23
May

El arcano número 1. El Mago

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23
May

El arcano número 1. El Mago

Mostraba sus pertenencias, sus cualidades. Los movimientos fueron rápidos, apenas si pudieron distinguir el juego de manos, con el que logró disimular sus trucos una y otra vez. La admiración fue en aumento, así como la dificultad con la que impidió que la atención decreciera. Aquella noche no pudo dejar de pensar en la actuación, asomado al firmamento, vio descender las Perseidas como un buen augurio. Por la mañana, tuvo claro que deseaba controlar, pero sobre todo manipular; fue consciente de que no era lo que él lograra hacer, sino más bien lo que los demás sintieran, percibieran, y comprendieran de sus manipulaciones.
Había descendido por la colina, desde su casa, cargado como un burro; sabía que debía demostrar su valía; se jugaba, a una sola carta, el futuro. Su futuro. Arrastraba la mesa, el ruido se hacía insoportable; a los balcones y ventanas se asomaban sus vecinos, pero sin atreverse a decirle nada; la curiosidad era mayor que el suplicio. Sobre aquella mesa exhibiría todas sus artes, todos sus dominios. El resultado se hacía inevitable. Tomó la determinación de salir de una vez, volcarse al mundo, encontrar el camino del éxito y del poder; quería ser transparente, pero sin desvelar la forma con la que había llegado a serlo. No lo tuvo fácil. Otros cuentan con la suerte de pertenecer a un grupo, de demostrar sus actitudes mediante alguna prueba ejemplarizante, él no. Acudió a pedir consejo a los que, como él, no tuvieron más remedio que actuar por si mimos, pero como única respuesta: gestos de indiferencia y un “...ahora te toca a ti” que aplastaron sus ilusiones de un golpe. ¿De qué servía llegar a adulto, con la ilusión puesta en las esperanzas por serlo, dejar de ser un chiquillo, si los que nos preceden no colaboran? ¿Tendrían miedo de que les robaran el sitio? Y aunque así fuera, ¿sería justificado? En el otro extremo, estarían los demás. ¿Podría llegar a jugar con sus sentidos? Si lo conseguía, obtendría todo lo que se le antojase. ¡El éxito es efímero!
Así era su vida. Con la boca abierta le vieron partir, no habían dado nada por él, ya los tenía a todos dónde quería.
Ahora, mostraba las cartas, el pañuelo, la soga, la varita dentro de la chistera con total seguridad. Jugando...

“Nada por aquí, nada por allá”.

Carmen Rosa Signes 260506

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14
May

El arcano número 2. La Sacerdotisa

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14
May

El arcano número 2. La Sacerdotisa

Exitosas hazañas y trágicos acontecimientos, que marcarían el destino del país, fueron desvelados por Lucrecia, de las visiones brumosas que en sueños, le dejaban entrever los pormenores de los lances venideros.

Lucrecia de León, había nacido con el convencimiento del poder que ejercería sobre el destino de los hombres; no se dejó amedrentar; se reveló contra todos aquellos que deseaban postergarla a los oscuros rincones del aislamiento femenino. Vedada para los conocimientos doctorados, dedicó toda su voluntad a concatenar sus estudios científicos, de forma autodidacta. Fácil le resultó encajar entre aquellos eruditos de las doctrinas ocultas. Se desligó del puritanismo exigido, para el buen cristiano, y alcanzó su meta. Tuvo suerte, el rey sentía una fuerte atracción por lo oculto, y se le abrieron las puertas de la corte; siempre rodeado de magos, sanadores, místicos, santones, alquimistas y otros tantos personajes, Felipe II, la aceptó gracias, ante todo, a sus dotes de adivina; para Lucrecia, aquel acercamiento al poder, significo la mejor forma de imponer su criterio.
Su credibilidad comenzó a quedar en entredicho, por sus constantes desaires hacia las acciones de un monarca, que le había desencantado; cualquier suceso, cualquier aniversario festejado con júbilo, era susceptible de su crítica, y las tortas dialécticas comenzaron a molestar. Fue expulsada de la corte en más de una ocasión, aunque siempre regresó victoriosa. Pero no contaba con la verdadera dimensión de la herida, que su condición de mujer y de adivina, podía abrir entre los influyentes mandatos que desde Roma eran dictados; ni con las flechas envenenadas que sobre ella, y su particular forma de crítica, fueron lanzadas. Molestos por su actitud acaparadora, se había convertido en una lacra, en un estorbo. Fue detenida y juzgada junto con los demás visionarios, por la Santa Inquisición, que la despojó de todos sus bienes; y aunque nunca se supo como terminó su vida, nos la podemos imaginar descifrando la buenaventura para ganarse el pan, mientras que, posiblemente, oculta de la mirada de sus enemigos, seguiría conspirando con sus reproches, buscando que alguien le hiciera caso, y poder quizás, cambiar el destino del país que un día le fuera desvelado. Destino revelado e ignorado pero que nadie logró eludir.

Carmen Rosa Signes 050406

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5
May

Deux ex machina

Para mi bien amado Ricardo, por su inspiración y siempre sabio consejo.

Aquellas criaturas, se movían con rapidez por el sistema de raíles con sus ruedas de oro puro. Terminó el banquete. Zeus seguía admirado. Sabía de las extravagancias de su hijo Hefesto, de la obsesión que éste profesaba por su trabajo. Sus limitaciones se habían convertido en fuente de inspiración. Recordó el día en el que apareció con las doncellas doradas.
— ¡Mirad cómo la atractiva figura de las doncellas se insinúa bajo su reluciente anatomía! Les he concedido la vida. Pero no una existencia cualquiera. Ellas serán mis asistentes, están dispuestas para complacer hasta el menor de mis deseos. Las doté de fuerza, belleza, juventud y una inteligente verborrea; poseen la gracia de las cosas únicas, auténticas.
Desde su trono, Zeus aquel día tuvo envidia, pero no fue el único.
— ¿Pensasteis que sin beber las aguas del Leteo, jamás podría olvidar la humillación de la que fui objeto? Errasteis.
No le importó que Afrodita y su amante estuvieran presentes. Ares en su arrogancia, vio solamente en las doncellas las posibilidades bélicas del ingenio; Afrodita sintió celos. “Dudo de la inteligencia de estas criaturas. De ser así ya le hubieran rechazado”, enunció con desprecio.
A todos les resultó risible aquella unión. Los murmullos recorrieron la estancia. Las más disparatadas cábalas se dejaron sentir y Hefesto, escuchó satisfecho.
El tiempo había dado la razón al tullido, y sin achicarse consiguió mejorar su producción. Pero Zeus seguía receloso. Aquellos seres creados por las manos de su hijo, tenían los mismos poderes que ellos mismos, y su responsabilidad, recaía en una único ser. Mirando la gran eficacia de aquellos metálicos siervos una preguntó vino a irrumpir en su mente y en la conciencia de los demás comensales.
—Hemos visto cómo has conseguido sustituir a los hombres en sus menesteres. Debo felicitarte por tan acertado portento. Nadie duda de su eficacia. Pero hijo mío, has conseguido adaptar éstas máquinas a nuestras necesidades, ya los hombres parece que se han visto relegados a un segundo plano. Ellos nos deben todo. Fueron creados para la sumisión, nosotros depuramos sus actos. Pero ¿a quién se deben estos seres artificiales? Si no hay quién nos divinice, ¿qué destino nos aguarda?
Cuando terminó de hablar tan sólo alcanzó a ver cómo Hefesto se alejaba con una sonrisa entre sus labios, mientras aquellos sirvientes metálicos aguardaban órdenes.

Carmen Rosa Signes 18 de abril de 2008

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29
Abr

El hijo de la fraGua

Poco le importaban los dioses y menos aún los hombres a Hefesto, aunque se debiera a ellos. Nunca fue querido salvo por sus logros. Trabajando con esmero, con dedicación, utilizó sus conocimientos para purgar su valía. Quería y debía demostrar su superioridad y la única forma consistía en unir sus artes magistrales a una gran capacidad creadora. Entre sus manos, los más bellos objetos mágicos, las más temibles armas, y las joyas más delicadas, adquirieron forma; aunque también fueran creadoras del horror. Cada furioso golpe en el metal candente de su fragua, saltaba dejando una estela de fuego y trueno, que caía acompasada sobre la tierra fértil.
Aquel rostro, que en grotesca armonía acompañaba el cuerpo desgarbado y cojo del artesano, se crecía en compañía de la hermosa. La admiración pudo más que el sentido común. Nadie hubiera asociado jamás una unión tan dispar, pero como nada ocurre por que sí, ambos sacaron el provecho por un tiempo más o menos largo. Afrodita, pronto se canso del lisiado engañándole con el dios de la guerra; embrollo que no se molestó en ocultar. Ya nunca más la pudo hacer suya.
Fue entonces que dando vida al metal más noble, en fino oro fraguó dos hermosas e inteligentes muchachas. Aquellas “doncellas doradas”, se convirtieron en sus asistentes en el Olimpo. Aunque su mayor logro recorría Creta en interminable vigilia.
Las unidas partes de la criatura mecánica, petición rogada por el temeroso rey de Creta, tenían por misión recorrer la isla tres veces al día. Dicen, que el invencible tenía un punto débil pero que ni Jasón ni ninguno de sus Argonautas fue capaz de derrotar.
Talos, el hijo metálico de Hefesto, seguía acogiendo en incandescente abrazo a los enemigos. Tanto a la luz del sol como en las horas nocturnas, protegía la isla y a su monarca de los intrusos y de aquellos que querían abandonarla sin permiso. Por tal cúmulo de suertes y victorias aquel ingenio de majestuosa estatura adquirió fama de inmortal. Sólo la sibilina intervención de la hechicera Medea logró derrotarlo. Mediante engaños le hizo creer que sacándose el clavo que retenía el líquido que le recorría el cuerpo, podía demostrar su inmortalidad.
Sobre las aguas del Egeo Talos derramó su vida.
Mientras Hefesto, desde la fragua del Olimpo lloraba la muerte de su obra.

