Llegó el otoño con sus eternos colores de naranjas y amarillos coloreando las veredas con una mullida alfombra de hojarasca del viejo bosque. Sus habitantes, poco a poco se preparan para el cambio de estación, y se les va el día y noches, en preparar sus viviendas y la recolección de víveres; entre tanto, se sentía un clima de armonía y felicidad.
Era domingo temprano cuando en casa de Beto Boticas, tremendo escándalo había comenzado por causa de una irreparable pérdida, según aseguraba el mismo Beto.
Resultaba ser que ese domingo, sería el festival de la abundancia en la comarca, para celebrar la vida y dar gracias por lo obtenido en el año; Beto sería como siempre, el maestro de ceremonias del evento.
Su tragedia esa mañana se debía que no encontraba un par de botas que solía usar todo el tiempo para la celebración. –¡Son las que mejor combinan con mi corbatín! – Profería Beto con cada arrebato de ira que le daba cada vez que buscaba en algún rincón y no encontraba nada. Con su cara redonda color verde que se convertía en roja por el coraje, sacaba chispas!
Y es que cuando Beto perdía una de sus botas, si que se armaba el gran lío. Doña Betina, esposa de Beto, buscaba y rebuscaba, pero no encontraba nada hasta que terminaba agotada de tanto buscar. –¡No pensarán que iré a la celebración haciéndome falta una de mis botas! –Gritaba y gritaba Beto sin parar.
-Vamos querido, -dijo paciente Doña Betina- ponte uno de tus zapatos del mismo color, te vendrán bien con tu atuendo.
-¡Pero que engaño! ¡No me gustan los zapatos, solo las botas, mis boticas! –Dijo desesperado Beto.
-Mira, pruébate estos zapatos. No desilusionarás a esa marabunta de vecinos que ya esperan por ti para los festejos. Ellos cuentan contigo. Anda y prueba.
Beto se probó el par de zapatos color negro; no le iban tan mal después de todo.
Beto Boticas, convencido de que lo importante son sus vecinos y la fiesta, terminó de ponerse los zapatos y salió de casa del brazo de su querida esposa.
Mientras caminaba hacia la explanada, todos saludaban y sonreían a la pareja, y sobre todo, admiraban la nueva moda de Beto el ciempiés. Llevaba sus noventa y ocho pares de botas y un par de zapatos en sus patitas al final, que lo hacía lucir como todo un galán.