Bolitas

Llegó el día tan esperado de muchos chiquillos: la primera nevada de la temporada invernal. Había nevado durante la noche, así que el nuevo día regalaba a la vista un maravilloso y blanco paisaje. Las aventuras no se hicieron esperar. Niños corrían alegres sobre la nieve; otros jugaban a tirarse con proyectiles, y algunos se deslizaban en improvisados trineos colina abajo.

Cerca de ahí, en los límites del bosque, un par de niños construían afanados un muñeco de nieve al que bautizaron con el nombre de: Bolitas.

Tres bolas de diferentes tamaños en secuencia de abajo para arriba, comenzando por la más grande, constituían el cuerpo de Bolitas. Completaban el muñeco, un par de ojos negros y grandes, una nariz naranja y una boca que dibujaba una amable sonrisa.

Al principio Bolitas era la sensación, pero al pasar el tiempo, los niños se fueron olvidando de él. El invierno encrudeció haciendo los días difíciles para salir a jugar o simplemente pasear por los alrededores. Las aves y animalitos, corrieron a refugiarse en sus nidos huyendo del terrible frío. Solo Bolitas permanecía inerte frente al temporal.

Bolitas apesadumbrado y triste, se lamentaba de su condición. Solo, sin amigos, hecho de nieve y creciendo sin parar con cada tormenta. Pronto sería una mole sin forma alguna, salvo por alguna joroba que quedara dibujada en su ya abultado cuerpo.

Una noche sin luna, el viento arreció con fuerza. La nieve volaba en remolinos cubriéndolo todo de un grueso manto blanco. Bolitas resignado a su suerte, se dejó envolver hasta desaparecer en un montón helado. Y ahí, desde adentro, lloró lágrimas de cristal.


Su llanto fue escuchado por un hada. El hada Blanca de la nieve. Sintió tan profunda y cetrina la tristeza de Bolitas, que prometió concederle un deseo.

Sin saberlo, Bolitas pensaba debajo de la nieve, que sería maravilloso que él pudiera caminar y viajar a lugares lejanos, sin que su cuerpo se derritiera. Le encantaría ir a la playa y conocer el eterno mar y bañarse entre sus olas.

El deseo de Bolitas se hizo realidad. De pronto comenzó a menearse y sacudió toda la nieve de encima. Sin creerlo aún, se dio cuenta de que podía caminar, y saltar. Feliz por su sueño hecho realidad, empacó en una petaca un sombrero, unas sandalias y lentes para el sol.

Y con paso firme, se alejó silbando una alegre canción.

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