Carmen Rosa Signes 16 de abril de 2008

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10
Abr

El arcano número 3. La Emperatriz

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10
Abr

El arcano número 3. La Emperatriz

La corte era un hervidero de rumores. Rumores sobre política, sobre ciencia, sobre literatura, rumores que afectaban a los más allegados a la corona, incluso, a la misma reina.
Críticas, desprecios, codicia del inconformismo típico con el que se tenía que enfrentar.
Pasaban los años y nadie olvidaba las disputas y menos aquellas que habían dividido al imperio. Enrique, su padre, obró en consecuencia con sus caprichos. Dejó una huella imborrable.
Elizabeth había crecido consciente de su divinidad. Pero era inteligente, sabía que ésta era fruto de su situación y que si perdía ese halo protector, sus súbditos comenzarían a dudar de su capacidad. Consiguió que la respetaran pagando un alto precio por ello.
Pero los rumores no cesaban y, ella, mostraba con orgullo las armas de su mandato, el poder. Despiadada con sus enemigos, conquistó una fama ambigua que hizo dudar sobre su persona. La “Reina Virgen” la llamaban.
Ese mote sirvió a sus intereses. Su vida privada era eso, privada, un crisol sin grietas por el que no se derramaba ni una sola gota. ¿Quién hubiera tributado a una dama con signos de debilidad?
Aquella noche después de un largo día de sufrimiento y mientras los músicos de la corte daban tango a las cuerdas de sus instrumentos, trajo al mundo un niño del que apenas si pudo contemplar su rostro. Se había negado a verlo, pero en un último momento tuvo que apartar la mirada, pues el instinto le pudo. Ella misma escogió a sus padres y en secreto pagó su educación. Desde bien joven lo tuvo cerca y, entregándolo en manos de John Dee su astrólogo y consejero personal, lo convirtió en su discípulo. Quiso limar su carácter, educarlo, evitar que se convirtiera en un personaje agreste, como muchos de los que pululaban en bandada por la corte.
Se veía reflejada en él. Pero para el muchacho, de nombre Francis Bacon, ella no significaba nada. La sentía distante.
Así sucedió que, cierto día, una vez regresado a Inglaterra después de realizar estudios en universidades francesas, Francis perdió el favor real. Elizabeth quiso honrarlo con su ayuda, pero le pudo el orgullo y la rechazó.
Pese a que le afectara en lo más hondo, Elizabeth no podía aceptar el descaro constante y los desaires del joven Francis. Permitir que la vieran como lo que se resistía a ser, una mujer vulnerable, hubiera acabado con ella.

Carmen Rosa Signes 120206

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21
Mar

Conjuro

A Danila le aguardaba su criado con la cabalgadura ensillada. “Espérame aquí”, le dijo. “y por el amor de Dios, no me descubras”.
Ya la noche entraba en sus horas centrales, y la dama se acercaba cautelosa hasta una mansión de las afueras. La construcción se presentaba sórdida y oscura; apostados en la puerta, un par de lebreles gruñían amenazantes. La escasa luz no impedía ver lo que sucedía. Un anciano, vestido con amplios ropajes, gesticulaba con aspavientos mientras de su boca surgían incomprensibles vocablos. El suelo presentaba un dibujo emergente, realizado con sal; en su interior, extraños símbolos. Tuvo el impulso de salir huyendo, pero no pudo.
-Tengo entendido que habéis acudido por mal de amores.
-Os equivocáis. –Mintió aterrada, su voz temblaba como el pávido de una vela. –Debo marcharme.
-Nadie se va sin solucionar su problema.
La puerta se cerró de golpe. Danila, a punto estuvo de desmayarse.
-Mi dama, tome asiento. La primera parte del ritual concluyó ya.
Antes de sentarse, en una carcomida banqueta, rebuscó un abanico con el que recuperar el aliento.
-Salim Al Kaleb, es un hombre de palabra. ¿Lleváis el oro?
-Si ciento cincuenta reales os complacen, así es.
Danila era consciente de que, por su atrevimiento, se había condenado ante Dios, y que si la descubrían, le aguardaba una muerte segura. Pero no podía permitir que el hombre que amaba la despreciara por otra. Había decidido aliarse con el diablo, si era necesario, y gracias a este sanador nigromante, podía conseguirlo.
En la tediosa espera, pudo ver a Salim, manipulando hierbas, barro y cera, para crear el muñeco que le entregó.
-A esta figura que es mi parte del trato, hecha con cardamomo y muérdago; formada con la tierra y el agua que da la vida; sólo le falta el fuego que le de vigor, y esa es vuestra encomienda, éste trabajo es en equipo. Ahora os toca a vos culminar el embrujo, debéis lanzarlo al fuego del hogar, y ya nunca más os separaréis de vuestro amado.
Danila, montó a caballo y cuando apenas había recorrido la mitad del camino, se detuvo, tomó aquel espantajo, y temerosa de Dios con sus propias manos lo deshizo, sintiendo libre su conciencia. En su casa la aguardaban dos alguaciles. Creyó librarse al haber destruido el muñeco, pero en su cuarto prendido, aún pudieron rescatar la prueba que la condenó por brujería.

Carmen Rosa Signes Urrea 9 de agosto de 2007

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2
Mar

El arcano número 4. El Emperador

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2
Mar

El arcano número 4. El Emperador

¿Cuántos más seguirán? En el peor de los casos, y cuando lo requiere, del interior de mi mano parece escapar la ira, que con forma imprecisa, bien de su filo punzante, por su atronadora llama, o con la mano desnuda, blande al viento contorneadas gotas, que tiñen con sangre su trazada. El temor ante mi imagen, perversa y cruel, visible reflejo en los ojos desencajados de los que me acatan, no es lo único destacable. Ese es mi aspecto más feroz, pero tengo otros; variable rostro que no necesita de artificios ni de golpes de efecto. Altanero, por mi apostura, conquisto incluso caminando. Lo habrás visto, y lo verás una y mil veces. ¿Qué importa el cuándo, el cómo o el dónde? Tarde o temprano reaparece; me instalo a tu lado y por encima. ¡No podrás escapar!
El efecto enmascarador del tiempo, que incansable oculta la evidencia, con bituminosa capa, no puede evitar que se repita. Es el vivo reflejo del triunfo. Ante mi presencia: temor y respeto. En mi presencia: justicia y sabiduría. Todo cabe; lo bueno y lo malo se reparte como en una lotería. Nada es previsible, tan sólo ese afán de poder y gloria, que lo caracteriza. Maratoniana migración de recursos anclados en el deseo. Quién no nace con poder, lo consigue; pero no es más el querer o el desear, que el tenerlo seguro.. Hay que nacer para estar ahí, bien alto. ¿Es difícil de imaginar que alguien pueda abarcarlo todo?
Retozando en las sombra, ocultos detrás de mis actos, otros aprovecharán el empuje, la fuerza. La imagen del emperador, del rey, del monarca se queda clavada, se extiende hasta en los quicios recónditos de la mente. Es intemporal. Por codicia o por admiración, contabilizamos los días anhelando el encuentro; atrae la envidia incluso cuando surge de lo más profundo del odio. ¡Desearás ser como yo!
La salvación, quizás... alcanzarme. A nadie le amarga un dulce y puede que, si eres fríamente justo, y tratas la crueldad con calidez, el amenazador rastro, de los que te aventajamos, pase de largo por tu reino.

Carmen Rosa Signes 060706

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22
Feb

El arcano número 5. El Papa. Papa Luna

- ¿Perdonaría Cristo a los discípulos si le hubiesen rechazado como a mí? ¿Sentiría piedad de sus almas si, una vez elegido, otros hubiesen venido a sustituirlo?

