Pese a ello tuvo suerte, sobrevivió a la hambruna de la guerra y la de posguerra. Nunca le faltó un plato que llevarse a la boca, o un catre en dónde dormir.
Raimundo creció pegado a una guitarra y a una baraja. Las curvas de aquel instrumento le proporcionaron mayores delicias que la de los amores ganados y perdidos. La baraja, logró sacarle de más de un aprieto, aunque también le ocasionó otros tantos. La vida, en fin, le mostró, a aquel pagano, cómo resistir con maña y pillerías, únicos conocimientos que maduraron su carácter.
Nunca se casó. “Tengo las hembras que quiero, no hay por que aguantarlas más”. La boca apenas si se le abría y la vista no se levantaba del suelo, cuando lo afirmaba. En el crisol de la amargura se forjaron sus rasgos. Los ojos caídos acompañaban aquella grave mueca para la que una sonrisa suponía tener que hacer mayor esfuerzo del normal, provocando aquel gracioso chirrido.
Cuando el estraperlo dejó de tener sentido, nadie consiguió que enderezara su actitud frente al nudo de la sociedad y su ley, es más, dijo que nunca nadie le obligaría a pagar un céntimo en vida. Así fue que resistió con el trabajo duro de la trashumancia del feriante, y las timbas de cartas, verdadero sustento de sus caprichos.
Desgraciadamente sus convicciones no contaban con el lentecer de la adversidad que convirtió un aislamiento voluntario, en obligatorio, por una enfermedad que no le dio razones para mantenerlas.

Ahora pasaba sus días sonriendo y dejándose cuidar, precisamente por aquellos de los que tanto receló, en una institución pública.

CRSignes 140908

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