22
Sep

La mala fortuna

El sudor resbalaba por su rostro proporcionándole una falsa sensación de frescor; cargaba sobre la espalda el fruto de la jornada. Se detuvo unos instantes para sentarse bajo un olivo. Registró sus bolsillos confiando en que tal vez algún mendrugo de pan hubiese resbalado hasta allí, pero no halló nada. Desprendió del sujetador la bota de vino, y la estrujó sobre su boca, apenas un par de gotas cayeron, había bebido más de la cuenta. No alcanzaba a comprender el porqué de su agotamiento, el día no había sido más duro que los anteriores; le echó la culpa al calor, aunque distaba mucho de hallarse sobrio.

El cielo soleado se había transformado; la sombra de unas nubes, inusualmente oscuras, presagiaba una torrencial lluvia que podía dificultar su paso por la nava. Aceleró el ritmo al sentir la primera gota; pensó dejar su carga en algún recoveco de la montaña, de esa forma llegaría antes a su hogar; el aguacero hacía impracticable algunos tramos de la senda. Tomó el saco portador de su sustento, y cuando se disponía a dejarlo bajo una roca, vio algo brillante que asomaba por entre la tierra mojada, justo al borde del precipicio.

-¡Maldita sea! Tenía que estar precisamente ahí. ¿Es que nada me va a salir bien hoy?

Con esta diatriba, pegó un salto para alcanzar un punto más próximo desde el cuál averiguar de qué se trataba. Se agachó palpando con fuerza por entre el fango, y lo prendió.

- ¡Ah! –Gritó mientras comprobaba qué le había causado tanto mal.

La sangre mezclada con el agua que caía apenas si dejaba ver aquel alfiler que semejaba de oro.

-¡Qué bello es!

Pudo comprobar que se trataba de una verdadera joya. De la herida continuaba manando sangre, pero no le importaba. Se sentía demasiado atrapado por el brillo áureo. No contento con su hallazgo, pensó que algo tan hermoso no podía estar sólo. El torrente había continuado su camino destructor lo que hacía peligrosa la estabilidad del terreno. Retornó la vista y el corazón le dio un vuelco. La fuerza del agua arrastraba oro, plata y piedras preciosas hasta el desfiladero.

Se sentía torpe, pesado. Aún así saltó. La fuerza del impulso y lo endeble del terreno hicieron el resto. Las gotas de lluvia resbalaron por su rostro que descansaba al fin.

CRSignes 200606

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