Desde la cueva podía concebirse como Cristo predicando ante la multitud. Las gaviotas y vencejos revoloteando y el sonido de las olas golpeando los acantilados, le devolvían el clamor de su proclamación, al momento de su glorioso nombramiento como Papa en la Obediencia de Avignon.
Viejo y ajado, descendía las escaleras labradas en la gruta hacia el embarcadero oculto, por el que poder huir si alguien lograba franquear los muros de la fortaleza.
Peñiscola se levantaba desafiante al mar y hacia todo aquél que osase conquistarla. La firmeza del baluarte reforzaba aún más la postura inflexible del Pontífice, que agonizaba en la soledad de su encierro, desterrado de su reinado terrestre pero no de su vínculo divino, precisamente aquél que le concedió el privilegio de su representación en la tierra.
El cisma le transformó en proscrito.
¿Pero quienes eran aquellos que cuestionaban su mandato?
Posiblemente acólitos ignorantes que tan sólo servían para las obras menores de la Iglesia y políticos infieles buscando redención.
El protervo modo con el que lo habían exiliado, condenándolo a la más obscura de las persecuciones, tan sólo comparable a la sufrida por los primeros cristianos, tarde o temprano les pasaría factura.
Serían condenados por ello.
Y una y otra vez descendía a la gruta buscando quizás, en el retiro de aquel escondite, la conexión directa con el Altísimo, que le aguardaba con los brazos abiertos, como quién espera al hijo que ha tenido que escapar injustamente y que, abandonado a su suerte, lucha y sufre por el reencuentro con sus seres queridos.
Desde la ventana de sus aposentos, su pensamiento se perdía buscando el delirio que ha hecho de lo terreno, en contraposición con lo eterno y lo divino, acaso más anhelado, el suplicio de su existencia.
Sabe bien que el comportamiento díscolo es de los otros. Sólo el Altísimo podrá juzgar sus actos.
Enjuga unas lágrimas matizadas por la humedad que le llega con el choque del oleaje. Silenciados lamentos en el temor al homicidio de la Iglesia, cuyo camino se ha visto truncado.

- Sí, Cristo perdonaría porque su mandato se basa en la piedad y la comprensión. Mi único consuelo es que a pesar de todo el pueblo siga amándole.

Carmen Rosa Signes 100106

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20
Feb

El arcano número 5. El Papa

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20
Feb

el arcano número 6. Los enamorados

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20
Feb

El arcano número 6. Los dos caminos

Lleva toda la noche cabalgando y le vence el cansancio.
Los perfiles del horizonte dibujan, al fin, conocidas montañas.
Por la vereda que conduce al río, los vaqueros guían su rebaño. Pasa con desdén sin reparar en ellos.
El camino se divide en dos. Debe escoger...

La joven contempla la corriente, abstraída de su labor. Está sola, sus compañeras han partido ya.
De entre sus manos escapa una prenda que, flotando sin rumbo, dibuja, sobre la superficie del agua, el baile de la corriente, hasta que una roca la detiene en su huída. Permanece impasible mientras la ligera prenda de un rojo y sedoso tejido se aleja. En la distancia, aquel ropaje, semeja la llama de una hoguera sin humo.
Saca las manos del agua y las airea pausadamente al viento y al sol que parece querer calentar un poco.
Recupera la prenda sin poder evitar empapar sus ropas. Sus senos se clarean por entre la liviana blusa. Entonces, desnuda su cuerpo y se tumba en la hierba.

Mientras su cabalgadura repone las fuerzas en la tranquila orilla, puede contemplar, en la trayectoria de uno de los caminos, la salvaje belleza que retoza sobre el verde manto, jugando con su cuerpo, viendo pasar las horas, desprendiendo deseo, juventud y ansias de vivir.

Sobre peanas, desperdigadas entre la floresta, descansan las colmenas. Las abre con cautela para extraer su elixir y llenar los cubos. El olor dulzón atrae los insectos y los centinelas de aquella corte, desconcertados, revolotean nerviosos.
Cumple con un ritual de siglos, su madura experiencia, le proporciona el cuidado preciso. Sobre su cuerpo desnudo una fina gasa la protege de las picaduras. Nada la distrae de sus obligaciones. El sol del medio día marca el fin de su tarea. Agotada, se acerca hasta la orilla del río y humedeciéndose las manos refresca su cuello, sus senos y remoja sus pies antes de sentarse en la linde para recuperar las fuerzas.

La serena belleza del maduro rostro le cautiva al extremo opuesto de la otra senda. Ve como rellena con mimo los cántaros y repletos los tapa. Pequeños hilos de dulce tejido, acompañan el recorrido de sus manos, se enredan en su cuerpo proporcionándole una delicada y apetitosa prenda.

Debe escoger..., su futuro depende de ello, pero su mirada se pierde en el infinito...

Carmen Rosa Signes 210206

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14
Feb

En rojo

La luz difusa de la lámpara, enmascaraba en rojo el ambiente ofreciéndole intimidad. En aquel recogimiento, Roberto aguardaba la llegada de Irene, impaciente. Ultimaba los preparativos del aniversario con la que ansiaba regalarle. Sobre la mesa, la cena fría estaba casi servida. Seguía trinchando la carne jugosa, como a ella le gustaba, no podía reprimir chuparse los dedos a cada movimiento del cuchillo que rasuraba a la perfección aquellos filetes sonrosados, aún calientes. Se le hacía la boca agua.

Escuchó el sonido de las llaves y los pasos de su amada.

-No entres en el cuarto mi vida. -Dijo mientras se sentaba en el sillón. -Ven a mí antes de que me vuelva loco.

Irene se sentó sobre sus rodillas, sus manos jugueteaban sobre el pecho desnudo de su amante, caracoleando entre sus dedos el abundante vello.

-¡Estate quietecita! Sabes que eso me pone a cien.

-¿Me quieres hacer creer que no es lo que buscas?

-Sabes con certeza qué es lo que quiero, pero antes… He pasado el día pensando en ti… Cazando para ti… -Con cada afirmación, Roberto le desabrochaba uno de los botones de la blusa. -… Cocinando para ti. –El pecho de Irene, desafiante, quedó al descubierto mostrando sus pezones rojos y grandes. Roberto se lanzó sobre ellos y Silvia agradeció el gesto gimiendo de placer.

La tomó de la mano para guiar sus pasos, y al pasar junto a la mesa ella exclamó emocionada.

-¡Lo hiciste!

-Te lo prometí para el aniversario. ¿Cómo olvidar el día en el que nos conocimos? Este año ha sido el más importante de mi vida. Ven, te preparé el baño.

No esperó a que ella se quitara la ropa, él mismo la desnudó.

-Disculpa Silvia, debí limpiar, ser más cuidadoso.

-Tranquilo –comentó ya con los pies dentro de la bañera repleta del rojo y espeso contenido, aún tibio.

-No he podido conservar la temperatura adecuada del baño. No supe cómo hacerlo.

-No te preocupes, te perdono, la próxima vez será. Para ello sólo tienes que retrasar la hora de la muerte, dejar que fluya lo más rápidamente posible la sangre de la víctima, no matar antes de hacerlo, parece vil este comportamiento, pero es menos inhumano que arrancarle la vida al tiempo que el corazón. Venga, pásame la esponja, embadúrname de sangre el cuerpo, restriégamela, y vete. Enseguida estaré contigo, para degustar ese banquete sangriento. Nuestra alianza con la muerte.

CRSignes 8 de noviembre de 2007

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25
Ene

El arcano número 7. El Carro

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25
Ene

Las posiciones opuestas del arcano número 7

Sobre los árboles las aves se posan descansando del largo recorrido migratorio. El sol poniente confiere al cielo la variedad cromática del fuego mientras, en la lejanía, densas columnas de humo presagian el fin.
Aparta las ortigas para recolecta unas cuantas hierbas aromáticas con las que macerar la carne de venado recién cazado. Allí postrado contempla el resurgir de la luna oculta por el velo de su vergüenza, el segmento invisible, de su oscurecida faz , invita al recogimiento y la reflexión.
Suspendido de una cuerda, en lo alto de una rama, se halla su trofeo. Con un único pedazo del animal, sobre los hombros, se encamina hacia el campamento. Al día siguiente enviará a sus gentes para recoger el resto.
Para Vercingetórix no hay nobleza en el enemigo. Ha sido testigo de la destrucción, de la impiedad, de la falta de respeto y cree que la pléyade de los dioses, sus dioses, le harán vencedor y los invoca.

Si Cesar hubiera previsto la noble resistencia de los salvajes galos, tal vez habría cambiado sus ansias de conquista en pos de alguna alianza.
La tranquilidad aparente es sólo ficticia y, en el caminar tortuoso de sus hombres, se intuye el miedo.
El frío se adueña de sus huesos. Se acaricia el rostro mientras regresa a su tienda.
Antes de sumergirse en la volátil ligereza de su alojamiento, un gesto indiferente le acompaña mientras observa la arista iluminada de la luna y, cerrando los ojos, suspira mientras se pierde entre las telas.

Ambos se debaten entre la admiración y el desprecio. Mientras tanto, los muertos se amontonan prolongando el agónico paso de las estaciones.
El triunfo se vislumbra de diferente forma, para Cesar es una cuestión de honor y prestigio, Vercingetórix sabe que no rendirse ni claudicar es vencer.
Los meses han marcado el ritmo de la batalla, ora de un lado, ora del otro, la balanza de los misteriosos designios divinos ha jugado con sus vidas.
El ejército romano descompone en bodrio las tropas galas al día siguiente. Recogen los prisioneros abatidos por el desánimo. El orgullo los mantiene en pie.

La sangre gotea dejando una huella menuda que se extiende y penetra en la tierra alimentándola. La pieza cobrada el día anterior se descompone al sol, mientras la luna crece despacio dejando atrás su vergonzoso velo.

