LA MIRADA - Joan Castillo
Hace alrededor de tres meses, justo la noche en que terminé mis relaciones amorosas con Ana, unos cuantos días después de haber contratado a una asistente, Carmen, para los quehaceres domésticos de mi quinta, fue que la sentí por primera vez. Cuando el PC estuvo completamente encendido, percibí como que el monitor me miraba. Y digo el monitor porque mi ordenador no dispone de Cam. Recordé que no me había tomado ni un vaso de cerveza. Abrí el programa Excel para introducir las facturas del día y hacer los ajustes de lugar, pero me sentía perturbado, no lograba concentrarme. Sentía que algo, como una contemplación imprecisa, a través del monitor, me miraba fijamente. Sin parpadear. Para asegurarme de que era algún conflicto de hardware o software reseteé el computador, salí afuera, encendí un cigarrillo que fumé hasta tocar el filtro y regresé. Y allí estaba, como una mirada inquieta, curiosa. Me quedé fijamente observando el monitor por un largo rato, no vi nada, no escuché nada, entré y salí inútilmente a varios programas y no encontré absolutamente nada anormal, pero la presentía, sabía que me observaba; pude incluso intuir que era una preciosa mirada femenina y no miento cuando digo que la creí preocupada, quizás porque la había descubierto.
Pensé que talvez me encontraba muy agotado; era posible que algunas pastillas que tomé la semana anterior para aligerar la gripe pudieran provocar efectos colaterales a corto plazo, por igual un virus informático, todo era posible, especialmente esto último. La cuestión es que no hice mis trabajos personales ya que no pude conseguir la concentración necesaria. Me dormí dejando un antivirus actualizado ejecutándose en el compu. En la mañana, estaba ahí, esa especie de espía amorosa continuaba mirándome. Prácticamente devoré sin darme cuenta el desayuno que me había traído Carmen; Apagué el computador y me fui a trabajar. La busqué sin éxito en el PC de la oficina.
Ese día no dejé de pensar en ella, y al salir de la oficina, no fui al open bar que acostumbro, salí derecho a casa, encendí el computador, y de nuevo la presentí. Apagué el PC y lo encendí de nuevo y estaba allí; completamente turbado, cambié el monitor por el de un viejo ordenador que guardaba en el Desván, y seguía allí, de manera que no era cuestión del monitor. Por igual descubrí que no era paranoia ni psicosis, ya que no ocurrió con la prueba que hice en otro ordenador, Tampoco ocurrió en mi propio PC al moverlo de mi habitación, es decir, su presencia, sus indagatorias, sus requiebros si se pudiera decir, solo ocurrían en la intimidad de mi habitación. Finalmente, después de todas las pruebas, sentí sus ojos mas duro como diciéndome: “De ahora en adelante tendrás que acostumbrarte a mi".
¿Y por qué no acostumbrarme? ––me pregunté, porque además, era como una mirada cariñosa, como unos ojos dulces que deseaban hablar, confesar algo, quejarse quizás, hablar de sus recelos, amores, deseos, frustraciones y hasta de sus desvelos. Quizás quería saber los míos. Me hice de cuenta que ella era una conjunción de todos los seres que me amaban por lo que esa noche trabajé bajo esa mirada indiscreta, de la que estaba seguro, me observaba. Lo más curioso es que traté de hacer mi trabajo lo mejor posible para agradarle. Nunca fui tan certero y eficiente como esa noche.
Finalmente me acostumbré, tanto que percibía su alegría cuando encendía el PC y su adiós entristecido cuando lo apagaba; su inconformidad cuando manejaba paginas Web que al parecer le disgustaban, como las p ornográficas; apreciaba sus ojos relampaguear de alegría cuando entraba a paginas literarias, de poesía o de música; por igual terminó tranquilizándose, como si durmiera, cuando trabajaba, pero lo mejor de todo es que cuando los Estados de Resultados me eran desfavorable presentía su mirada dentro de una tristeza irreprimible, y parpadeaba como queriendo animarme. ¿acaso me amaba? ––llegué a pensar.
Llegó el momento en que ya no podía trabajar sin ella, sin esa mirada que se contraía a veces entre el llanto y la alegría, entre la felicidad y el dolor, dependiendo de mis estados de ánimo, que lloraba y reía conmigo, y crecía día a día mi esperanza de verla, de observar de manera objetiva esos ojos de color indefinido y conversar con ella y descorrer sus alegrías y pesares, y claro, contarles los míos. Decirle por ejemplo que había redactado una carta para Ana pidiéndole que volviera. El Martes pasado, al regresar del trabajo me fui directo al PC a hacerle el guiño acostumbrado antes de cenar, y no estaba.
