El artefacto

Un radiante sol anunciaba el día. Sebastián dando un buen suspiro se levantó de la cama. En la cocina, su madre le esperaba con una taza humeante de avena con miel color ámbar. Su padre se despidió de él no sin antes darle un paquete. Le abrazó y salió cariacontecido. No le volvería a ver hasta dentro de unas semanas, el trabajo le hacía pasar temporadas fuera de casa.
La pobreza exigía grandes sacrificios para sobrevivir. Pronto sería invierno y tenían que aprovechar el tiempo en hacer leña y recolectar frutos secos. La madre de Sebastián le urgió para que abriera el presente. El niño haciendo a un lado un trozo de pan, colocó el envoltorio en la mesa y lo desenvolvió. Se encontró con una cajita rectangular. Abrió la caja y dentro descubrió un artefacto. Un artilugio cilíndrico color dorado.
-¿Qué es?- Preguntó Sebastián a su madre.
-Un caleidoscopio,- contestó ella dulcemente. Le besó y le invitó a salir a jugar.
Sebastián estaba feliz, fue a sentarse bajo la sombra de un árbol entre la hojarasca, sacó de nuevo el caleidoscopio y se atrevió a mirar por uno de sus extremos.
¡Qué gran sorpresa se llevó! ¡Todos los colores estaban atrapados en el fondo del artefacto!
Se sintió tan atraído por la novedad del regalo, que se olvidó de sus tareas y pasó la tarde jugando con él.
De pronto, notó que su cuerpo se hacía más y más pequeño. El caleidoscopio quedó junto a las raíces del árbol. Sebastián vio que tenía el tamaño perfecto para pasar por el orificio del aparato y entró en él. Un universo de cristales geométricos. Prístinos colores. Gigantescos diamantes desfilaban ante él. Los cogía entre sus manos y llenaba sus bolsillos, aún cuando ya no podía, Sebastián seguía recogiendo diamantes. Sería rico, pensaba. No tendría que trabajar más.


Pero una imagen grotesca apareció en un espejo. Un terrible monstruo.
-¡Ambicioso! ¡Perezoso! - le gritó con fuerza.
Sebastián horrorizado comenzó a correr dando tumbos dentro del caleidoscopio que giraba y giraba sin parar. Sebastián abrió los ojos y estaba de bruces en el suelo. Se rió de buena gana algo nervioso; todo ese tiempo había estado soñando. Se sacudió y regresó a casa en el ocaso. Que gran sueño, pensó. Pero lo que Sebastián no vio, fue una luminosa estela de piedrecillas por todo el camino que dejó en su andar.
Después de todo, tal vez no fue tan solo un sueño.

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