Frimost
Y el odio creció en su interior como la espuma. Sintió dolor, un sufrimiento que sobrepasaba todo el conocido, mezcla de verdadera pena y desesperación. Intentaba asimilar la ausencia de sus brazos y caricias, de sus besos. Lo peor, que comenzaba a ser consciente de la realidad. Desde su razón desdoblada, un resquicio de humanidad luchaba por huir del vendaval de sentimientos nefastos, en el que se había transformado su mente. “¡Frimost!” fue el nombre que escuchó a sus espaldas. Pero, ¿qué significaba?
Había regresado a casa después del armisticio. Nadie le avisó. Llegó hasta allí confiado, y se derrumbó al ver el caos de los bombardeos. En un primer instante de locura, su instinto le llevo a revolver entre los cascotes, con la esperanza de recuperarla, como si ella tuviera que seguir allí, esperándole. Quería estrechar entre sus brazos los restos de su amada. Sentir por última vez el tacto de su cuerpo.
-¿Por qué nadie me avisó?- La rabia le contuvo las lágrimas.
Llegó la noche. Las ruinas iluminadas, por la luna, desenmascaraban su desolación. Junto a él, un hombre parecía querer consolar su pena.
-Siete espíritus infernales velan nuestros días. Frimost es uno de ellos. Sigue estas instrucciones, haz todo tal y cómo se indica, y Frimost te vengará.
Reunidos los elementos necesarios, marcó en el suelo los círculos concéntricos, grabó los símbolos mágicos, y sacrificó un gallo mientras decía:
-Recibe ¡Oh Frimost! Esta sangre.
Sin salir de allí, aguardó que el reloj marcara las once de la noche de aquel martes, y comenzó la advocación latina del conjuro. Con la última palabra apareció el hombre... Frimost. Era el momento de pedirle el favor.
-Por Ischyros, te mando me concedas el poder de sembrar el odio, el espanto y la ruina; perpetuar lo que me han hecho. Haz que se aparte de ellos la paz y el remanso. Desencadena el viento y las tempestades, haz caer granizo y rayos adonde me plazca...
Y Frimost le entregó una piedra rojiza portadora de todo el poder. Pero con ella entre las manos, continuó su desgracia. Sin protección, tocando directamente su piel, aquel talismán absorbió su alma.
Debió haber hecho caso a su clarividencia y rechazar el consejo.
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