Carmen Rosa Signes 020306

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23
Ene

El arcano número 8. La Justicia

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23
Ene

El arcano número 8. La Justicia

Desconcertó a todos con su actitud serena y firme.
Acababan de comunicarle que se lo llevaban preso y sabía que su destino pendía de un hilo. Su reacción estaba del todo justificada. Hacía un par de semanas había pronosticado que aquel acontecimiento, unido a otro de mayor magnitud, estaba próximo.

El respeto que se había ganado pudo más que la inquina acumulada entre los que tramaron su declive.
Conducido en presencia de un juez fue llevado directamente a presidio.
Durante el encierro, tuvo la certeza, confirmada y precisa por sus visiones, del día de su muerte.
Dos días más tarde, fue conducido hasta palacio.
Allí, le aguardaban seguidores y detractores en igual proporción.
Los sollozos y las palabras de ánimo se confundían con aquellas que le condenaban.
- Tus días de hechicero terminan y, el diablo, jamás volverá a guiar tus pasos.

No le sorprendían aquellos gritos que, reticentes, parecían dictados por la iglesia.
Confiando en su palabra y sabiduría, sus amistades, quisieron defenderlo y convocaron una asamblea, sin tener en cuenta que el tribunal, antes incluso de conocerlo, ya lo había condenado.
Sobre el altar de la capilla real, se colocaron las pruebas que argumentaban la sentencia.
Allí quedaron expuestos los objetos consideraros inductores del delito.
Sobre el relicario que guardaba restos de algún mártir, fue desmenuzada una baraja de Tarot, cuya figura del diablo, según ellos, era muestra de una vergonzosa pleitesía por parte del inculpado.
- No conseguiréis humillarme. Todo lo que podéis decir, ni me sentencia más de lo que ya me habéis condenado, ni me libra del destino que ya me habéis elegido. Es hora de que cumpláis con vuestra voluntad y deis, al fin, con mis huesos en el cadalso. No defraudéis mis predicciones.
- Ahorraremos pues en detalles si así nos lo pedís, maldito hechicero. Pero acallaremos tu palabra antes de tu muerte, para que no envenenes nuestros oídos. Tu lengua será arrancada esta misma noche y mañana, tu cuerpo quemado vivo en pública ejecución.

A cientos de kilómetros, y con el camino libre de obstáculos, las tropas enemigas preparaban la invasión que daría fin a toda una época.

Carmen Rosa Signes 310306

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10
Ene

El arcano número 9. El Ermitaño

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10
Ene

El arcano número 9. El Ermitaño

Renuncié a todo: la amistad, el amor, el dinero. Dejé que la distancia del tiempo borrara mis pasos, camuflara mis huellas. Así comencé la vida que admiráis.

“Harto de compromisos, sobornos que el destino nos pone por delante difíciles de eludir, meceré mi voluntad y aplacaré la ira buscando la paz de espíritu.
Sé, que si vuelvo la mirada podré adentrarme en el futuro, pero debo buscar respuesta en las pisadas ya marcadas, para comprender cómo deben ser las que necesito para continuar el viaje.”

Me pedís que os guíe, y los ojos los tengo cegados por mi propia luz. Deberéis aguardar a que aclare mis pensamientos, para poder ofreceros la sanación.

“La luz ilumina el camino andado, desvela el sendero, esclarece el misterio que me ha precedido.
De tanto mirar hacia dentro se ha cegado mi vista. Es por ello que recurro a todos los estímulos para conseguir ver algo, que no sea mi propia sombra persiguiéndome, y reclamando explicaciones.”

Os habéis confiado a mis años, a mi sabiduría, a esta vejez evidente que no puede borrar sus marcas ni defraudaros, aunque mi realidad sea distinta que la vuestra.

“Los golpes del bastón, rítmicos y acompasados, despejan los obstáculos, espantan las bestias, afianzan el propósito.”

Yo llegué a dónde estoy por un largo camino, y por más que intente aliviaros no podré acortar el vuestro. Mi realidad, es distinta a la de todos. Puedo hacer referencia tan sólo a mi persona. Cambalache de experiencias que os daré si confiáis en ellas.

“Me dejaré fenecer lánguidamente, pues al fin he comprendido que debemos llegar al pleno convencimiento de todo lo que nos rodea, y sólo, cuando la vida está a punto de abandonarnos, dejamos de anteponernos para comprender el entorno.
En este océano oscuro, que es el firmamento, las estrellas marcan a su paso las estelas noctilucas de nuestro destino.”

¿No pensáis quizás que yo abandoné el mundo precisamente huyendo de lo que venís ahora a buscar en mi?
Por qué no os apiadáis de este pobre infeliz, que tiene suficiente aspirando a terminar su vida como la comenzó: en la pureza de espíritu, con la que todos somos lanzados al mundo.

Carmen Rosa Signes 140306

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3
Ene

El arcano número 10. La Rueda de la Fortuna

- Abuelo, deja que te lleve hasta un lugar mágico.

Atravesaron el parque. Sebastián, se sentía encantado y perdido, el orgullo se mezclaba con cierta incertidumbre, había realizado ese mismo recorrido miles de veces, era su ciudad pero, por un prodigioso efecto, sentía que la atolondrada ruta, de menudos pasos, le era ajena.
En pocos días cumpliría 80 años de edad y por cualquier cosa, que le sacara de la rutina, sentía pendencia. Cansado de vagar, sintió que el agotamiento le desaparecía. Que era invadido por el espíritu infantil.
Una música, discordante y confusa, fue lo primero que percibió. Proveniente de los diferentes puestos, complementaba la enigmática atmósfera. Las atracciones de feria se mezclaban con los vendedores ambulantes y las casetas de tiro. Se sorprendió que nadie le hiciera mención de aquel lugar.
Su nieta lo arrastró hasta una pequeña noria que giraba sin que ninguna mano la guiase.
Sobre sus barquetas, de diferentes colores, tres extraños personajes. El negro antracita, de una de ellas, contrasta con el cuerpo amarillo y la cara con hocico de perro del primero, que ascendía sonriente; su brazo en alto parece querer tocar el cielo. Perecedera alegría constatada por el apenado rostro del segundo que, con aspecto de trasgo y en posición descendente, rozaba el suelo. Y en lo alto, en la cúspide, desplegando sus blancas alas, mostrando su cetro y su corona: una esfinge.
La niña se impacienta, desea montar en aquel endiablado artefacto. Y Sebastián lo para.
Solos, suben y comienza a girar. Cada movimiento tiene, como tuvo antaño, reflejo en sus caras, en sus vidas, reflejo de la realidad que les envuelve.
La niña tiene todo por delante, para ella el ascenso es constante, continuo. Para Sebastián, en cambio, que ya ha vivido en los tres estados, todo es distinto. Al principio no comprende, teme llegar a la parte más baja y no volver a remontar. Hace mucho que dejó atrás la cúspide, que el triunfo le acompañó, y eso le incomoda. Teme seguir hundiéndose
Hasta que, justo antes de llegar al suelo, mira hacia su costado y observa cómo la niña sube y sigue ascendiendo. Confirma en sus ojos, desbordantes de alegría, en su sentir satisfecho, la trasmisión de su estirpe. Ahora puede abandonarse al último descenso que le lleve al fin.

Con un constante ¡hola!, manos agitadas con fuerza al viento, la noria sigue girando imparable.

Carmen Rosa Signes 090606

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20
Dic

El arcano número 11. La Fuerza

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20
Dic

El arcano número 11. La Fuerza

Había tenido especial fijación por ella. No dejó nunca de rondarla a pesar de que, Prístina, siempre puso los ojos en su destino.

- Así debe ser y será. – Le decía convencida, intentando por todos los medios que comprendiera su postura. Pero no había forma. Cada cuál había escogido su camino. Él tenía decidido el suyo y ella se mantenía firme.

Las miradas furtivas y cómplices de Mauricio, nunca la incomodaron. Tenía la fuerza que necesitaba. Toda la voluntad puesta a prueba para corroborar la determinación de su destino.
Amaba a Mauricio. Lo amaba como la luna ama su imagen en el agua. ¡Así lo sentía! Creía que el amor era como un reflejo. Que podemos verlo, pero nunca atraparlo. Que cambia de forma mecido por el tiempo y la distancia.
Luchó contra su instinto, ¡claro que sí! Pese a su determinación, Prístina, se enfrentó a su debilidad. ¡Le quería!
Mauricio era hermoso, sensible, tenía poesía en su mirada, en sus palabras, en sus gestos y ella supo apreciarlo. Pero se negó. Sus objetivos eran otros. Creía haber venido al mundo para entregarse a los dioses. El amor mundano le resultaba innecesario.

La túnica que ceñía su virginal cuerpo, dejaba intuir su belleza. Había salido de casa en dirección al templo. Aquél sería el día en que se entregaría a su destino.
La fuerza del instinto se cruzó con ella. El sol descendía velozmente y, Prístina, sentía en esa premura la necesidad de coger rápidamente la oportunidad, que tanto había anhelado, por miedo a que se desvaneciera.
Mauricio la abordó por la espalda. Todo su cuerpo se estremeció. Las manos suaves y cargadas del tesón del muchacho, traspasaron los umbrales de su recelo y prendieron la llama de la pasión.
Las fuerzas se equilibraron. Era la consecuencia lógica, la respuesta adecuada y justa, el equilibrio natural, al que se resistía. Y... ¡Se entregó!

