Las Tablas de Multiplicar

El solsticio de verano anunciaba el renacer. Nuevas flores y matorrales cubrían la floresta. La campiña celebraba después de una fresca primavera pintándose con más color. Todo ser viviente gozaba a plenitud del cambio de estación y reanudaban sus labores. La escuelita de la región no era la excepción y recordaba el regreso a clases con el inconfundible repicar de una campana.

Tilín…Talán…y todos los escolares corrían a estudiar.

En el establo abandonado cerca del río, vivía Doña Teresa con su hijo Eladio. Eladio era un pequeño burrito gris, de grandes orejas y ojos azabaches. Sería su primer año en la escuela, así que se levantó al alba, se dio un buen baño, desayunó su plato de alfalfa y con alegres rebuznos se despidió de mamá.

Tilín… Talán… la campana no dejaba de sonar.

Eladio apuró el paso para tarde no arribar. Trotaba continuo, sin mostrarse desesperado por llegar a la puerta de la escuela que ya veía desde lejos atiborrada de pequeños dispuestos a aprender la lección.

Tilín… Talán…ese fue el último repicar, la clase va a comenzar.

El Profesor Conejo miraba perplejo a su nuevo alumno. Era la primera vez que un burro asistía a su clase. Con la nariz arrugada en muestra de disgusto por el estudiante recién llegado, empezó la clase de matemáticas.

Sumas y Restas, repitió el Profesor. Todos sacaron sus libros de aritmética dispuestos a estudiar. El Profesor Conejo lanzó una mirada furtiva hacia Eladio esperando verle sacar su libro. Pero Eladio no tenía libro, ni lápiz, ni cuaderno, ni bagatelas, solo la gran voluntad de aprender así sin más.

TOC.. TOC… sonó una descarga seguida por un grito gutural.

Eladio soltó un quejido al recibir los golpes del Profesor que gritaba sin parar por la falta de útiles escolares. Le sacó del salón de clase en medio de las burlas de todos. Las hermanas gallinas no paraban de parlotear; el mapache Pache se carcajeaba al verle pasar; los mininos le apuntaban con sus garras y los pericos remedaban su rebuznar.

Sniff…Sniff…. Lloraba convulsivo el pobre Eladio sin parar.

Avergonzado caminó hasta la salida. Mientras, recitaba una a una las tablas de multiplicar. Entonces el Profesor Conejo mandó todos a callar. Solo Eladio repetía las tablas sin parar. Todos aplaudieron y fue así que Eladio se quedó con los niños a estudiar.

Tilín… Talán…es hora de salir, repica la campana su sonido original.

En busca de Cristal Coral

El color rosa de Lola
Tercera Parte

El curandero no paraba de mirar con desconcierto a Lola, mientras esta seguía en un letargo. Kika, con actitud inquina, no perdía detalle de cada movimiento que hacía el curandero.

Lo vio extraer del interior de una concha, un relicario. Era un estuche de oro con chispeantes piedras preciosas en la tapa. Lo abrió lentamente y sacó entre sus manos un pedazo de seda roja que envolvía a su vez una baraja, era un tarot.

El curandero le dijo a Kika que se aproximara hacia él. Kika se acercó reticente y se estremeció al ver que las cartas del tarot, una a una, se elevaban y danzaban alrededor de Lola. Luces de todas las tonalidades de rosa, salían del remolino de burbujas que las barajas iban formando.

Entonces, el curandero con los ojos verdes y relucientes bajo la capucha empezó a hablar:
- Hace más de 30 mareas, cuando la luna estuvo a punto de tocar la tierra, se produjo un temblor en el firmamento. Esto dio lugar a que se desprendieran miles de estrellas y volaran por doquier. Una pequeña estrella, cayó en el mar.

Justo esa noche, Lola nacía. La estrellita, hija de la gran estrella Rosala encargada de cumplir los deseos de los niños de corazón virtuoso, se posó en la frente de la ballenita, y para no morir en las aguas del océano, se convirtió en ballena también. –

El curandero se volvió a mirar a Kika y le dijo que Lola no estaba enferma, que su color rosa era un regalo del cielo. El mismo, lo había soñado hace meses cuando Lola nació, pero no lo había podido entender entonces. En sus sueños veía siempre a una ballenita rosa saliendo del agua del mar y volando hacia la luz de la noche.

