El niño que quería ser azul

Contaré la historia de un niño especial. Chembo lo llamaban. Nadie sabía de donde había venido. No se conocían familiares, ni hogar, ni nada sobre este original chiquillo. Chembo era un pequeño esmirriado y medio feúcho. Flaco como espagueti. De ojos grandes y juguetones color negro azabache. No tenía pelo, o más bien dicho, parecía no tenerlo porque apenas y se le notaba. Los que le conocieron, tenían que acercarse mucho a él para lograr distinguir unas mechas casi transparentes que cubrían su cabeza. Relatan que su piel era de un blanco enfermizo, casi cenizo. Le veían venir y le gritaban: -Ahí viene el niño descolorido. Y todos reían. Se mofaban del pequeño que entristecía con desespero cada vez que escuchaba esas palabras. Mi abuelo me contó que un día, que pasó frente a su casa. Tocó a la puerta y mendingó un pedazo de pan. El abuelo le hizo pasar y le dio de comer. Mientras Chembo comía, le contó al abuelo sobre el viaje que acababa de emprender. Dijo que una tarde, había arribado un circo cerca del pueblito de San Román. Grandes tiendas a rayas, payasos, animales, música y muchos globos de diferentes colores. El no tenía dinero para ir al circo, así que se conformaba viendo de lejos la alegría y alboroto de la gente. Inesperadamente, un globo color azul se escapó del circo y fue a parar a sus manos. El azul era intenso, brillante. Chembo nunca había visto un color así y fue tanta su admiración por el color, que decidió que él también quería ser azul. Le dijo al abuelo que llevaba días buscando ese color; en la floresta, en el río, bajo las piedras, pero que no había encontrado nada. Alguien le dijo que buscara el mar, que no había nada en el mundo más azul que el mar. El pueblo del abuelo estaba justo frente al mar. Chembo se despidió agradecido del viejo y se alejó.

Cuentan que Chembo cuando vio el inmenso océano, saltó de alegría y corrió hasta la orilla. Las olas lo mojaron con su continuo vaivén. El pequeño maravillado vio como su piel se fue tiñendo de un magnífico azul hasta cubrirlo por completo. Chembo se sumergió en el agua salada y desapareció. Algunos dicen que se ahogó, pero el abuelo cuenta que Chembo tan solo se transformó en un extraordinario pez con escamas brillantes de color azul.

Uno de los tipos malos

"El individuo es reportado a la base como ROB-X3. Tiene como objetivo aniquilar a los humanos. Se recomienda un estado de alerta 5". Cambio.

La piñata de Matías

Un rico aroma salía de la cocina: pan de vainilla recién horneado y leche hervida con miel. Matías aún adormilado buscaba a mamá. La encontró afanada en medio de un caos de trastos e ingredientes. Mamá se percató de la presencia de Matías y corrió a abrazarlo gritando, -enhorabuena mi niño ¡Felicidades!- y le llenó de besos tiernos las mejillas salpicadas de pecas.
Matías sonrío tímidamente.

-Está todo listo para la fiesta, hijo.- Decía mamá mientras caminaba de un lado a otro terminando de decorar un gran pastel. - Cuando termines de comer, anda afuera a jugar, tengo que terminar con los preparativos de esta tarde.

Matías salió al patio. Era hijo único y su padre siempre viajando lo hacía sentirse inmensamente solo. Se sentó en un rincón a dejar pasar el tiempo como tantas otras veces.

-SHSS....SHSS

Escuchó un siseo. No miró a nadie.

-SHSS, tú niño, ¡aquí!

Matías volteó hacia atrás y asombrado miró como una piñata le hablaba. ¡No lo podía creer! Con desconfianza se acercó y también le habló:
-¿puedes hablar? Pero, ¿porqué tienes esa carita tan triste?

Piñata le contó a Matías que la habían comprado en el puesto del mercado y ahora se encontraba ahí, sola, asustada, esperando un terrible fin. Matías comprendió que se trataba de la piñata que había comprado su mamá para la fiesta de su cumpleaños. Al verla tan apenada decidió ayudarla a escapar. La cubrió con una manta y justo cuando se disponía a salir de puntillas, mamá lo descubrió.


-¿A dónde vas con esa piñata hijo?- Preguntó mamá.

Matías que era un niño honesto y no decía mentiras, le contó a su madre lo que pretendía hacer. Mamá se conmovió ante la bondad de su niño y le dijo:

-Te contaré una historia, Matías. Hace muchos años, en un lejano país, un mago creó las piñatas con magia especial, papel brillante, confeti de colores y regalos sorpresas dentro. Las piñatas son hechas para dar felicidad. Cuando las rompen, su alma se libera del papel y vuela. Se convierte en sonrisas y alegría.-

Matías sonrió al ver que piñata le guiñó un ojo y le dijo quedito que quería estar en la fiesta. Durante la celebración, los niños felices rompieron la piñata al ritmo de música y risas. Piñata agradeció a Matías haberla convertido en alegría y le brindó una sonrisa antes de rasgarse en papelitos que volaron con el viento.