Por la comisura de sus labios resbalaron los restos del brebaje. Desvaneció entre sus brazos. Prístina se rindió. No supo ver que intentó dominar la fuerza equivocada.

Introdujo por la ranura las libaciones: bocadillos dulces, vino y jacintos orientales.
Una sombra se proyectó brevemente sobre la losa tendida haciendo desaparecer, de la vista, su última morada.
Para Mauricio fue, por un instante, como si Prístina aún se encontrara a su lado.
En esta ensoñación, retomó nuevamente sus pasos en dirección al pasado.

Carmen Rosa Signes 240306

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15
Dic

El arcano núnero 12. El Colgado

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15
Dic

El arcano número 12. El Colgado

Llegó confuso. Los acontecimientos se precipitaron. El movimiento era constante. Todo estaba en vilo.

“¿Quién es él? Y ¿dónde se encuentra?”

Cuando abrió los ojos apenas distinguía los perfiles.
Se hallaba al aire libre y por la luz mortecina y ambigua del ambiente no se atrevía a afirmar si comenzaba el día o alcanzaba a su fin.
Los objetos y las formas se le insinuaban distorsionados, sus sentidos parecían despertar de un largo letargo.
Poco a poco, fue recuperándose.
Ante él pasaron escenas de su vida, acontecimientos que ya no podría recuperar.

“En la lejanía, ve un joven desnudo que cargando, sobre su cabeza, una gran cesta repleta de objetos, desciende por una colina. Parece dispuesto a entregársela.
La corriente que forma su caminar ligero, de almizclada fragancia, roza su rostro pero no se detiene. Intenta alargar los brazos para detenerlo pero le es imposible. Se halla atado de pies y manos, es más, se encuentra boca abajo aunque no le resulta ni incómodo ni angustiante.”

Comenzó a comprender que aquello no podía estar sucediendo, su subconsciente representaba en sueños la escenografía que necesitaba para solucionar su cartel.
Recordó haber salido la última tarde en la dirección opuesta a sus necesidades por miedo, huyendo de su destino. Traspasados los umbrales de un bosque la barrera natural de un barranco infranqueable le devolvió a la disyuntiva de saltar al vacío, poniendo fin a todo, o regresar y hacer frente a las dificultades.
En ese proceso, algo debió ocurrirle pues, hasta verse allí suspendido en el aire indefenso pero seguro, no recordaba nada más.

“El joven intruso regresa, posa frente a él su carga y con las manos desnudas escarba un hoyo en el que vierte los objetos que no le son ajenos y los entierra. Ahora si que le mira antes de desvanecerse. Todo se disipa.
Un sudor frío recorre su frente.
Siente, en su boca, la hiel de la derrota y la dulce ambrosia de la aceptación a un tiempo. En la segunda vuelta, por los doce segmentos del día, formatea su comprensión.”

Firmando todos los papeles que tiene frente a sí, recoge sus cosas, las mete en un cajón y las abandona en el vertedero. Se renueva, pervive y sigue adelante desafiando de nuevo al destino.

Carmen Rosa Signes 090306

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12
Dic

El arcano número 13. La muerte

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12
Dic

El arcano sin nombre

Asomaba aquella menuda mano, nada más era visible; apenas si se le presentía cuando yo llegué, tuve dudas, antes de continuar. Saber que es lo que nos toca hacer, sin poder evitar sus consecuencias, aún me resulta extraño. No encuentro distinciones destacables, que hagan de mis acciones hechos diferenciados. Pero hay quien se empeña en cambiar el nombre de aquello, que es idéntico en esencia y en sentimientos. No me detengo para ver los resultados, me cansé de hacerlo, pero siempre hago alguna excepción: por curiosidad, por morbo, incluso, en ocasiones, por compasión. ¿Compasión? Cuestionaréis. ¡Pues sí! No me voy a extender en aclaraciones que me justifiquen, pues sois vosotros los únicos que necesitáis las excusas. Se me ha comparado con una brisa fría, me han dado aspectos variopintos, dispares. Posiblemente si me vierais, no me reconoceríais, pero os aseguro que en ese momento sabréis que soy yo. Muchos intentaron la simonía al presentirme, porque todos sois conscientes del fin.
Cuando entro en escena, el principio del fin se acerca. La nueva oportunidad. No es el fin del principio, nada concluye tras mi paso. Mirad a vuestro alrededor y os daréis cuenta.

“Mis pulidos huesos con carne, sin carne, acarician las magras espaldas del corcel del tiempo. Desde mis nalgas hasta mis manos se satisfacen con el brío imparable de ese animal desbocado. Me dieron libertad de acción. Cabalgué a mis anchas. Sentí en aluvión el poder. El placer que otorga el miedo, desde que fuisteis conscientes de mí existencia. Pero eso cansa. Añoré la compañía y me sentí como una gota de lluvia que se evapora antes de llegar al suelo. Mientras vosotros fantaseabais excusándoos en mi nombre. Igual da que os reunáis bajo la luna llena, a plena luz del día, o tomando una inocente taza de chocolate, el fin es mío. Os laváis las manos en mi nombre aunque el mérito sea vuestro.”

Aquella pequeña mano dejó de moverse al sentir mi paso. En la sencillez de este acto se encierra mi más pura acción. Yo favorezco el cambio. La naturaleza se engaña y allí estoy yo para enmendarlo. Ahora un bebé y dentro de un segundo un cincuentón en la otra parte del mundo.

“Da igual. A mi no me importa, y a vosotros os debería dar lo mismo; es mi cargo de conciencia, pues hace mucho que el vuestro lo depositasteis sobre mí.”

Carmen Rosa Signes 150206

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7
Dic

El arcano número 14. La Templanza

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7
Dic

El arcano número 14. La Templanza

Extendió las alas. Su sombra inexistente la cubría del todo.

Alzaba arco iris el agua al choque violento contra las rocas. La niña, con su pensamiento, parecía pescarlos. Todos los colores le pertenecían.

Desde lo alto, sintió la cálida corriente de aire que manaba desde ella. El deseo ardía a su alrededor, caldeando el ambiente.
El sonido del agua, le recordó su misión.
Quiso enfriarla con un batir de alas pero no pudo. El golpe seco apenas si enmarañó el cabello y jugueteó con el liviano traje de gasa, de la niña, hasta el punto de que, su cuerpo adolescente, quedó al descubierto.
¡Cordial bienvenida a la madurez!

Había salido de casa con la aurora.
La fuente del río, su destino, aguardaba su ensoñación.
Más pesada carga, que las jarras vacías para la niña, era, para el ángel, el prurito incontrolable de aquella pubertad, que despertaba a la mujer deseable dejando en menoscabo la infancia aún visible.
Poco tiempo ha, en el invierno, se revolcaba entre juegos de nieve y hielo. Congelados deseos prendidos como punzantes estalactitas heladas en su imaginación.
El sol, aliándose con el tiempo, la había transformado.
Y ahí estaba, sobrevolando sus pasos, intentando aquietar los instintos, templar la sangre que, caliente entre sus venas, la lanzaban por otro camino.
Lucía hermosa. ¡Resplandeciente!

En su vuelo, desde lo alto, asediaba los pequeños rincones de la mente inquieta y despierta, atendiendo a sus requiebros. La confusión se hacía evidente al presentir el bombardeo de sus conquistas, como los inocentes e inofensivos gamusinos de su infancia. Por suerte desconocía el lenguaje, ignoraba las respuestas.
¡Suerte del ángel que la guardaba!
Estaba ansiosa de poseer. ¡De ser poseída!
La pasión en el ser humano, que pasa de la mayor indiferencia a la entrega más absoluta, debía regresar envuelta en el albornoz de la infancia. Debía aguardar un tiempo más. Transformarse nuevamente indiferente.

En un último y milagroso batir de alas, el azar quiso que una de sus plumas rozara el rostro de la pequeña, haciéndole cosquillas, devolviéndola al mundo de los juegos y la risa.

En casa le aguardaban los suyos. Regresó riendo aún de su suerte. Y mientras con la pluma perdida acariciaba su cuerpo, cerró la puerta consciente de su transformación.

Carmen Rosa Signes 160606

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1
Dic

El arcano número 15. El Diablo

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1
Dic

El arcano número 15. El Diablo

Con la mano levantada impartía sentencia.
Lo recuerdo como una escena atroz envuelta en misteriosa neblina, distorsionada, como surgida de las visiones de un profeta apocalíptico.
¡La venida del Maligno!
No importaba que lo hubiera hecho otro, las culpas siempre recaían en mi.
Con los años, había adquirido un rostro sospechoso, eso decía mi padre. He intentado imaginarme eso de “rostro sospechoso”, pero por más que me miro, sigo sin notar diferencias evidentes con el suyo, además todos somos culpables de algo. Incluso Maria, mi hermana pequeña, podía albergar la mirada más pizpireta; ocultar mil y una picardías.
Mi padre me utilizaba para poder descargar las frustraciones que se le acumulaban durante el día.
El cómo lo aguanté, aún es una cuestión que me sigo planteando.

