La madre dormida
La tierra húmeda dejaba escapar sus aromas, al tiempo que el sol se abría camino hasta el suelo.
En las manos de Kirke, pendía un mechón de los cabellos de su hija. Las lágrimas se acumulaban a sus pies.
Los árboles orquestaban su música, que por momentos sonaba con violentos choques, para pasar después al calmado susurro de las hojas. Desconcertados sones en el oído de una madre, que no comprendía nada. Las gotas al caer, vacilantes en los árboles, aumentaban más en Kirke el desasosiego. Retornaba a su memoria, el galopar de las caballerías que acompañó al momento en el que Siisike fue arrebatada de su lado.
Un torbellino perturbó la paz.
Mientras el sol, dejaba sentir sobre su piel el tímido calor de la primavera, un escalofrío parecía contradecirlo, el mismo que notó la primera vez, que Tarmo le puso la mano encima.
¡Tarmo! El hijo genuino de su hermana, tan difícil de domar que lo dieron por perdido en su niñez. Se lanzó al mundo, recién cumplidos los diez años de edad; guardó en su mente el suficiente rencor, como para pedir cuentas a aquellos que habían intentado lo imposible por amarlo, removiendo en su memoria, todas las barrabasadas e incontables suplicios, que por lo visto no consideró suficientes.
Kirke, acababa de cumplir 35 años, se encontraba bañando a su hija en el riachuelo helado, que marcaba el linde de su casa, cuando Tarmo, la sorprendió; veinte años de desbocado carácter, alevosía de hormonas, mezcladas con una total falta de decencia. Intentó introducirse en el cuerpo desprevenido de su tía, que logró escapar de sus garras y le conminó para que no regresara jamás. Pero Tarmo, herido en su orgullo, sin dejar de mirar a la inocente Siisike, desnuda sobre las aguas, juró que regresaría al tiempo que aquella niña se convirtiera en mujer, y nada ni nadie podrían impedir que se la llevara.
Tarmo desapareció galopando, y Siisike con él. Debieron salir del planeta, pues nunca se supo nada más de ellos.
Kirke miró el rostro del operario pero sin verlo, había tomado una decisión. El mundo no era nada sin su hija, y dejó escrito que la devolvieran a la vida si regresaba.
Se acercó el mechón de Siisike al rostro, y el aroma del azahar se la devolvió por un momento. Esa fue la última vez que la tuvo presente antes de ser criogenizada.
CRSignes 310106
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