El ladrón
Un beso legal nunca vale tanto como un beso robado.
Guy de Maupassant (1850-1893)
Tenía diez años de edad cuando comencé. Sucedió en clase. Antes de salir del colegio vi a Violeta y sentí un impulso inexplicable. Ni tan siquiera pensé en las consecuencias, me aproximé decidido hasta ella y, al llegar a su altura, la besé. Los dos salimos corriendo.
Durante el verano fui perfeccionando la técnica. Mis amigos me admiraban. Logré robarle besos a todas las niñas del barrio.
Y así llegué a la adolescencia. Sabía lo que quería y cómo, sólo tenía que fijar mi objetivo. Era ver una hembra y sucumbir a la tentación.
Veía pasar a mis amigos con sus novias recelando de mi presencia y con motivo. Pronto acabaron odiándome.
Por antonomasia terminé con el sobrenombre de “el pirata”, y al igual que estos ancestrales caraduras desperté tantas pasiones como odios.
No había cumplido aún los diecisiete años de edad, cuando me di cuenta de que ya no sentía la alegría del principio. Era el tío que más mujeres había besado del instituto, pero me dolía pues ninguna quería tener tratos conmigo.
Fue entonces cuando comencé a buscar alternativas. Si ellas no deseaban relacionarse con alguien como yo, no me merecían. De hecho, desde un tiempo a esta parte, mi popularidad ha aumentado de nuevo.
Ahora es fácil verme con una amplia sonrisa. Ya nadie me odia, y todo desde que he cambiado de estrategia.
Si hubierais visto la cara de aquel camionero, cuando me pilló pegando el morro en la portechuela de su camión decorado con una preciosa pin-up. Y ¿la de mi tío, el de la sastrería? Esa si que quedó como un poema, por no comentar la historia que llegó hasta mis padres, pero es que no pude resistir lanzar sobre mis brazos el maniquí del escaparate de su negocio.
Como veis sigo robando. Besos grandes o pequeños; fríos y cálidos. Los he robado rápidos o pausadamente; por el día y de noche; mientras jugaban a la comba o esperaban en la cola del pan; en la parada del bus y en la playa; a solas o en compañía. No tengo ningún reparo al hacerlo.
Aunque los que más me gusta robar son los de mi madre, que de vez en cuando me visita en el centro y me ofrece su mejilla para que se los robe con ternura.
CRSignes 200706
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