Una noche nos levantó del lecho; su voz sonaba más terrible que de costumbre. No sé por qué, pero tuve el instinto de agarrar a Maria de la mano y huir, pero se hallaba parado justo enfrente de la puerta de la calle. Avanzamos atemorizados, caminando por el largo pasillo, uno tras del otro. Protegía con mi cuerpo el de mi hermanita. Al llegar a su altura, de un tirón rápido, casi de un salto, nos metimos en el comedor. Aquella mano levantada, siempre tan larga... ¡Me aterraba!
Y allí estaba, con los sentidos distorsionados, colorado como un cangrejo cocido en vino, buscando con la mirada aviesa una nueva victima.
Mamá no hubiera aguantado tanta presión. Durante años pensé que se marchó por no vernos sufrir, hasta que comprendí, dolorido, que el abandono había sido doblemente cruel.
Nos refugiamos en un rincón de la sala, agazapados y ateridos con más miedo que frío.
Miré a Maria, que no podía quitar sus ojos del rostro oscuro y desencajado del diablo aquel que decía ser nuestro padre. Y yo también lo miré. Y por unos instantes, creí ver su transformación.
En la sombra oscura, del miedo, sonaron sus reproches y una retahíla de golpes que nos dejaron en la boca, los sentidos y el recuerdo, el sabor de un chocolate amargo, espeso y ardiente.
Nada fue igual desde aquella noche. Nuestro padre siguió deformándose. Cada día que pasaba, era más cruel, más intolerante, menos humano. Y nosotros nos sitiamos en una vida que no habíamos elegido, resignándonos en la esperanza de un cambio que nunca llegó.

Carmen Rosa Signes 220606

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12
Nov

El arcano número 16. La Torre

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12
Nov

El arcano número 16. La Torre

El paso de las horas dibuja sorpresivas marcas en su devenir. Se da cuenta, pero tarde, que el tiempo no es su aliado. Sometida a una constante renovación, sobre la que no tiene influencia, cada segundo perecedero desmorona de su cumbre, constantemente levantada, los fragmentos, desquebrajados de la experiencia, que la rutina le ha permitido alcanzar. El espejo refleja las verdades ocultas. Inocente encuentro consigo misma.

Mira hacia atrás y se descubre meditando en la contemplación de los acróbatas. Las piruetas con las que se afanaban por esquivar los tropiezos y los saltos mortales, los vislumbra como un juego sin riesgo. Así intuye su vida. Se cree poseedora de la fuerza necesaria y el coraje para conseguir todo lo que desea.

Evita el riesgo intentando huir, salir del atolladero sacando fuerzas del desánimo, pero tropieza constantemente. Los cambios son inevitables. Esquivando el espectro de la catástrofe, se resigna en la baladí imagen de si misma, al fin de todo lo que conoce.

Envuelta en sedas se entregó un día. Acato las normas, creyéndose invulnerable. Los juegos de la infancia y aquellos, más sutiles, que observaba de su entorno, le provocan la furia del instante y el desánimo en cada momento, al no poder salir de allí.

La ranura quebrada de un cielo cubierto vierte, sobre la escena, el rojo de un sol poniente, como la herida abierta que sangra, impregnando de toques bruscos los perfiles oscurecidos de su existencia. No es más que un reflejo de su piel proyectada en un horizonte que llora su destino de mujer maltratada.

Carmen Rosa Signes 110406

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5
Nov

El arcano número 17. La Estrella

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4
Nov

El arcano número 17. La Estrella

La primera noche no pudo conciliar el sueño.
Durante siete días, las vigilias se hicieron eternas. El tiempo se estiraba. Despertaba y volvía a cerrar los ojos, para retomar la contemplación de unos sueños caleidoscópicos.
En su cuerpo algunas señales indican la proximidad de un cambio.

Y de vuelta al principio. En esta ocasión recuerda los mensajes de aquellas entrecortadas visiones que, como fogonazos, se le ofrecen una noche tras otra.
Pero ¿cómo descifrarlos sin encontrar las palabras adecuadas?
Otros siete días en los que no logra alcanzar la satisfacción, por lo incomprensible que es lo que se le desvela.
Pensamientos vislumbrados, de forma fugaz, que acuden a su mente en el descanso.

El mundo, al abrigo del cuál se encuentra en el tercer ciclo nocturno, está repleto de placeres, pero éstos no mundanos.
Las escenas oníricas le sosiegan.
Un cielo estrellado ilumina, con centelleantes reflejos, el paisaje en calma.
Siete estrellas rodean a una octava, más brillante, un río atraviesa el páramo en el que dos árboles sostienen el descanso de las aves y, en medio de todo, ahí está ella. Ha encontrado la ruta del saber y se contempla así misma integrada en la escena.

Pero ahí no queda la cosa, nuevamente el siete da paso al uno, el tiempo vuelve a contar.
En el primero de los días, camina firme en dirección hacia el agua cristalina del río y, su ropa, va desapareciendo a cada paso.
En el segundo, mientras observaba la llegada de un ave al árbol más cercano, siente el estremecimiento del huidizo aletear que la sobrevuela.
Durante el transcurso de los restantes días de la semana, su propuesta consiste en traspasar el agua del río para alimentar a la tierra. ¡Fecundándola!

Y con esa plácida sensación despierta en la vigésimo octava noche.
Cierra los ojos y, al abrirlos, allí esta él. Su cuerpo desnudo y cálido, dista mucho del pasado turbio, de bribón, que se debatía entre abrojos hacia ella.
Y una sonrisa le ilumina el alma, al sentir como una de sus manos descansa en su panza y con la otra sostiene una espiga. El fruto de la tierra le confirman su anhelo.
Su cuerpo fecundado habla por si solo.

Carmen Rosa Signes 200406

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16
Oct

El arcano número 18. La Luna

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16
Oct

El arcano número 18. La Luna

Aprovecha las horas que le quedan para sentarse frente a sus ilusiones. Su mente vuela, pero la realidad es otra. Acaba de cumplir catorce años, tiene toda una vida por delante, toda una existencia para romper fronteras, conquistar colinas y corazones, pero el lastre de sus obligaciones es diferente a la complejidad de sus deseos, y se siente como un cincuentón que ha visto pasar, frente a él, casi todas sus oportunidades.
En su futuro, siempre abierto a cambios, se han cerrado ya todas las puertas, incluso aquellas que nunca deben tapiarse pues desconoce los caminos para llegar a ellas. Sólo el infortunio puede desviar su ruta.
La luna llena ilumina sus pasos, sus huellas, más oscuras que el chocolate, apenas si se distinguen. Los sueños se le presentan cadenciosos, la imaginación toma las riendas de sus deseos y le ofrece un panorama desolador.
No entiende de cosas divinas, suficiente tiene con las mundanas. Todo es porque sí. Las simonías, los tratos de favor, ni se las plantea.
Las lágrimas de la luna, en las que una noche se bañara, ya no le transportan a su paraíso perdido. Ahora tiene enfrente, todo un paisaje de pequeños reinos enfrentados. El caos de su incertidumbre, el miedo a saborear otra suerte de hechos y no lograr la satisfacción deseada, le hacen dudar. Las gotas del deseo se han convertido en llanto.
Su pequeña corte, aquel rebaño entregado desde su infancia a su cuidado, es quizás el sino que le corresponde. No debiera anhelar otro.
Se detienen junto a la laguna que, crecida tras el aluvión del deshielo, espeja en lo alto de la cima. Su cabaña pace. Mientras, él deshace sus dudas en la contemplación del reflejo de las nubes que, sobre el agua, dibuja reinos al mismo tiempo que los desvanece.

- Así debe ser la vida que no conozco. Así deben de ser los sueños cuando al abrir los ojos se disipan.

El día transcurre con la premura de las horas sin dueño.
La entrada de la noche le despierta de su letargo.
Ahora, el reflejo oscuro del agua, le entrega una luna resplandeciente, gracias a los rayos del sol que se resiste siempre a separarse de ella, de igual forma que la realidad nunca se aparta de los sueños.

Y mientras espera el nacimiento del nuevo día, los perros aúllan a los reflejos del astro nocturno.