Ahí estaba frente a él. Lola, existe. Lola es una hermosa ballenita rosada, que tiene el mágico poder de volar, de brillar como una estrella, y también el don de cumplir deseos.

Kika sollozaba al escuchar las palabras del curandero al tiempo que Lola despertó feliz, ya comprendía todo lo que le había pasado todo este tiempo.

Lola sonrió al curandero y empezó a nadar fuera de Cristal Coral, diciendo adiós con su aleta y prometiendo regresar.

Tía Kika preguntó como podía pagar por la ayuda recibida. El curandero le dijo que cuidando que Lola estuviera bien, y que le ayudara a llevar acabo su misión de estrella que vive en el mar.

FIN

En busca de Coral Cristal

Parte II
El Curandero

Tía kika advirtió a Lola que no se separara de ella. Al entrar a la grieta, se vieron rodeadas de una inmensa oscuridad.
La hendidura tendía a ser tan estrecha, que a duras penas el par de ballenas nadaban a través de ella.

Después de varios minutos, salieron a un espacio enorme. Una bóveda gigantesca formada por una pared de cristales diminutos. Entre estos cristales, crecían una infinita variedad de especies dando lugar a la creación del coral más hermoso que hayan visto jamás.

Cientos de algas de diferentes tamaños y colores formaban una espesa cortina imposible de traspasar, pero Tía Kika estaba decidida a encontrar al curandero. Empezó a rondar entre las plantas marinas buscando un camino que las llevara hasta su objetivo, cuando un par de pececillos orientales salieron a su paso.

Lola se escondió tras su tía, y kika a la defensiva trató de explicar porque estaban ahí.

Los pececillos, hicieron señas de que los siguieran, que el maestro las esperaba. Las dos ballenas se miraron como un par de cómplices, y fueron tras los peces.

Nadaron entre un verde-azul que las cegaba, hasta un claro despejado donde se erguía desde el suelo, una gruesa columna de piedra amarilla. Detrás del altar, un ser encapuchado le hacía un gesto con su mano. No podían ver que era, que aspecto tenía, solo alcanzaban a distinguir entre la capucha, un par de ojos.

Tía Kika quiso decir porque estaban ahí, pero el curandero habló:
- Se que han venido hasta Cristal Coral en busca de algún bocadillo o algún brebaje que les proporcione sabiduría o poder, pero aquí no encontrarán nada de eso, su viaje ha sido inútil. ¡Váyanse ahora!

Tía Kika hizo caso omiso a las palabras del curandero y dejó que Lola se acercara a él, al tiempo que preguntaba:

- Curandero, yo solo quiero saber si mi sobrina está enferma, si el color rosa de su cuerpo es normal. Si ella puede morir a causa de ello. Haré lo que me pida…

El curandero miró con curiosidad a Lola. Le pidió que se acercara más, hasta un cristal que pendía del techo de la gran caverna. Lola se acercó, y el cristal empezó a girar al tiempo que lanzaba destellos de todos los colores. Lola empezó a flotar sumida en un ensueño.

Entonces, él habló de nuevo:
- ¡Ella es! No cabe duda, mis visiones eran verdad. ¡Ella existe!

En busca de Coral Cristal

Parte I

El crepúsculo dejaba tenues rayos arrebol sobre la superficie del mar. Lola revoloteaba en el agua tratando de calmar la inquietud que sentía en ese momento. Su tía Kika, disfrutaba de la tibieza del astro rey, mientras aspiraba profundamente el aroma infinito del azul y sal.

Lola no paraba de moverse, hasta que sintió en un costado el coletazo de su tía. Lola soltó un gemido que se terminó diluyendo entre los suspiros de Kika cuando vio desaparecer por completo la luz rojiza del sol, que ya empezaba su cambalache con la blanca luz de la luna.

- ¿Ahora si, tía?- Preguntó Lola.

