... Una de Colmillos
“Hay acciones a las que el “civismo” impide dar una explicación, sentimientos humanos que han de ser limitados por aquello de la racionalidad de la especie, pero lo cierto es que somos como somos: naturales, imprevistos, ocasionales, circunstanciales y un largo etcétera que de ninguna manera nos engloba como imperfectos.”
Este era uno de los pensamientos de Isora, así los escribía preparando una de sus clases, intentando justificar o tal vez, para ocultar un impulso que la traía un poco de cabeza ya que empezaba a dudar de su límite.
Siempre se le había inculcado el control de todos los deseos, cualquier anhelo o sentimiento, eso era lo que nos diferenciaba de las bestias. ¡BESTIAS! sonaba tan horrible, aunque en realidad es lo que somos todos, animales, esa era su manera de ver el mundo; las calles estaban llenas de ellas, los aeropuertos, las playas, su trabajo, su gimnasio, su casa, era un mundo por y para bestias.
Empezó desde que era una bebé, como todos los gestantes apretaba sus encías contra todo aquello que encontraba: su pequeño puño primero, luego el dedo de cualquier imprudente que dejaba realmente dolorido al intentar recuperarlo y, finalmente, fueron utensilios creados para tal fin.
En el jardín de infancia empezó a descubrir variedad de texturas con lo que ya eran sus primeros dientes blandos, pero aún así, los clavaba casi hasta el dolor. No, mejor, placer.
En el colegio destrozaba todo lo que se ponía a su alcance, siempre que no se ablandara, detestaba la sensación esponjosa hasta la arcada, ver sopas de pan o galletas en el café con leche, era tema de pesadilla.
Cuando su dentadura obtuvo consistencia, el descubrimiento de sus colmillos puntiagudos fue el máximo gusto. Se había convertido en una experta, hacía minuciosa selección de productos que llevarse a la boca para hincarles sus placenteros instrumentos, solo degustaba texturas gomosas y resistentes. Se acabó dejar bolígrafos y tapas de botellas de agua como crujientes snaks. Sin duda, se había convertido en una mujer selecta.
Poco a poco fue dejando los objetos por aquello del autocontrol, se intentaba convencer, aunque no sé si fue peor el remedio que la enfermedad, porque ahora lo que estaba más a su alcance eran las bestias como ella. Empezó a sentirse cazadora, sí, eso era, siempre lo fue, un animal de caza controlada.
A veces llegaba a sentir verdadero miedo, miraba a los hombres, generalmente a sus músculos: brazos, pecho, bíceps… estos últimos eran su debilidad. Mientras caminaba por la cinta andadora, miraba descaradamente a sus compañeros de gimnasio que quedaban justo en frente, de espaldas a ella en el banco de fuerza, veía aquellas espaldas contrayéndose y su boca se hacía literalmente agua, de manera desmesurada notaba como sus encías se encharcaban y la saliva corría por sus colmillos, escapándosele por la comisura de los labios. Sorbía desesperada, mientras ponía la cinta a mayor velocidad para distraer su particular pasión ¿u obsesión? ¿Caníbal? –se preguntó- como también se preguntaba hasta dónde sería capaz de llegar. Sus amantes, hasta ahora, pensaban que sólo era un juego sexual en el que algunos momentos apretaba más de lo que hubieran deseado, pero nunca llegó más allá, nunca llegó a penetrar sus colmillos en la carne, quizás porque era justamente zonas musculadas, difíciles de penetrar, aunque ella volvía a decirse: “autocontrol” Isora ¡Controla!.
Lo realmente cierto y placentero era como esos dientes en particular eran empujados hacia sus encías mientras mordía, produciéndole un gozo especial, indescriptible, dejando la zona mordida cubierta de abundante saliva que intentaba limpiar de modo que no se notara su imagen de fiera en puro desenfreno, si era descubierta, sabía que produciría pánico en su presa y le sería prohibido su mejor manjar.