Encendí y apagué el PC varias veces, pero no la intuía. El corazón me dio un vuelco. Se había ido. Un dolor penetrante se apoderó de mi, no podría creer que ella se marchara, sin decirme adiós y sin motivo, o acaso hice algo que le molestó tanto. ¿que hice? ¿que dejé de hacer? se fue a observar a otro, ¿celos? si, no lo niego, sentí celos cuando pensé que me había abandonado para curiosear a otro que quizás le obsequiara actividades mas interesantes que las mías. Me acosté derrotado, sentí que ya no era el mismo. No pude dormir, no sé cuantas veces me levanté en la noche a encender y apagar el computador.
Pasaron los días y no volvió. Los trabajos se atrasaron, no me atrevía a encender el computador. su no presencia me hacía demasiado daño. Las noches de insomnios con sus terribles secuelas de pesadillas se adueñaron de mi existencia; perdí el entusiasmo para todo. Creo que Carmen lo notaba, ya que aprecié que sus atenciones se acrecentaron.
Me sentía triste, desconsolado, solo. Una noche, cuando ya entendía que estaban a punto de llegar ellas, las pesadillas, percibí que mi habitación se convirtió como en un micro universo de luces brillantes multicolores donde reinaban la belleza y la armonía, y un aroma como de sándalo se esparció en toda la casa. Una paz indescriptible ocupó mi espacio espiritual y el de mi entorno vital.
––debe ser ella, ––me dije, y apresurado me lancé de la cama, encendí el PC y la sentí, aprecié de nuevo su presencia, y esta vez, emocionado, estaba decidido a verla; abrí todos los programas: música, video, contabilidad, procesadores de textos... La premura y la precipitación con que abría y cerraba archivos y programas no me permitió notar que la noche se había ido, vine a saberlo cuando Carmen me llevó el café de la mañana, justo en el momento en que encontré una pista, la única, faltaba un archivo de texto reciente.
Alguien lo había robado por no decir que alguien lo había borrado o viceversa: La carta sin enviar, pidiéndole a ana que volviera. Reflexioné entre una inmensa alegría y mi absoluta falta de entendimiento de lo que sucedía. Parecía un juego. Un juego que me llenaba de un amor infinito por la vida, me sentí enamorado como un insensato, porque no sabia de quién y por quien estaba ebrio de amor. ¿locura? preciosa locura. No había hablado con nadie para que no me tildaran de loco, mas en ese momento sentía tanto alborozo que decidí contárselo a alguien, podría ser a Carmen, tan tímida, tranquila y discreta, si, era la persona indicada para narrarle este maravilloso evento, este mundo exquisitamente nuevo que se abría ante mis ojos. Salí cantando de mi habitación y me dirigí a la cocina, no estaba, dirigí mis pasos hacia su cuarto; toqué, nadie abrió, pero me sentía tan gozoso, ingenuo e hipnotizado a la vez, que entré sin permiso.
Un aroma de bosque virgen encendió mis sentidos estéticos al entrar a su habitación, pareciera que la fragancia de todas las flores del mundo se mezclaban en aquel cuarto tan ordenado y sobrio. Por primera vez vi a Carmen sin el delantal y la ropa de cocina, era bella, su piel, de un color canela embriagante me lucia tan terso que hasta quise tocarla, su pelo negro brillante caía como en cascada por sobre unos hombros perfectos, se encontraba de espalda frente a una pequeña biblioteca, alcancé a ver algunos tomos de poesía y literatura; Me quedé como ensimismado ¿cómo no había notado que Carmen era tan atractiva? le pedí perdón por haber entrado sin tocar y le dije que deseaba conversar con ella. Giró su rostro y pude ver los labios más sensuales que alguna vez conocí; Entonces la miré a los ojos y me asusté. ¡Esa mirada! clavó sus hermosos ojos marrones sobre los míos en una mirada sostenida que no pude soportar. bajé la cabeza, observé sus piernas, tan pulcras, tan tersas, eran igual de hermosas, seguí bajando la frente y di un paso atrás para salir. ¡Esa mirada!. Encima de la cama alcancé a ver un laptop Dell Inspiration, de los modernos. Nunca le pregunté a Carmen sobre sus gustos literarios mucho menos por sus conocimientos informáticos. Cuando la recomendaron solo me dijeron que era una perfecta ama de casa, ordenada, limpia e inteligente, pero ese laptop, esos libros de poesía y literatura, esa mirada...
Joan Castillo
Derechos reservados.
No hay opiniones, todavía
El formulario está cargando...