- Si Lola, ahora si.- Contestó Kika, sumergiéndose de inmediato hacia las profundidades marinas, seguida por Lola que nadaba junto a ella.

Kika era una hermosa ballena gris-plata, y se hacía cargo de cuidar a Lola, su sobrina, una pequeña y linda ballenita rosada que vivía con su tía desde que sus padres murieran en una horripilante caza de ballenas, donde solo sobrevivió ella.

Las dos emprendieron un viaje un tanto misterioso, y hasta peligroso. Se dirigían a la tierra de Coral Cristal. Un lugar ubicado en la última grieta del suelo del océano. Ahí vive el viejo curandero, sabio de sabios, genio de todas las magias, conocedor de todos los poderes.

Se conocían cientos de historias sobre él, pero nadie sabía si eran verdad. Se decía que él posee el don de la sanación, y es por eso que Kika y Lola se decidieron a ir en su busca.

Al parecer, el color rosado de Lola no era normal, y Kika creyendo que se podría tratar de un mal fatal, decidió correr todos los riesgos necesarios para salvar a Lola de fenecer sin haber vivido lo suficiente.

Pasaron algunas horas nadando, siguiendo cuidadosamente, a un grupo de noctilucas que servían como guías hacia Coral Cristal. Cada vez las aguas se tornaban más frías y oscuras. Tuvieron que ofrecer soborno a una banda de anguilas delincuentes que dominaban algunas zonas cercanas a la gran grieta.


De pronto, cuando solo se podía ver gracias a la fosforescencia de sus guías, ahí estaban, justo frente a la gran hendidura en el fondo del mar. Ahora, tendrían que seguir solo ellas dos.

En el desván

En la parte más alta de la casa, en un cuartucho diminuto donde apenas llegan unos cuantos rayos de sol por las desvencijadas rendijas de una ventana, dejaron olvidado a Simón.

Simón fue el mejor amigo de Patty, la pequeña pelirroja de cara pecosa que lo cuido por poco mas de diez años.

Pero Patty creció. Ahora no tiene tiempo para Simón. Ella se pinta las uñas, habla todo el día por teléfono, hojea revistas con sus amigas, y duerme abrazada a un nuevo y esponjado oso que llama Tito en honor del joven que se lo regaló.

Simón lleva tres días acurrucado en un rincón del desván. Le asusta la oscuridad. Se cubre la cara con sus manitas de trapo para no ver las sombras que danzan a su alrededor. Se le han hinchado los ojitos de tanto llorar y las mejillas se le han puesto blandas por tanto mojarse con las lágrimas.

La cuarta noche sintió que alguien lo observaba desde la penumbra.
- ¿Quien está ahí? – preguntó Simón con voz temblorosa.

- ¡Un cachivache! -Contestó una voz.

- ¡Acá otro cachivache! -Dijo una voz mas entre risitas de complicidad.

Simón extrañado se acercó al lugar de donde venían las voces. Para su sorpresa se encontró una muñeca rota del torso y una zapatilla de ballet bastante desgastada que le saludaban sonrientes.

Eran cachivaches, esperpentos abandonados. Ya no servían, eran inútiles. Allende de que los niños habían dejado de ser niños y nos les importaban mas. Como muestra de compasión, los arrumbaban en el desván por no tener corazón para tirarlos a la basura.

Desde aquel día Simón dejó de sentirse solo y triste. A sus nuevas amigas la muñeca rota y la zapatilla rosada, se les unieron una lámpara descompuesta, una escoba maltratada, una pelota desinflada y un patín sin ruedas. Todos eran cachivaches. Todos tenían algo en común, eran viejos y no servían. Pero para ellos la vida empezaba apenas en el desván. Sin clausuras empezaban a ser ellos mismos, sin reservas, sin miedos. Durante el día permanecían quietos y en silencio, pero las noches las convertían en tramas llenas de música y poesía. Eran artistas de su propia vida. Las arañas tejían grandes telones de seda y las luciérnagas alumbraban el escenario con sus panzas. Los grillos tocaban sus violines y la luna sonreía contenta mirando por la ventana.

Todo es verdad… ¿has visto cachivaches en tu desván?