ALEJO CONEJO

Ya era de mañana y un sol inmensamente amarillo y redondo enhorabuena saludaba con una gran sonrisa a la tierra, las montañas y al río de agua transparente y fresco que recorría en enmarañados cauces todo el bosque. Junto al río, un gran eucalipto se erguía orgulloso de sus años. Su tronco arrugado parecía agradecer la tibieza del amanecer y sus ramas aún bañadas de rocío se sacudían la pereza. Entre sus gruesas raíces, una madriguera había sido construida tiempo atrás, pero ahora estaba abandonada. Ese nuevo día, también saludaba a un recién llegado.

Alejo Conejo llegó empujando con esfuerzos una desvencijada carretilla que apenas se movía. Alejo, venía de un lejano lugar huyendo de la crueldad y la maldad del mundo. Un amigo, Lucio el pájaro carpintero, le habló de un bosque escondido donde reinaba la armonía y la paz. Alejo Conejo no dudó un solo instante, iría hacia allá.

Cuando llegó, los lugareños lo miraban con desdén y murmuraban:
-¡Un intruso!, -decían algunos.
-¡Un viejo!, -decían otros.
-¿Que llevará oculto en esa carreta?
-No permitamos que los niños se le acerquen.
-Está todo sucio y harapiento!
Y mucho más decían las mamás ardillas, los búhos, los zorrillos y zorros. También la familia de ciervos prefirió no acercarse al extraño.

Alejo Conejo buscó un sitio alejado del bullicio. Encontró la madriguera abandonada junto al río y preguntó al eucalipto si podía usarla para vivir ahí. El gran árbol no tuvo objeción alguna y le brindó el calor de sus raíces.

A los pocos días, Alejo Conejo había arreglado el lugar. Todo lucía limpio y ordenado. De su vieja carreta había sacado libros que éste cargaba a donde quiera que fuera. Alejo Conejo se dedicaba a ir de lugar en lugar leyendo y contando las historias que guardaban todas esas páginas en sus libros.

Una tarde, Alejo Conejo se sentó en una piedra junto al río y empezó a leer en voz alta. Eucalipto lo escuchaba con atención. El río silenció sus aguas por un momento y escuchó también. Alejo Conejo poseía un don especial al leer. Atrapaba con su voz y envolvía de mágicas escenas el ambiente. Confeti de colores, música, y serpentinas, aparecían y desaparecían como regalos fantásticos.


Pronto, todo el bosque disfrutaba de sus cuentos y leyendas. Al final, Alejo Conejo fue aceptado en la comunidad. Su aspecto descuidado, sus rasgos torpes y su vejez, no impedían que Alejo Conejo fuera un ser bondadoso y mágico.

Papelerito

La luna aún se vislumbra en el cielo. El frío de la madrugada se mete debajo de la piel haciendo titiritar a Joselito que prepara con mucho cuidado los paquetes que le asignaron para el día que pronto comenzará.

Joselito es un niño de diez años que cada mañana llega en espera de su turno en el almacén de la esquina de la calle Siete y Buenavista en el centro de la ciudad, donde el viejo Poncho se encarga de repartir la mercancía a otros tantos como él que trabajan desde temprano. Son papeleritos. Justo antes de que el sol asome, decenas de chiquillos recorren las calles de la ciudad gritando las noticias más sobresalientes del mundo entero.

Joselito llegó de los primeros al almacén, así que tendrá la oportunidad de salir antes que los demás y escoger un buen lugar para su venta. Siempre dice sonriente al pasar junto a la fila de compañeros “al que madruga, dios le ayuda.”

Pero no siempre puede sonreír. Hay días que no vende más de un par de periódicos. Hay otros que le han robado lo ganado y tiene que restituir lo perdido trabajando días sin paga. Hay momentos en que parece perderse en un pandemónium.

A sus diez años aún no ha asistido a la escuela. No sabe leer, no sabe escribir más que su nombre, una sola palabra. Su madre lo abandonó, su padre no sabe si existió. Vive en una casa de cartón en el patio de una mujer que se apiadó de él y dejó quedarse ahí, pero tiene que pagar una cuota.

Aún sabiendo que el panorama de su vida es deprimente, Joselito lleva meses saltando la barda que rodea un colegio privado cerca de la zona de sus ventas y consigue aprender y memorizar lo que un maestro imparte en un salón. No tiene papel, ni lápiz, solo cuenta con su hambre de aprender.

Por las tardes de regreso a casa con algunas monedas, repasa lo aprendido en clase. Una sonrisa pinta su rostro candoroso cuando puede recordar la lección. Se prometió aprender a escribir y a leer. Sabe que del pasado nada puede hacer. Entonces decidió cambiar su futuro. Un día ya no venderá el periódico, un día se sentará en su propia oficina a leerlo. Un día dejará la mitómana obsesión de solo desear otra realidad. Ya no será papelerito.