La gran mole de cemento del antiguo yesar se recorta contra el cielo de caleidoscópicos colores, pintado con brocha gorda sobre lienzo ámbar. Una niña pequeña está subida en la más alta de las desiguales chimeneas, diminuta en la inmensidad de la fábrica abandonada.
Suaves llanuras hacen ondular los débiles rayos de sol, ya en su ocaso. La nieve también se ha teñido de los prístinos colores del atardecer. Habla con Pablo, sentado en una chimenea inferior.
—Ya sé que hoy no han venido, pero te digo que no tardarán.
—Todos los días dices lo mismo.
—Yo sé que vendrán.
—Bueno, Susana, quizás mañana. Se habrán tenido que ir más allá de la Llanura Alta.
—A veces no me ayudas nada, para ser mi mejor amigo.
—Y el único, diría yo.
—¿Nos vamos a cenar?
—Vamos, que llevamos todo el día mirando el camino.
Susana, cariacontecida, bajó por la estrecha y peligrosa escala, con gran habilidad fruto de la práctica. En las viejas oficinas unas pulcras camas le ofrecen cobijo y en un armario archivador se alinean cientos de botes de comestibles. Cervezas y coca colas abarrotan las estanterías metálicas del pasado siglo XXI.
Pablo ya está sentado ante la mesa y ella abre su ración del día. Hoy toca pollo y pan caliente. Está delicioso.
—Amigo, cuéntame otro cuento esta noche.
—¿Vale el del cohete hablador?
—No, ese ya me lo sé, otro.
—¿vale el de la luna desaparecida?
—No, hoy quiero uno nuevo.
—¿Sabes el del planeta intocable?
—¡Ese, ese!
—Pues va de un planeta que tenía ríos y valles cubiertos de hojarasca y mucha agua rodeando toda la tierra y no hacía frío nunca, y el sol lucía siempre...
Susana, con el arrullo de la voz de Pablo, se fue quedando dormida, con una gran sonrisa en sus labios, mientras sujetaba firmemente su mano.
No oyó el ruido que produjo un vehículo que se acercó a las ruinas. De él descendieron cuatro hombres. Con las ligeras armas preparadas, se introdujeron en la antigua fábrica de yeso, que apenas conservaba algún muro, rotas sus chimeneas sobre el desprendido tejado. En un rincón descubrieron, echada sobre una raída manta, a una criatura de unos ocho o diez años inexplicablemente gordita. Dormía agarrada a un viejo peluche de indefinido aspecto. Sólo escombros rodeaban a la niña que, sin embargo, sonreía, feliz en sus sueños.
Marta 14/06/2007
]]>AMBAR
CALEIDOSCOPIO
CARIACONTECIDO
HOJARASCA
OCASO
PAN
PRÍSTINO
El alivio llegaba como el día, al abrigo de un sol que perfilaba el azabache nocturno de las montañas en ocre y rojo, resaltando las nubes. Precisamente, ese era el momento en el que dejábamos escapar la imaginación, despertando los sueños con los que disfrazar la realidad. Batallas estelares y conquistas del espacio corrían parejas entre las sombreadas nubes que adquirían la forma original de nuestros caprichos. Poníamos imágenes a la continua lectura de los cuentos y aventuras de unos héroes de tebeo: Flash Gordon o El Hombre Enmascarado que incansable le leía a Rafael. Horas de espera mitigadas haciendo tiempo hasta la llegada de Don Esteban, portador del remedio.
Si el cielo nos era grato, podía disimular mi desespero. A sus nueve años, Rafael, tenía que soportar un lastre que le alejaba por una ruta sin retorno. Él era consciente de su debilidad; sabía que las promesas de ayer se convertían en los juegos de una mañana cada vez más corta, como el día al acercarse el solsticio de invierno.
Don Esteban siempre llegaba con una sonrisa y alguna bagatela entre las manos con la que obsequiarle. Era entonces que descargaba en su cuerpo la pequeña dosis química con la que soportar hasta su próxima visita y que nunca era suficiente. Por ello inventamos los juegos.
