Como sombras de la luna
Derramé sobre su piel casi todo el recipiente para espolvorearlo después. Pareció gratamente sorprendida. “Nunca me he puesto esto. ¿Qué es? –Me dijo intentando entablar una conversación.
Me había seducido aquella muchacha de cuerpo voluptuoso y tez morena. Su pelo negro, recogido en una trenza, reflejaba el azul del cielo. La ingenuidad de su rostro contrastaba con la firmeza de su voz. Era como estrenar algo maravilloso de belleza salvaje. Trabajaba para mis padres, yo jugaba con ventaja, me debía obediencia, pero ella no se resistió a la seducción, pareció complacida.
Aquella mañana la besé. Fue un impulso correspondido en el acto. Renací al ver que su respuesta fue más que complaciente. Una mano menuda y morena alcanzó mi sexo aliviando su tensión. Tuve que contenerla. “Paso por tu choza esta noche, mulata mía”
Al separarnos, quiso obsequiarme con algo suyo, tomó mi mano y la introdujo en su sexo impregnándola de esencias. Un mundo de aromas me despertó la imaginación y los sentidos, acelerando el deseo.
Arropado por la oscuridad, atravesé los cultivos por el camino pedestre para reunirme con ella. Me aguardaba sentada en la puerta cubierta apenas por una sábana; su mirada se perdía en el horizonte. La tomé con violencia, no se resistió. Al soltarla sobre el camastro quedó desnuda. Me pareció pobre aquel escenario. Así fue que, sin mediar palabra, la cargué hasta mi habitación. A la luz de las velas le hice el amor. Quedó adormecida.
Sin hacer ruido, salí del cuarto, para regresar al instante con unos cuantos obsequios. Un traje digno de una señora, que mi madre había desechado; un jabón perfumado; y una pequeña caja de latón, hermosamente decorada, que al abrirla dejó escapar su delicado perfume de jazmín. Precipité sobre su cuerpo los polvos de arroz, no pude resistir la tentación de ver aclarar su torso: ¡las damas deben resaltar su palidez! Pero no funcionó. Sin mediar palabra, la tomé de nuevo, aquella acción me había excitado. Disfrutamos toda la noche, pero me cuidé de conminarla para que regresara a su cubil antes de que el sol saliera, o peor aún, pudieran verla conmigo.
No he renunciado del todo a sus encantos. Ella, aún está agradecida por mis atenciones, y me lo demuestra cuando se lo pido; pero cada cual tiene su lugar. Nuestro destino está tan unido como las sombras de la luna.
CRSignes 110108
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