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Feb

El arcano número 5. El Papa. Papa Luna

- ¿Perdonaría Cristo a los discípulos si le hubiesen rechazado como a mí? ¿Sentiría piedad de sus almas si, una vez elegido, otros hubiesen venido a sustituirlo?

Desde la cueva podía concebirse como Cristo predicando ante la multitud. Las gaviotas y vencejos revoloteando y el sonido de las olas golpeando los acantilados, le devolvían el clamor de su proclamación, al momento de su glorioso nombramiento como Papa en la Obediencia de Avignon.
Viejo y ajado, descendía las escaleras labradas en la gruta hacia el embarcadero oculto, por el que poder huir si alguien lograba franquear los muros de la fortaleza.
Peñiscola se levantaba desafiante al mar y hacia todo aquél que osase conquistarla. La firmeza del baluarte reforzaba aún más la postura inflexible del Pontífice, que agonizaba en la soledad de su encierro, desterrado de su reinado terrestre pero no de su vínculo divino, precisamente aquél que le concedió el privilegio de su representación en la tierra.
El cisma le transformó en proscrito.
¿Pero quienes eran aquellos que cuestionaban su mandato?
Posiblemente acólitos ignorantes que tan sólo servían para las obras menores de la Iglesia y políticos infieles buscando redención.
El protervo modo con el que lo habían exiliado, condenándolo a la más obscura de las persecuciones, tan sólo comparable a la sufrida por los primeros cristianos, tarde o temprano les pasaría factura.
Serían condenados por ello.
Y una y otra vez descendía a la gruta buscando quizás, en el retiro de aquel escondite, la conexión directa con el Altísimo, que le aguardaba con los brazos abiertos, como quién espera al hijo que ha tenido que escapar injustamente y que, abandonado a su suerte, lucha y sufre por el reencuentro con sus seres queridos.
Desde la ventana de sus aposentos, su pensamiento se perdía buscando el delirio que ha hecho de lo terreno, en contraposición con lo eterno y lo divino, acaso más anhelado, el suplicio de su existencia.
Sabe bien que el comportamiento díscolo es de los otros. Sólo el Altísimo podrá juzgar sus actos.
Enjuga unas lágrimas matizadas por la humedad que le llega con el choque del oleaje. Silenciados lamentos en el temor al homicidio de la Iglesia, cuyo camino se ha visto truncado.

- Sí, Cristo perdonaría porque su mandato se basa en la piedad y la comprensión. Mi único consuelo es que a pesar de todo el pueblo siga amándole.

Carmen Rosa Signes 100106

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