Cuando el dolor arreciaba era fácil hacer de los quejidos los gritos de una guerra lejana, o convertirlos en las aclamaciones por la conquista de un espacio misterioso que, dibujado a nuestro antojo, se mostraba en el cielo y en el que las naves de unos enemigos —aquellas nubes que cruzaban el firmamento— luchaban hasta que los dragones o monstruos, que defendían su territorio entre las montañas y la floresta, se disolvían barridos por el viento enemigo capaz de aniquilarlo todo. En ocasiones, la naturaleza nos regalaba con los efectos especiales de rayos, centellas y estrellas fugaces.
—Mañana, Rafael, —le dijo Don Esteban —intentaré venir más pronto para jugar con vosotros. Siempre quise pilotar mientras combato a Mingo como el profesor Zarkov. Estoy convencido de que entre los tres lograremos cazar a esos furtivos que se resisten.
—Será estupendo —comentó entusiasmado.
Por la noche, Rafael se durmió planeando la batalla del día siguiente. Aquella mañana, se disolvió prendido de las naves de sus héroes por última vez.
Monelle/CRSignes 03/06/2007
]]>Contaré la historia de un niño especial. Chembo le llamaban. Nadie sabía de dónde había venido. No se conocían familiares, ni hogar, ni nada sobre este original chiquillo. Chembo era un pequeño esmirriado y medio feúcho. Flaco como espagueti. De ojos grandes y juguetones color negro azabache. No tenía pelo o, más bien dicho, parecía no tenerlo porque apenas se le notaba. Los que le conocieron, tenían que acercarse mucho a él para lograr distinguir unas mechas casi transparentes que cubrían su cabeza. Relatan que su piel era de un blanco enfermizo, casi cenizo. Le veían venir y le gritaban:
—Ahí viene el niño descolorido.
Y todos reían. Se mofaban del pequeño que entristecía con desespero cada vez que escuchaba esas palabras. Mi abuelo me contó que un día, después del solsticio, pasó frente a su casa. Tocó a la puerta y mendigó un pedazo de pan. El abuelo le hizo pasar y le dio de comer. Mientras Chembo comía, le contó al abuelo sobre el viaje que acababa de emprender. Dijo que una tarde, había arribado un circo cerca del pueblito de San Román. Grandes tiendas a rayas, payasos, animales, música y muchos globos de diferentes colores. Él no tenía dinero para ir al circo, así que se conformaba viendo de lejos la alegría de la gente. Inesperadamente, un globo color azul se escapó del circo y fue a parar a sus manos. El azul era intenso, brillante. Chembo nunca había visto un color así y fue tanta su admiración por el color, que decidió que él también quería ser azul. Le dijo al abuelo que llevaba días buscando ese color; en la floresta, en el río, bajo las piedras, pero que no había encontrado nada. Alguien le dijo que buscara el mar, que no había nada en el mundo más azul que el mar. El pueblo del abuelo estaba justo frente al mar. Chembo se despidió agradecido del viejo y se alejó.
Cuentan que Chembo cuando vio el inmenso océano, saltó de alegría y corrió hasta la orilla. Las olas lo mojaron con su continuo vaivén. El pequeño maravillado vio cómo su piel se fue tiñendo de un magnífico azul hasta cubrirlo por completo. Chembo se sumergió en el agua salada y desapareció. Algunos dicen que se ahogó, pero el abuelo cuenta que Chembo tan solo se transformó en un extraordinario pez con escamas color azul.
Crayola 03/06/2007
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Especialmente un hombre también puede sentirse apollardado y desesperado cuando se le aplican unas normas que se dan por dictadas, cosa que un hombre por defecto no puede hacer. Y me refiero a esto para atacar dura y continuamente al FEMINISMO ya que personalmente, siendo anti-machista, no puedo comprender cómo se puede mostrar a la sociedad el feminismo como un arte victorioso sobre el machismo. Y es que, señoras y señores, estamos en el s. XXI, el siglo de la igualdad de oportunidades para todo el mundo, el solsticio cultural del respeto y del entendimiento entre seres humanos.
