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Abr

Z

“Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros,
la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los
hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto.”
La biblioteca de Babel de Jorge Luís Borges

Deslucido por la capa de polvo y los años en un estante de la enorme habitación, que hacía las veces de biblioteca y sala de estar, se le podía encontrar.
Con su pausado caminar llegó hasta el pequeño mueble que lo elevaría lo suficiente sobre el terreno, para poder alcanzar su objetivo. Las letras y dibujos que lo diferenciaban, que marcaban su personal característica, apenas si se veían. Le costó localizarlo pese a conocer su situación exacta, tal era la máscara que los años le había conferido. En la casa, nadie más había destinado su tiempo libre a la lectura, una pena pues aquella biblioteca contaba con una colección inmejorable, más completa que la existente en el recinto público habilitado por el ayuntamiento de aquella localidad costera.
Bajó con cautela del pedestal con el objeto de su búsqueda entre las manos. Mientras se dirigía hacia una butaca, que se hallaba situada junto a la enorme ventana por la que se divisaba el paisaje agreste del mar golpeando las rocas, sus manos, convertidas por el paso del tiempo en torpes instrumentos que apenas podían moverse sin producirle dolor, intentaban devolverle, sin lograrlo, el aspecto que él recordaba de la primera vez que lo tuvo frente a sus ojos.
Se dejó caer en el cómodo asiento que siempre le había acompañado en sus lecturas, arropado por la suave luminosidad que entraba por la ventana, luz tenue que le obligó a encender la eléctrica pese a no ser partidario de ella; su vista cansada ya no daba para más.
Las manos le temblaban mientras de sus ojos surgían pequeñas gotas fruto no se podía saber bien, si de la emoción del momento o del cansancio de aquellos avejentados órganos.
La portada dio paso a un título que comenzó a leer en voz baja: “A... “.

A las pocas horas, el bullicio y la expectación se habían adueñado de la biblioteca.
-No te preocupes por colocar el libro en su sitio, lo importante ahora es llevar al abuelo al dormitorio; hay que arreglarlo para el entierro.
-¿Sabéis? Debió fallecer contento. Alcanzó su meta. Siempre tuvo miedo de no leerlos todos, y creo que este ejemplar confirma su logro.
Sobre la butaca, que un minuto antes había ocupado el anciano, dejaron el libro titulado: “Abecedario: de la A a la Z Ilustrado”.

Carmen Rosa Signes 2003

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