NO HAY DESPEDIDA
Hace algún tiempo puse aquí un texto titulado “Confidencias” donde una vez tuve una despedida interrumpida, suceso que me valió para ser capaz de soportar la enfermedad y la muerte, ambas caprichosas, antojosas y malcriadas; te vacilan, te sacuden, te sumen en la confusión y aprendes a ser guerrera de lo inesperado.
Junto a él me era fácil ser valiente, con su dolor era capaz de ignorar el mío, con las lágrimas que le vi derramar agotado en su sufrimiento hacía que las mías sólo fueran agua salada. Demasiadas noches y días tuvimos que pasar por aquellos pasillos y cubículos de vampiros blancos, rojo y blanco, dolor y descanso, pero al final estaba la alegría de volver a casa, la ironía de jugar con los sucesos haciendo juegos de palabras, tramar alguna pillería para aquel cuerpo en el que mandaba su alma… y allí estaría mamá con sus suspiritos y sonrisa perpetua aún estuviera pendida de un frágil hilo y, yo, derechita a la cocina a poner aromas de café mientras Juan le inventaba un mundo divertido repleto de pecados, para terminar, en el abrazo de mi pequeña asustada y recordarme que además de ser hija era madre.
Mas llegó el día en el que no me esperaste, decidiste marcharte sin despedida, sólo un pequeño gesto al tocar tus manos heladas cuando unas máquinas te obligaban a permanecer. Me dejaste la peor parte del último aliento inconsciente, lo hiciste así porque sabías que la Pilichi aguantaría, siempre lo hace… pero que sepas, que me has destrozado el corazón, que me has roto en trocitos que iré recogiendo como siempre, sin que nadie se dé cuenta, porque a pesar de mi dolor, ya nos hemos dicho, muchas veces –sin decir- lo mucho que nos queremos.
No se te olvide en mis sueños, enviarme dibujitos y versos.
Carmen Expósito 11 de agosto de 2010