Tengo la sensación de que el hombre de hoy está siendo injustamente vapuleado tanto por leyes como por la opinión pública mayoritariamente femenina y la radicalmente feminista. Todo esto comienza a cansar ya a muchos hombres (entre los que me incluyo) que, sin saber ni practicar las injustas indecencias machistas, estamos siendo continuamente evaluados, enjuiciados y en muchas ocasiones vejados ante la NO justa repartición de los roles de este tiempo.
Si queremos una sociedad justa, debemos creer en las igualdades y apostar fuerte por ello, pero de nada sirve cambiar de dictador, machismo por feminismo, lo que hay que hacer es terminar con el dictador y pensar en una nueva floresta de oportunidades.
Sabéis que se acaba de aprobar una ley en la cual a un marido maltratador (que puede ser presunto) se le retirará la pensión de por vida y ¿por qué no a una mujer maltratadora? Vamos es que ni se menciona. Y a todo esto hay que añadir que a un amigo el cual está pasando por el apollardamiento más cruel, fue amenazado de denuncia por malos tratos sin estos haber ocurrido y es más durante el proceso de "puesta en la calle", la señorita amablemente le invitaba a que le pegara, ¡muy original, ella! ¿Quién es aquí el maltratado?
¿No nos estaremos equivocando señoras feministas? ¿No estaremos usando la ley para algo más?
Creo en la MUJER como persona y por ser hombre la considero una maravilla de la creación, tengo la sensación de que algo o algunos la siguen utilizando para no sé qué fin y a eso no hay derecho, menos aun si encima otros resulta perjudicados por esta manipulación.
Naturalidad y educación, amigos y amigas.
Mon 01/06/2007
]]>Una noche descubrió Rosita con tristeza que su tiempo no era suficiente para llevar acabo tantas tareas, por ello decidió llevar a cabo una recolección un tanto original. Todo comenzó en su propia casa. La siguiente mañana, Rosita hurgaba desesperada los cajones de su cómoda. Buscaba un antiguo reloj de plata que su abuela le había regalado. Lo encontró guardado en su cofre de madera azabache. Cuando abrió la tapa, ahí estaba la prenda, resplandeciente. Sintió nostalgia, pero aun así lo tomó entre las manos y lo despanzurró de un golpe. El tiempo que contenía se desparramó y Rosita rápidamente lo recogió y metió en una bolsita que pendía de un cordel de su cuello. Guardó lo que quedaba del reloj y se dirigió al resto de la casa para hacer lo mismo con los demás relojes que encontrara. Desbarató al reloj cucú. Desarmó el reloj de pared en la cocina. Le quitó el tiempo al péndulo de la estancia y, cuando hubo terminado con todos los relojes de casa, salió a las calles en busca de más. Se encontró con el reloj del campanario de la escuela y lo dejó inerte. Después el reloj solar de la plaza central. Hasta un reloj de arena vació para quedarse con su tiempo. Engranajes, manecillas, caratulas, cuerdas y tornillos, yacían esparcidos por los empedrados del pueblo de San Juan de Moró. Pero Rosita no se había percatado de que todo se iba deteniendo a su paso. Nada se movía. No había viento que meciera los árboles en la floresta. Las estaciones se detuvieron y el solsticio se confundió con el equinoccio. Las personas quedaron petrificadas sin poder seguir con su continuo ir y venir. Rosita se detuvo a mirar. Ya tenía suficiente tiempo en su bolsita, pero no le servía de nada en un mundo paralizado. Entonces, mientras lloraba desconsolada, un duende se apareció frente a ella y le dijo: Rosita, pequeña, no necesitas quitarle el tiempo a la vida, es la vida la que te regala un tiempo hermoso para disfrutar. Cada segundo, minuto, y cada hora, son tuyas. En ti encontrarás la sabiduría para organizar cada momento. Rosita sonrió al darse cuenta de que era verdad, solo ella podría resolver su problema con el tiempo. Regresó el tiempo a sus relojes y todo volvió a funcionar. Rosita aprendió a disfrutar sin prisas ni angustias cada segundo de su vida.
Tic... tac
Crayola 31/05/2007
]]>De pronto la enorme habitación se iluminó haciendo resaltar las vivaces tonalidades de sus muros. Las imágenes de coloridos dragones y serpientes, por segundos adquirieron vida al igual que las figuras humanas de las pinturas, que parecían moverse entre juegos de luces y sombras.
