25
Ene

Las posiciones opuestas del arcano número 7

Sobre los árboles las aves se posan descansando del largo recorrido migratorio. El sol poniente confiere al cielo la variedad cromática del fuego mientras, en la lejanía, densas columnas de humo presagian el fin.
Aparta las ortigas para recolecta unas cuantas hierbas aromáticas con las que macerar la carne de venado recién cazado. Allí postrado contempla el resurgir de la luna oculta por el velo de su vergüenza, el segmento invisible, de su oscurecida faz , invita al recogimiento y la reflexión.
Suspendido de una cuerda, en lo alto de una rama, se halla su trofeo. Con un único pedazo del animal, sobre los hombros, se encamina hacia el campamento. Al día siguiente enviará a sus gentes para recoger el resto.
Para Vercingetórix no hay nobleza en el enemigo. Ha sido testigo de la destrucción, de la impiedad, de la falta de respeto y cree que la pléyade de los dioses, sus dioses, le harán vencedor y los invoca.

Si Cesar hubiera previsto la noble resistencia de los salvajes galos, tal vez habría cambiado sus ansias de conquista en pos de alguna alianza.
La tranquilidad aparente es sólo ficticia y, en el caminar tortuoso de sus hombres, se intuye el miedo.
El frío se adueña de sus huesos. Se acaricia el rostro mientras regresa a su tienda.
Antes de sumergirse en la volátil ligereza de su alojamiento, un gesto indiferente le acompaña mientras observa la arista iluminada de la luna y, cerrando los ojos, suspira mientras se pierde entre las telas.

Ambos se debaten entre la admiración y el desprecio. Mientras tanto, los muertos se amontonan prolongando el agónico paso de las estaciones.
El triunfo se vislumbra de diferente forma, para Cesar es una cuestión de honor y prestigio, Vercingetórix sabe que no rendirse ni claudicar es vencer.
Los meses han marcado el ritmo de la batalla, ora de un lado, ora del otro, la balanza de los misteriosos designios divinos ha jugado con sus vidas.
El ejército romano descompone en bodrio las tropas galas al día siguiente. Recogen los prisioneros abatidos por el desánimo. El orgullo los mantiene en pie.

La sangre gotea dejando una huella menuda que se extiende y penetra en la tierra alimentándola. La pieza cobrada el día anterior se descompone al sol, mientras la luna crece despacio dejando atrás su vergonzoso velo.

Carmen Rosa Signes 020306

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