El arcano número 20. El Juicio.
Encontrar el dialogo, un cara a cara con los dioses, de aprobación o rechazo que le indicara que lo hacía bien, que se encontraba a su altura, era una máxima para él.
Demasiada poca fe en si mismo y un desafiante deseo por ser juzgado.
Rara vez, en su interrogatorio con el infinito no pisable, obtenía respuesta: algún cometa cruzando el cielo; la sombra de un objeto ocultando la luna o la lluvia de las estrellas, lenguaje celestial que interpretaba a su antojo.
Candaules, tenía todo lo que se le antojaba y, siempre, lo mejor. La tierra más próspera, los súbditos más leales, los mejores aperos y riquezas. Todo lo que hasta él se acercara debía ser considerado único en su categoría.
Castalio proceder que, el rey, exhibía con orgullo convencido de ser la prueba tangible de su alianza con las musas.
Constantemente necesitaba, para avivar su orgullo, ser portador de laureadas menciones con las que poder alimentarlo.
Nisia aglutinaba todas las virtudes y excelencias que jamás hombre alguno pudo tener.
Muchos años tardó en encontrarla. Contemplarla, disponer de ella, se había convertido en la obra cumbre de su egocéntrica obsesión.
Pero para su pesar, tan sólo él podía disfrutarla. Fue entonces que la frustración le tomó de la mano.
Si ningún otro mortal era testigo de su dicha, ¿de qué le servía?
Le excitaba la envidia. Se creía Dios y con todos los derechos. Hasta el último de sus enemigos, debía saberlo.
Sin prejuicio, mandó llamar a Giges, su más fiel consejero. Alguien debía dar fe de su divina suerte.
Despavorido, Giges, se negó en un principio, pero fue vendido por la tentación.
La noche que contempló el cuerpo desnudo de Nisia, enmudeció de amor.
Y aquel que debía ser los ojos del mundo, aquellos que juzgaran la más divina posesión del monarca, cayó rendido ante una ofendida esposa, que no podía perdonar el ser tratada de forma tan humillante.
Presa entre sus redes, Giges, se convirtió en maleable títere. Ni hombre ni Dios alguno, hubiese podido resistirse.
Sobre el arrecife pulido se rubricó en rojo una sentencia.
El rey Candaules murió. El juicio constante al que quiso ser sometido, le abrió las puertas de un abismo al tiempo que las notas discordantes, del ángel, que anuncian el fin y sirven de llave, cayeron sobre él por orden de los Dioses y de la mano de su fiel vasallo.
Carmen Rosa Signes 020606
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