Carmen Rosa Signes 160206

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10
Oct

Los siete espíritus infernales

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3
Oct

Lucifer

Se despertó nervioso, bañado en sudor.
-Pareces enfermo.- Ella alargó la mano para tomarle la temperatura.
-¡No me toques!
Acostumbrada a los desplantes, se limitó a mirarlo con ternura, a pesar del rechazo.
-He tenido un sueño horrible. La desolación se extendía por todas partes, como en un complot. Miles de cuerpos deambulaban esquivando otros tantos caídos, cuyos rostros desfigurados por las fístulas, conferían un panorama sanguinolento. Por encima de ellos, un ser demoníaco de grandes alas, Lucifer dijo llamarse, sonreía mientras me ofrecía el remedio para aquel mal. Apenas lo recogí, todas las enfermedades me poseyeron, deshaciendo mi cuerpo entre intensos dolores.
-Amor mío, no me extraña que estés aterrado. Algún sabio debería descifrar el propósito de esta pesadilla.
Pasó varias semanas sin descanso. Envuelto en su aséptico mundo, nadie podía acercarse hasta él, pocos creían que existiera remedio para su cura.
Llegado de lejanas tierras, un hombre negro, un hechicero envuelto entre pieles y plumas, que portaba un manuscrito entre sus manos, cruzó como un bólido las calles de la ciudad. El monarca, creyó reconocer el sello del legajo, y lo recibió.
-No te acerques más o morirás.
-Entre vuestras manos deposito el libro del rey Salomón.
-Mentira. Ese libro es un mito.
-Podéis no creerme. Pero los dioses han querido que os lo entregue. Mi camino está hecho.
De pronto, mudando en forma de ave, e impulsado por sus amplias alas, desapareció. La magia del encuentro, sirvió para convencerle. Sucumbiendo a la ambición de poseer el conocimiento, no tardó en extraer la fórmula con la que convocar al demonio de las enfermedades, para dominar la capacidad del hombre de curarse o enfermarse; controlar el bienestar de cada uno de sus súbditos, de sus enemigos, de él mismo. Preparó la invocación, la llevó a cabo y Lucifer tuvo a bien entregarle el don. Con su sola presencia la gente enfermaba. Todos sucumbían a su alrededor, como en el sueño. Eso le aisló mucho más. Sus ministros, la mujer que amaba, incluidos sus hijos, cayeron víctimas de enfermedades, para las que él era inmune. Se quedó solo y la pena lo invadió.
Aquella tristeza derrotó su alma, y como en el sueño, el dolor de la muerte, de su muerte, se hizo insoportable.

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17
Sep

Frimost

Y el odio creció en su interior como la espuma. Sintió dolor, un sufrimiento que sobrepasaba todo el conocido, mezcla de verdadera pena y desesperación. Intentaba asimilar la ausencia de sus brazos y caricias, de sus besos. Lo peor, que comenzaba a ser consciente de la realidad. Desde su razón desdoblada, un resquicio de humanidad luchaba por huir del vendaval de sentimientos nefastos, en el que se había transformado su mente. “¡Frimost!” fue el nombre que escuchó a sus espaldas. Pero, ¿qué significaba?
Había regresado a casa después del armisticio. Nadie le avisó. Llegó hasta allí confiado, y se derrumbó al ver el caos de los bombardeos. En un primer instante de locura, su instinto le llevo a revolver entre los cascotes, con la esperanza de recuperarla, como si ella tuviera que seguir allí, esperándole. Quería estrechar entre sus brazos los restos de su amada. Sentir por última vez el tacto de su cuerpo.

-¿Por qué nadie me avisó?- La rabia le contuvo las lágrimas.

Llegó la noche. Las ruinas iluminadas, por la luna, desenmascaraban su desolación. Junto a él, un hombre parecía querer consolar su pena.

-Siete espíritus infernales velan nuestros días. Frimost es uno de ellos. Sigue estas instrucciones, haz todo tal y cómo se indica, y Frimost te vengará.

Reunidos los elementos necesarios, marcó en el suelo los círculos concéntricos, grabó los símbolos mágicos, y sacrificó un gallo mientras decía:

-Recibe ¡Oh Frimost! Esta sangre.

Sin salir de allí, aguardó que el reloj marcara las once de la noche de aquel martes, y comenzó la advocación latina del conjuro. Con la última palabra apareció el hombre... Frimost. Era el momento de pedirle el favor.

-Por Ischyros, te mando me concedas el poder de sembrar el odio, el espanto y la ruina; perpetuar lo que me han hecho. Haz que se aparte de ellos la paz y el remanso. Desencadena el viento y las tempestades, haz caer granizo y rayos adonde me plazca...

Y Frimost le entregó una piedra rojiza portadora de todo el poder. Pero con ella entre las manos, continuó su desgracia. Sin protección, tocando directamente su piel, aquel talismán absorbió su alma.
Debió haber hecho caso a su clarividencia y rechazar el consejo.

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11
Sep

El arcano número 19. El Sol.

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10
Sep

El arcano número 19. El Sol.

Enredada con sus pensamientos, relaja los músculos. Se entrega por completo al astro rey que la contempla. En la placidez de aquel momento, libre de compromisos, se evade de la realidad. Ya no tiene que fingir.
Es tiempo para recapacitar, para hacer balance y contemplar los resultados, para valorar las cosas de forma positiva y digna. El por hacer no le preocupa: es feliz.
En el horizonte alejado, de dibujos nebulosos e imprecisos por la evaporación, ve desaparecer la luna medio envuelta por las nubes. Aquella luz tenue del comienzo del día que remarcaba las formas, agrandando sus sombras, deja paso a la claridad.

Junto a ella dos niños se disputan, entre bromas y risas, una pelota. En este enérgico y, a veces, violento juego, no hay maldad.
Los observa con mimo y atención sin perder detalle del juego que se llevan entre manos.
Comprueba que el compañerismo, entre ambos, no está reñido con la competencia y en ocasiones, cuando presiente que se alejan demasiado del alcance de sus brazos, los reclama, los lleva hasta almohada de sus senos y se regocija entre besos y abrazos.
Ellos representan el valor de las cosas bien hechas, de las cosas que han arraigado con fuerza en sus existencia. Todos los esfuerzos, toda la dedicación y el tiempo empleado en operaciones arriesgadas o no, son consecuencias de sus deseos, unos anhelos de los que no se arrepiente.
Examina su cuerpo y percibe la grandeza del paso del tiempo, la importancia de cada arruga o curva de más.
Retorna a la contemplación de los gemelos. Si fuera de otra manera, planificaría el futuro de sus hijos proyectando, en sus diminutos cuerpos, todas las inquietudes: estudios universitarios, trabajo, salud y amor... pero el presente es hoy, ahora... recuerda que mañana quizás haga frío, que no se puede prever nada más que lo que queremos para el "ya" y el "ahora" y que siempre hay tiempo para comenzar de nuevo.

El sol la baña con sus gotas cálidas traspasando sus sentidos, dejándole una sensación de bienestar y de renovado sentimiento. La sonrisa se pinta en su rostro complacido.

Carmen Rosa Signes 040506

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2
Sep

Silcharde, o la fuerza del poder.

-“¡Silcharde! Por Saday, te ordeno me concedas el poder de dominar a todos cuantos hasta mi se acerquen, para conseguir de ellos lo que les pida.”
-No te daré nada si no me entregas un pergamino firmado con tu propia sangre. –le exigía el ser emergido de las tinieblas.
-Aquí lo tienes.

Antes de que el convocado le arrebatara el escrito, pudo arrojarlo al fuego como le habían indicado. Silcharde, de esa forma engañado, le susurró al oído aquello que tanto anhelaba, con la advertencia de que nadie debía conocer el secreto. Algo rozó su rostro. Sintió una comezón que le hizo reaccionar violentamente. La paloma, huyó desapareciendo por el hueco abierto de un tejado inexistente. El sol salía sin el canto acostumbrado; la bruma enmascaraba la realidad, con un velo difuso y débil. Todo le resultaba absurdo, pero ahí estaban los restos de la compleja invocación. Enfundó la espada de Adonay, y se dirigió hasta el campamento.
En las afueras de la ciudad sitiada, sus hombres aguardaban órdenes, aún excitados por la última batalla. Nada más arribar, mandó a un mensajero con una propuesta para el Emir rebelde. A las pocas horas, las puertas de la población abrían por sorpresa, y sus hombres, capitaneados por él y por las armas, arrasaban salvajemente a aquellos seres confiados. Pero la crueldad glaciar de sus actos, no quedó en la ignominia. Las noticias de la traición, de la masacre, partieron raudas, bajo la protección de las alas de una decena de palomas mensajeras, esparciendo la malandrina infamia en todas direcciones.
Don Alvaro, conseguía el poder con engaños y malas artes. Parecía cosa del demonio. Sus hombres, cabizbajos, rumoreaban la posibilidad de un trato con Satán, tal era la fuerza maléfica de unas acciones, con las que adquiría, migaja tras migaja, tierras, títulos, esclavos, y el poder que no le correspondería ni en centurias de esfuerzo. Así llegó a oídos del Papa, la cruel traición de un hombre, que había abandonado su fe y sólo pensaba en enriquecerse, sin hacer nada por la salvación de Tierra Santa. Como respuesta, a sus investigaciones, tan sólo consiguió el beneplácito de sus emisarios.
Cierto día, las tornas cambiaron. De pronto, todo se le torció, y ya nunca más consiguió doblegar a nadie. Durante la noche anterior, llevado por el alcohol y el desenfreno, sin recordar las advertencias de Silchader, una de las esclavas fue su confidente.

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16
Ago

El arcano número 20. El Juicio.

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15
Ago

El arcano número 20. El Juicio.

Encontrar el dialogo, un cara a cara con los dioses, de aprobación o rechazo que le indicara que lo hacía bien, que se encontraba a su altura, era una máxima para él.
Demasiada poca fe en si mismo y un desafiante deseo por ser juzgado.
Rara vez, en su interrogatorio con el infinito no pisable, obtenía respuesta: algún cometa cruzando el cielo; la sombra de un objeto ocultando la luna o la lluvia de las estrellas, lenguaje celestial que interpretaba a su antojo.

