Soñé con dinosaurios y se vinieron a vivir a mi almohada. Son un poco traviesos, y me acompañan todas las noches. Ya no les temo a la sombras ni al armario con sus ruidos, los dinosaurios me cuidan, son mis grandes amigos.
Soñé con dinosaurios y se vinieron a vivir a mi almohada. Son un poco traviesos, y me acompañan todas las noches. Ya no les temo a la sombras ni al armario con sus ruidos, los dinosaurios me cuidan, son mis grandes amigos.
Cuenta la historia que hubo una vez una princesa muy bella, fue secuestrada y encerrada por una bruja que vivía en una torre escondida en un tenebroso bosque. La princesa era hija de un rey regordete venido a menos que le debía cientos de favores a la vieja hechicera y como nunca le pagó, ésta en venganza tomó prisionera a la joven doncella. Entonces, un valeroso príncipe del reino vecino se enteró de la desgracia de la pobre princesa y le ofreció al padre rey rescatarla a cambio de su bendición para cortejarla y posiblemente casarse con ella. El rey gustoso accedió y así sucedieron los hechos.
Una tarde, el príncipe se encaminó por una siniestra senda hacia el bosque perdido. Llegó hasta la torre que estaba rodeada de una acequia que contenía monstruosas criaturas y que el mozo supo sortear con criterio y valentía.
Sorprendió a la bruja cuando ésta dormitaba y fue fácil acabarla atravesándola con su espada mágica haciéndola desaparecer para siempre.
Contento subió hasta la habitación donde se encontraba la princesa. Ahí estaba ella tendida en una cama. El príncipe se sorprendió al verla. Era un encanto sublime. La claridad de sus cabellos, sus mejillas sonrosadas y sus labios rojos, atenuaban más la hermosura de la damisela.
Se aceró despacito a la cara de la princesa con la intención de besar sus labios, pero antes de hacerlo escuchó unos extraños ruidos. Esperó unos segundos y no escuchó nada más. Al intentar de nuevo el beso, escuchó de nuevo unos ruidos, pero ahora más fuertes. No hizo caso de nuevo.
Otra vez el rijoso sonido le interrumpió, pero esta vez se dio cuenta que los ruidos salían del cuerpo de la princesa. Se acercó más a ella y reconoció ese extraño e incómodo ruido que hace el estómago cuando algo sucede ahí dentro.
Sin darle más importancia intentó por cuarta ocasión besarla. Acercó su boca a la de ella y justo al posar sus labios, la princesa entreabrió su boca y soltó un virulento eructo desde el fondo de sus entrañas que fue a dar directo a la cara del príncipe que atolondrado dio un salto hacia atrás.
-puafff- dijo el príncipe –creí entender que en esta historia no habría dragones….ufff… -
Al final discutieron y cada quien se fue por su lado.
Y Colorín Colorado, esta historia ha terminado.
No se sabe si existió de verdad. Pero cuentan que vagaba por las calles de la ciudad buscando todo tipo de cosas que llevarse en un costal percudido que siempre cargaba con dificultad en su hombro izquierdo. Los que alguna vez llegaron a verle, dicen que era un viejo sin empatía, entrado en años, desaliñado y mal oliente, con el pelo enmarañado lleno de piojos, la boca desdentada, los ojos hundidos, la piel llena de llagas, las uñas largas y filosas como las de una bestia y la mirada enfurecida y lascivia, y para rematar, algo cojo. Toda una facha. Para algunos se había convertido en el hazmerreír; para otros, era un brujo que practicaba magia negra y hacía desaparecer personas usando el roído costal. Otros cuentan que tan solo se trataba de un hombre caído en desgracia. Que había sido un soldado en las guerras de otros continentes, y que al verse sin fortuna y derrotado, emprendió un viaje sin final en tierras lejanas donde no fuera conocido. Un vagabundo errante sin sitio, sin familia, sin un hogar. Recorría todos los caminos, en todas direcciones, recolectando cachivaches, trebejos, pero sobre todo, niños.
No ha habido hogar en el que el viejo no sea conocido.
–Si te portas mal, te lleva el viejo del costal.-
- Si no duermes la siesta, vendrá el viejo del costal.-
Esas advertencias nunca fueron en vano, porque dicen que a los niños desobedientes se los llevaba el viejo.
Llega por las noches, escondido entre las sombras, entra en las habitaciones y mete al sucio costal a todos esos pequeños mal portados.
Al parecer el costal es tan solo una ventana a un mundo diferente. Ahí llegan chiquillos de diferentes lugares y razas, y son castigados por su pobre comportamiento. Los que perseveran y aprenden buena conducta, pueden regresar con sus padres. Los que no cambian su forma de ser, se convierten en grandes árboles con gruesas raíces bien metidas en la tierra para que no pueda moverse y nunca mas pueden volver a su mundo real.
