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Mar

Los higos, la doncella y el amor

Sigiloso, deja resbalar la mano por encima de su hombro. La sorprende. Un pequeño estremecimiento espabila sus sentidos. En su mano extendida, pende un obsequio, un higo verde.

Tómalo —le dice — contempla su pureza. Está limpio. Descubre su rosado y sensual contenido. Observa cómo desea tomar tu dulce boca.

Siente la mirada cargada de lasciva inspiración, y con un gesto lo rehúsa. La respiración cálida y espesa en su nuca le angustia.

No huyas, niña. Ayer estuve en tu casa y tu padre me dio su plácet para cortejarte.

Ajusta la cinta de su vestido, que levanta sus impúberes pechos, y huye. Las lágrimas no le dejan ver. La madre se cruza en su camino.

No corras, tengo buenas noticias que darte.

Y vuelve a sucederle. Por segunda vez en un mismo día le ofrecen higos tiernos. De un golpe los rechaza. Los frutos reventados contra el suelo blanquecino, dejan escapar su aroma dulzón con tintes rosáceos.
Tiene once años de edad, y aún para ella es un logro ver cumplidos sus sueños.
Al llegar a su cuarto, escucha el sonido envolvente de unos cánticos. Asoma la cabeza, lo justo para poder ver la luz de las velas concentradas en el altar de Afrodita, y el rostro complacido de su padre al abrazo rítmico de su rezo en la ofrenda a la Diosa.

Ven niña. Ayúdame a agradecer a los dioses tu suerte. Entre parientes nunca nos separaremos. Temí perderte envuelta entre los linos y las columnas de algún templo.

No puede apartar de su mente aquellos ojos tan rojos como el fruto oloroso allí ofrendado. Presiente dolor y un gesto de ruindad por parte de los que ama. No comprende que el destino la eche en brazos de la lujuria que pervierte aquello que toca. Se sabe tan frágil como el fruto que se echa a perder a las pocas horas de su cosecha.
Y aunque es una fruta resistente, teme el escalo del gusano lúbrico que la corrompa.
Afrodita, ha sido cruel con ella, de nada sirvieron sus atenciones y la entrega que, con devota admiración, le ha hecho al amparo del amor joven y galante que la espera en el jardín de sus ilusiones.
No han servido esos frutos que ahora se vuelven contra ella, y que jamás piensa volver a tomar en un destino negado al amor.

Carmen Rosa Signes 29 de septiembre de 2006

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