Extinguido el resplandor, el silencio vuelve a apoderarse del entorno y envueltos en este manto de tranquilidad aparecen las figuras de Izel y Anti que observan con detención el lugar. A pesar de los constantes viajes, aun a los pequeños les toma un tiempo acostumbrarse a los cambios, así que por unos minutos se sientan en el suelo, acariciando la tersa suavidad de la loza que brillan al contacto de los continuos rayos solares que entran por un ventanal.
Pero la quietud es repentinamente rota por el sonido de unos pasos. Instante seguido entra corriendo al cuarto un niño vestido con una elegante y original túnica roja adornada por exquisitos bordados en oro. El muchacho de aproximadamente nueve años, desesperado se deja caer al suelo sollozando sin percatarse de la presencia de los niños. Izel, se acerca y tomándolo por el hombro le pregunta susurrante que le sucedía, pero el niño asustado se aleja.
—Tranquilo, no te haremos daño — le dice Anti extendiéndole su mano. Los extraños ojos rasgados y de un intenso color azabache le llaman la atención. —Mi nombre es Anti y mi amiga es Izel… ¿cómo te llamas?-
—Mi nombre es Pu yi —contesta temeroso.
—¡Precioso nombre! —acota Izel con una gran sonrisa que le da más tranquilidad al muchacho.
Pasado el nerviosismo, Pu yi les cuenta que ellos están en uno de los salones del palacio imperial, en la Ciudad púrpura prohibida, perteneciente a la dinastía Qing.
—¿Pero por qué lloras? —insiste Anti.
—Terminado el solsticio de invierno y cumplido los tres años —entre lágrimas relata —fui sometido a un régimen especial por ser heredero de esta dinastía. Desde aquél entonces perdí contacto con otros niños, no sé de juegos y jamás he corrido por las florestas que rodean el palacio.
Consternados por su relato, Izel y Anti lo invitan a jugar y corretear alegres por los pasillos de palacio hasta muy entrada la tarde, tiempo en que los niños deciden retornar a SAROS.
Lo que Izel y Anti no sabrán hasta mucho tiempo después, es que esos breves instantes permanecerán grabados por siempre en la memoria de Pu yi…el último Emperador de China.
Espantapájaros 31/05/2007
]]>A Venancio y a mí nos gusta ir a pasear al rompeolas. A lo largo de éste ha puesto el Ayuntamiento unos pocos bancos, para descanso de los paseantes más sedentarios. Éstos buscan desesperados un sitio donde descansar de los largos paseos, tras atravesar toda la floresta de los jardines, antesala del puerto. A nosotros nos gusta sentarnos en un banco del final del espigón, a la altura del faro, dónde la original patada. Disfrutamos de nuestro tiempo de jubilados intentando catalogar a las personas que de continuo llegan al muro final, antesala del faro, si dan una patada o no antes de volverse. Y ensayamos nuestras dotes de adivinación.
—Ese tiene pinta de patada —digo yo, viendo a un joven de cabello azabache dirigirse veloz al punto en dónde se da el puntapié de la buena fortuna, y cuando veo que efectivamente golpea el muro con las deportivas, grito con voz de ganador, — ¿lo ves?
—Pues esos no creo que ni se acerquen —comenta Venancio sobre un grupo de mamás y papás conduciendo cochecitos y niños, pero esta vez se equivoca y van todos en tropel a martirizar la pared.
—¿Y ese guiri? Como no tiene ni idea, se va a dar la vuelta sin más —y ocurre lo profetizado por mi modesta persona.
—Pues ese del chucho es patada seguro —asegura mi amigo.
Pero ocurre algo que nos deja paralizados: el perro da una patada a la pared a la vez que el amo y juntos, sincronizados, dan media vuelta y al unísono emprenden el regreso.
Y así pasamos las horas de buen tiempo, a partir del solsticio de verano. Días en los que, entre pasear, mirar a la mar y sentarnos en los banquitos de observación de patadas de personas y perro, echamos la tarde.
Marta 31/05/2007
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