Quizás tan solo sea un cuento, nunca se sabrá con certeza, por eso, es mejor portarse bien y no desear el mal. Tal vez allá afuera, oculto en los callejones, ande el viejo del costal.
Ya pronto será la noche tan temida en que las brujas y los espantos despiertan de su letargo. Las brujas vuelan en sus escobas y se reúnen en un antiguo bosque detrás de las nubes. Ahí sacan sus calderos y los cuelgan sobre fogatas. Hierven aguas de pantanos y preparan pociones verdosas para darle de beber a sus prisioneros que mantienen en jaulas redondas que cuelgan sobre las ramas de tenebrosos árboles.
Gusanos y pelos, arañas y sapos, todos van de ingredientes al caldero.
Los espantos salen de las tumbas abandonadas de viejos panteones y se unen al jolgorio de sus amigas brujillas. Todos se preparan para salir en busca de víctimas que poder cocinar en sus sopas.
Estos seres malignos, se alimentan de malos comportamientos, de pésimas actitudes, de malcriadeces, de malas palabras y malas notas escolares. Siempre van tras los niños que son malos y no se saben portar.
Sucede en las noches de octubre. Cuando la luna se llena misteriosamente de una intensa luz amarilla. Cuando los gatos se vuelven negros y sus ojos sacan chispas infundiendo temor. Cuando las puertas en las casas chirrían y los pisos crujen. Cuando las sombras en las paredes se mueven grotescamente haciendo que el corazón lata con fuerza en el pecho.
¡Hay de aquellos niños que se portaron mal durante el año!
Las brujas maldosas llegarán y los subirán a sus destartalados escobones. Los espantos se meterán por las rendijas de puertas y ventanas y los atraparán. No podrán escapar. Los llevarán entre laberintos oscuros de contornos siniestros donde miles de ojos rojos los mirarán.
Los niños que saben que han hecho algo mal, esperarán en ascuas en sus camas. Arropados hasta la cabeza, con sus cuerpos laxos por el miedo. Saben que las gentilezas de última hora, de nada les servirán, ya es tarde para cambiar.
Pero a pesar del terror y lo malévolo de estos seres, siempre dan una oportunidad. Si el niño se arrepiente de su maldad, las brujas y espantos, no se los comerán.
No nací en un hospital como cualquiera. Llevo una cruz en mi espalda. Unos trozos de maderos viejos y carcomidos soportan mi cuerpo abultado pero ligero. Mis tripas son de paja. Mi sangre es amarilla y seca. Es de paja también. Mis ropas son las más usadas, esas que ya nadie quiere y dicen que a nadie sirven. A mí si me sirven. Me protegen del duro frío, y del intenso calor. No tengo manos ni pies. Pero con el tiempo, modelé lentamente y con paciencia unas pequeñas manos y unos descalzos pies. Tengo manos con las que acaricio la suave brisa. Tengo pies con los que acaricio la tierra y las plantas, y que remojo en el agua que se encharca. Un gran sombrero adorna mi cabeza. La verdad es un gran sombrero, porque tengo una gran cabeza. Redonda y gorda. Mi cara no pudo ser mejor. Parece que algún artesano la hizo con toda delicadeza. Un par de botones color café son mis ojos. Una tapa de alguna botella me sirve de nariz, y una boca grande y sonriente bordada con hilo rojo.
Me llaman espantapájaros. Mi dueño me creó para que trabaje aquí en su parcela. Se supone que ahuyente las aves pendencieras que se comen su trigo. Aquí entre nosotros, tengo un secreto: no hago nada de eso. Yo no espanto aves ni otros animales. Descubrí que es mejor ser amigo de todos ellos y llegar a un acuerdo amistoso. No falta alguno que otro pajarraco terco que se pasa de listo, pero al final nos dejamos de complejos conflictos y seguimos manteniendo la armonía en el lugar. Ser este muñeco que sé causa risa o lástima a los humanos, me ha permitido conocer un mundo que ellos ni siquiera han llegado a imaginar. He podido conocer cada gesto de la luna. Cada historia de enamorados que suele contar. Reconozco cada sonido de la noche. Cada lamento, cada alegría de las sombras. La música de los grillos, cada uno de los destellos de los cocuyos, y todos los murmullos del viento y sus cantares. Ser un mono de trapo y forraje me hace sentir feliz y afortunado, no hubiera podido ser algo mas. No me gustaría haberme perdido de alguna noche de luna llena.