Con el tiempo los bíceps, tríceps y glúteos empezaron a no ser suficientes, quería seguir conquistando y su gran trofeo sería conseguir lo más mimado, protegido y endiosado por los hombres, su nexo y su plexo, su universo: el pene.
Había quedado con Rayco, lo había conocido en el Gym. Se preparaba ante el espejo del armario y sintió que tenía un ligero temblor en los muslos que le costaba controlar. Era un gran día. Este muchacho estaba de lo más apetecible, no había la más mínima capa de grasa bajo su piel fibrosa, ancho, poderoso, su gran y suculento manjar. No iba a desaprovechar esta oportunidad, estaba dispuesta a todo. A la vez que cepillaba sus cabellos, estudiaba cada paso, cada detalle, llevárselo a la cama no sería difícil; una vez in situ tenía que ser delicada y lenta, cuanto más tardara con los juegos preliminares sabía que su banquete se inyectaría totalmente de sangre, poniéndolo en su punto perfecto de cocción “al dente” ¡mmm! se relamía, repasó nuevamente su carmín.
Era finales de primavera, así que su vestido de gasa azul no parecería atrevido, su transparencia hacía adivinar su ropa interior en un tono ligeramente más oscuro, sabía que estaba realmente sensual y puso morritos de un rojo intenso.
Habían quedado en los aparcamientos de un coqueto restaurante de decoración clásica y floral. Llegó ella primero, él aparcó en frente, así que le vio bajar de su vehículo. Llevaba un traje color vino con una camisa salmón, le pareció inmensamente atractivo, nada que ver con la imagen que tenía en ropa deportiva, realmente parecía un modelo masculino sacado de un anuncio de colonia. Salió rápida a su encuentro, sintiendo nuevamente el temblor de sus muslos.
Todo fue como se esperaba, después de todo siempre era igual, las mismas frases, los mismos juegos, así que se fue relajando y acomodando, planificando astutamente los últimos detalles para llegar a su momento de éxtasis. Desde que iban por el segundo plato, se podría decir que ya no le escuchaba, era todo perfectamente mecánico, aunque no se le notaba en absoluto.
Cuando acabaron, él le sugirió dar un paseo por la Avenida Marítima y, por supuesto, ella aceptó, aunque algo molesta, empezaba a sentir prisa, aunque le vendría bien digerir antes la cena.
Parados frente al mar, Isora se puso remolona, entre roces y caricias, hasta que buscó su boca y le besó apasionadamente como sello final a aquel paseo, él la siguió, así que le invitó a su casa.
Una vez en ella no tuvo más miramientos ni actos de cortesía, encendió las luces justas para llegar a la alcoba, no deshizo la cama, se apresuró a desnudarle y desnudarse, no se mostraba nervioso ni sorprendido, así que siguió con lo previsto.
Por fin estaba donde tenía que estar, en su punto cálido, en su ambrosia codiciada, ante su músculo deseable, sus labios saboreaban el postre final, tan meticulosamente elaborado para ella, impaciente e impactante, palpitante. Su boca hormigueaba percibiendo su próximo momento de clímax, paseaba su glande por la textura de sus dientes e introdujo lentamente su colmillo en tan pequeño orificio, su presa extasiada no pudo acertar de donde provenía aquel fino placer, hasta que por fin sujetó tremendo chupete y cual pirata desalmada con puñal entre los dientes, mordió la rígida daga, sobresaltado tensó sus piernas en un ahogado aullido, pero ya era tarde, ella enterró sin piedad sus colmillos, jamás había sentido aquel orgasmo canino, ni pudo volver a sentirlo nunca, ya que un brutal golpe de puño, acabó con sus tesoros rodando por las sábanas.
“La sociedad se agrupa en conductas reglamentadas como racionales, el pensamiento es el poder que posee el ser humano para sobresalir de las demás especies, por eso es el rey del universo conocido”
Isora esta vez leía un pequeño ensayo de uno de sus alumnos de bachillerato, ya no tenía que auto convencerse de nada, estaba segura que era una bestia más en un mundo de bestias.
© Chajaira (Carmen Expósito)
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