La línea blanca. (Beellzebub demonio de la gula)
Los destellos del firmamento atraparon su atención al abrir los ojos. Volvió a cerrarlos, aún estaba oscuro, pero no pudo dormir, sentía su cuerpo como adormecido, acartonado. Su mente le llevó de vuelta a la línea blanca, larga, inconstante, aquella que había delimitado su camino.
Antes de salir a escena, preparó la droga. Le aguardaban miles de admiradores ansiosos por respirar, por vivir de su música; ya no importaba su estado y eso le complacía. Hacía mucho que la lucidez en escena había dejado paso al exceso. Las luces, rítmico acompañamiento de los compases -fruto descontrolado de su ingenio-, le ayudaban a crear la atmósfera que le trasladaba al séptimo cielo.
Un único problema: se estaba cansando. Agotado de las multitudes, de las giras, las modas, de la puta hipocresía de la promoción, de los conciertos. Quería dejarlo, abandonar, pero le habían advertido.
—Si desapareces, me encargaré de que éste sea el último concierto que hagas. Y olvídate de todo, hace mucho que firmaste el contrato que te une a mí hasta la muerte, esa es la única manera en la que te librarás. —Su manager sabía muy bien lo que se hacía.
—Recuérdame que para el próximo álbum sea yo mismo quién proponga la idea de la portada. —La pausada forma de hablar daba cuentas de su estado. Tomo una cámara que había por el camerino y disparó, deslumbrándole. Rió a carcajadas. — Esta foto… —se tambaleó. —… con esta foto buscaré quién la diseñe, y te aseguro que tu rostro será tal y como lo veo. Se verá reflejado el diablo que llevas dentro. Maldito Beelzebub.
—Vale, vale… Se hará así. Por cierto, después de la actuación no te largues. En el salón te esperan para una entrevista.
— ¡Eres un cabrón! Ya la haré mañana.
—Es importante. Harás lo que te mande.
—Si estoy en condiciones. —De un empujón apartó a una de las del coro, esnifando la coca que ella tenía preparada. No paraba de reír.
Al volver a abrir los ojos, se sintió desorientado. Las rayas de la carretera ¿qué carretera? Las rayas de polvo blanquecino, enfiladas muescas de su memoria. Tenía sed. ¿Por qué no había nadie junto a él?
— ¡Quiero un bourbon con hielo! —su voz resonó seca en la lejanía.
Salieron de la ducha. La mezcla de alcohol y drogas era evidente. Él la portaba a la grupa. Sin pudor alguno paró para hacerle el amor, pero no pudo.
—¡Baja! ¡Vete! —poco faltó para que le hiciera daño.
— ¡Eres un canalla! ¡Olvídame!
— ¡No sé por qué hablas, zorra! ¡Volverás! —Rió mientras se ponía algo de ropa.
— ¿Ya vas a atenderme? —La habitación estaba en penumbra, tan sólo la luz de una vela, iluminaba el rostro de un personaje que se le antojó lúgubre y siniestro.
—Venga tío. ¡Qué susto me has dado!
Sobre la mesilla, apenas un pequeño bloc y un vaso de güisqui.
—Veo que ya estás servido. Voy a por un bourbon.
— ¿No has bebido demasiado?
—Posiblemente sí, pero no es asunto tuyo. Entrevístame, tengo prisa. ¿Es esta tu tarjeta? ¡Qué heavy! Tienes que decirme quién es tu diseñador, estoy pensando en una portada… precisamente así, con demonios. —Se la guardó.
— ¿Hasta dónde eres capaz de llegar?
—Ya llegué. Tengo todo lo que necesito y más, y si no seguro que lo consigo.
— ¿Quieres decir que estás satisfecho con lo que tienes?
—No conozco a nadie que se conforme por mucho que sea, puede que no. Pero nada me impide seguir elevándome.
— Y ¿qué harías para conseguirlo?
—Venga acabemos, estoy cansado y me apetece antes dar una vuelta. Tengo la vida, que no el alma, vendida. Todo lo que poseo, aunque parezca eterno, está tan vacío como este vaso, y no es suficiente. Además dicen, que estoy condenado, quizás estén en lo cierto; pero esa condena está vigente sólo en vida. Estoy harto de que me manipulen.
Salió disparado. Tomó las llaves de su deportivo, subió en él sin atender los reclamos de su equipo que insistían en llevarlo. Hacía mucho que quería probar aquel desmesurado chorro de adrenalina con ruedas, y éste era el momento y el lugar. El desierto de Arizona se abría ante él con sus grandes distancias.
Líneas largas, blancas, inconstantes que delimitaban un camino quebrado por una curva cerrada que no vio. Abrió los ojos por enésima vez. Vislumbró el principio del día; o quizás fueran los focos del escenario; o más bien los faros de algún coche transitando por la alejada carretera. Su cuerpo acartonado, no tenía fuerzas ni para pestañear. Así que cerró los ojos, y descansó. Se había liberado.
CRSignes 180808
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