12
Ago

Un sueño y un vals impregnados de lavanda

El sonido de los pasos desapareció al tiempo que la suave fragancia de lavanda, que parecía perseguir siempre a su abuela. Los sones irreconocibles, y en ocasiones estridentes de la bailarina de porcelana, con su caja de música, un vals de las flores sin compás, no han conseguido que la niña se rinda al descanso de aquella tarde lluviosa y apagada. Asoma sus manos entre las sábanas, toma su muñeca y la besa; de un salto la coloca en el suelo; tiene que esquivar los juguetes para no romper ninguno de los que, en sus travesuras, desperdigó por tierra. ¡Qué la música no pare! Antes de que se extinga la última nota, gira la llave con fuerza.

Descorre las cortinas, enaltece la luz que entra. Se distrae con el reflejo de las gotas proyectadas que insinúan sombras danzantes en la pared. Corretea hasta el armario; se sumerge entre las prendas que huelen a lino, manzana, jabón y lavanda. Revuelve los cajones, registra los bolsillos, encuentra los saquitos bordados rebosantes de espliego. Desparrama el contenido de uno de ellos lanzando las flores sobre su cabello. Comienza su aventura.
La lluvia se intensifica, y aquellos estúpidos reflejos, cuentan historias de parajes verdes y riveras, de amores imposibles, de bailarinas, de princesas. Saca del armario: trajes, bisutería, zapatos, y se los prueba. El aroma de la lavanda, la estimula.
De repente, las gotas y sus reflejos parecen vibrar, se despegan del cristal, lo traspasan, y por un momento, revolotean formando arcos y círculos de luz de brillantes colores, que fintan alrededor de ella.
-“Es el vals de la flores”- exclama.- Es la música que resucita el cuento.
Sueña que es la bailarina. El soldado de amplia boca, rodeado de mazapán y frutos secos, aguarda en su cesto y suspira por ella.

Siente su voz cascada que le dice que será suya, que su perdición es no verla, que necesita disfrutar de su baile para no morir de tristeza.
La niña danza para complacerle, y sonríe mientras suena el vals. Se entrega al juego con las sombras y los reflejos.
Cuando la puerta se abre, el perfume del espliego y la música, regalan a la abuela una ensoñadora escena que le dibuja en el rostro la más amplia de las sonrisas.
La música se detiene y el sonido seco de una nuez, al romperse, quiebra el silencio.

CRSignes 071006

1ªilustración original de Gabriel Pacheco http://gabriel-pacheco.blogspot.com/
http://gabrielpachecoprint.blogspot.com/
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