10
Ene

El arcano número 9. El Ermitaño

Renuncié a todo: la amistad, el amor, el dinero. Dejé que la distancia del tiempo borrara mis pasos, camuflara mis huellas. Así comencé la vida que admiráis.

“Harto de compromisos, sobornos que el destino nos pone por delante difíciles de eludir, meceré mi voluntad y aplacaré la ira buscando la paz de espíritu.
Sé, que si vuelvo la mirada podré adentrarme en el futuro, pero debo buscar respuesta en las pisadas ya marcadas, para comprender cómo deben ser las que necesito para continuar el viaje.”

Me pedís que os guíe, y los ojos los tengo cegados por mi propia luz. Deberéis aguardar a que aclare mis pensamientos, para poder ofreceros la sanación.

“La luz ilumina el camino andado, desvela el sendero, esclarece el misterio que me ha precedido.
De tanto mirar hacia dentro se ha cegado mi vista. Es por ello que recurro a todos los estímulos para conseguir ver algo, que no sea mi propia sombra persiguiéndome, y reclamando explicaciones.”

Os habéis confiado a mis años, a mi sabiduría, a esta vejez evidente que no puede borrar sus marcas ni defraudaros, aunque mi realidad sea distinta que la vuestra.

“Los golpes del bastón, rítmicos y acompasados, despejan los obstáculos, espantan las bestias, afianzan el propósito.”

Yo llegué a dónde estoy por un largo camino, y por más que intente aliviaros no podré acortar el vuestro. Mi realidad, es distinta a la de todos. Puedo hacer referencia tan sólo a mi persona. Cambalache de experiencias que os daré si confiáis en ellas.

“Me dejaré fenecer lánguidamente, pues al fin he comprendido que debemos llegar al pleno convencimiento de todo lo que nos rodea, y sólo, cuando la vida está a punto de abandonarnos, dejamos de anteponernos para comprender el entorno.
En este océano oscuro, que es el firmamento, las estrellas marcan a su paso las estelas noctilucas de nuestro destino.”

¿No pensáis quizás que yo abandoné el mundo precisamente huyendo de lo que venís ahora a buscar en mi?
Por qué no os apiadáis de este pobre infeliz, que tiene suficiente aspirando a terminar su vida como la comenzó: en la pureza de espíritu, con la que todos somos lanzados al mundo.

Carmen Rosa Signes 140306

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