Candaules, tenía todo lo que se le antojaba y, siempre, lo mejor. La tierra más próspera, los súbditos más leales, los mejores aperos y riquezas. Todo lo que hasta él se acercara debía ser considerado único en su categoría.
Castalio proceder que, el rey, exhibía con orgullo convencido de ser la prueba tangible de su alianza con las musas.
Constantemente necesitaba, para avivar su orgullo, ser portador de laureadas menciones con las que poder alimentarlo.

Nisia aglutinaba todas las virtudes y excelencias que jamás hombre alguno pudo tener.
Muchos años tardó en encontrarla. Contemplarla, disponer de ella, se había convertido en la obra cumbre de su egocéntrica obsesión.
Pero para su pesar, tan sólo él podía disfrutarla. Fue entonces que la frustración le tomó de la mano.
Si ningún otro mortal era testigo de su dicha, ¿de qué le servía?

Le excitaba la envidia. Se creía Dios y con todos los derechos. Hasta el último de sus enemigos, debía saberlo.
Sin prejuicio, mandó llamar a Giges, su más fiel consejero. Alguien debía dar fe de su divina suerte.
Despavorido, Giges, se negó en un principio, pero fue vendido por la tentación.
La noche que contempló el cuerpo desnudo de Nisia, enmudeció de amor.
Y aquel que debía ser los ojos del mundo, aquellos que juzgaran la más divina posesión del monarca, cayó rendido ante una ofendida esposa, que no podía perdonar el ser tratada de forma tan humillante.
Presa entre sus redes, Giges, se convirtió en maleable títere. Ni hombre ni Dios alguno, hubiese podido resistirse.

Sobre el arrecife pulido se rubricó en rojo una sentencia.
El rey Candaules murió. El juicio constante al que quiso ser sometido, le abrió las puertas de un abismo al tiempo que las notas discordantes, del ángel, que anuncian el fin y sirven de llave, cayeron sobre él por orden de los Dioses y de la mano de su fiel vasallo.

Carmen Rosa Signes 020606

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10
Ago

Guland

¿Cómo descendí por aquella escalera? De veras me gustaría averiguar cómo lo hice.
“Mis pasos eran rápidos pero la percepción se me antojaba en cámara lenta. Me recordaba el visionado de las películas mudas, cuando la manivela se ralentizaba y el camarógrafo tenía que apurar su labor. Lo único que me viene a la memoria es el pandemónium reinante.”
¿Cuánto tiempo estuve allí? Tiempo es lo único que no me falta.
“De entre aquella luz surgían formas confusas, que empujaban mis carnes. Cada vez más excitada, huía de una fiesta, que se había desarrollado como muchas otras, aquí en Beverly Hills: baile, alcohol,... pactos traspasando los umbrales del sexo y las drogas. Sabías a lo que te exponías, no podías negar la realidad ni hacerte la ingenua. Aquellas manos, que correteaban por mi cuerpo, me guiaron hasta un punto, desde el que observé un panorama endiablado.”
Llegué a la ciudad, y es ahora que puedo aseguraros, que ya no temo regresar a casa. Abandoné la mediocridad. Pasé de ser una chica del montón, aquella que se dejaba tocar por cualquiera, a alguien que ya no tenía que justificarse. De chica del coro a gran diva. He sustituido los encuentros sexuales, para conseguir mis propósitos, por el candor de los abrazos efímeros, y las atenciones pasajeras de tantos amantes y admiradores, mitómanos o no, como deseo. Luego, la soledad. Aquella noche me comprometí con Guland para alcanzar el premio.
“Las voces se trasformaron en palabras. Tan desdibujado como mi recuerdo, aquel sótano acabó convirtiéndose en el escenario de un sueño dentro de otro sueño: el suelo garabateado con símbolos y figuras geométricas, embadurnado en sangre; el oficiante haciéndonos jurar secreto eterno; la invocación, que apenas si recuerdo; y la aparición de un personaje, vestido como de opereta, susurrándonos a cada uno, la forma de perpetuar el don solicitado.”
Desconozco si alguien más lo consiguió, ni me importa. Lástima, que el precio fuera tan alto. Todo lo que se me antoja lo consigo mejorado. Demasiado borracha o drogada estaba aquella noche, para tomar una decisión tan importante. Envidiar la compañía para librarme de la soledad, no me ha servido para nada. Deseo restituir mi respuesta pero sin renunciar al premio. No aguantaría si me superasen.
“¡Qué mala es la envidia!”

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1
Ago

Astaroth

Acababa de escabullirse de la partida de cartas más importante de su vida. Todas sus posesiones perdidas a una sola carta. La medianoche marcaría el cambio de año. Se camufló entre la gente que, bañada en confeti, bailaba por las calles brindando por el momento. Al subir al coche, esquivó la bala que le hubiera matado. Apretó a fondo el acelerador, librándose de la muerte, pero... ¿por cuánto tiempo? Tuvo que improvisar un destino, una nueva vida.

Algo le impulsó a detener el vehículo. Lo recogió empapado, cuando casi había perdido las esperanzas de encontrar a alguien, que le acercara hasta casa.
-Gracias.Pensé, que por ser Año Nuevo, nadie pasaría.
-Es usted afortunado. ¿Dónde le acerco?
-Si me deja en casa, le estaré eternamente agradecido. Parece ser que mi suerte ha cambiado.-Aquel hombre se afanaba por secarse para no empapar la tapicería.
-¿Conoce algún motel cercano?
-Quédese en mi casa. ¡Enhorabuena pasó por aquí!
Durante el trayecto, apenas si intercambiaron palabras. La mansión, del autostopista, tenía un aspecto destartalado. Recordó que la vida le pendía de un hilo; era imposible, que tan pronto, le hubieran localizado, pero no podía bajar la guardia. Tenía pensado descansar lo justo, y seguir su ruta, pero no pudo pegar ojo. Dispuesto a huir, salió de su cuarto. Un sonido, como una entonación musical, le alertó. Su anfitrión realizaba, sin cesar, juegos de azar que, por sus aspavientos y alegrías parecía festejar, pues no perdía nunca. Le llamó la atención, que en cada intento, dedicara un momento a dar vueltas a un gran anillo. Supuso que debía ser el desencadenante de tanta suerte. El destino le regalaba la solución de sus problemas. Si se lo sustraía, podría restituir su deuda, recuperarlo todo, tal vez incluso hacerse rico. Aquella era su oportunidad, la casa se encontraba en las afueras, nadie sabía que estaba allí. Estaban solos, no habría testigos. Entró en la sala. Los rasgos del invitado habían variado. El desdichado intento huir, pero un golpe seco acabó con su vida. Se colocó el anillo, abandonando con desdén el cuerpo. Era el momento de dar un giro a su fortuna.
Puede que aquella suerte, que le abandonara la noche anterior, regresara hasta él. Ganó unas cuantas manos de póquer, antes de que repararan en su presencia, pero no fue por mucho tiempo.
El anillo no tenía más que el valor de su origen. Astaroth, tan sólo concede la suerte a quién lo convoca.

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3
Jul

Súrgat

Malandrines, filibusteros y rameras, pasean por el puerto buscando cómo ganarse los cuartos para salir airosos de trifulcas y borracheras. Esquivando proposiciones, Sir James Worsley, camina hacia su cita. Muchas naves permanecen varadas en la dársena de Puerto Príncipe. Hacía años que los ciclones no golpeaban Haití con tanta virulencia. El capitán espera junto al zaguán de la taberna. Con un cruce de miradas descubre el arrojo y la osadía, que anda buscando.

-Ambos sabemos que nos trae hasta aquí. Sobran las monsergas si su determinación tiene el valor de su mirada. Me han hablado muy bien de usted capitán.

Sobre la mesa, Sir James, desliza un gran anillo con sello y un brazalete.

-¡Aquí está el escudo! Ya sabe que el premio debe ser colectivo. No permitiré que traicione a mi tripulación.
-Todos recibirán lo que les corresponda. Le advierto que, el “Súrgat”, es un galeón sin par, el más rápido que surca estos mares. En cuanto a la ruta, capitán, os dará la impresión de que la conoce. No le contradigáis.

Una tripulación hastiada del descanso prolongado, madruga entusiasmada por la proximidad de la partida. Arriban al pie de la nave, y se maravillan de su grandiosidad. El “Súrgat” despliega el velamen, y parte rumbo hacia alta mar.

-Sir James, cierto es que parece conocer el camino. Presiento que pronto avistaremos tierra. -Razón no os falta, mañana arribaremos, pero hoy os suplico que confiéis en mi. Nadie debe molestarme ni tan siquiera vos. Os lo ruego.

Pero el mar curte de forma distinta, y la confianza hecha jirones, del capitán, agudiza el instinto de supervivencia, desdeñando de la lealtad. Extraños ruidos le alarmaron. Abrió la puerta dispuesto a averiguarlo todo, justo en el momento en el que, Sir James, blandiendo una espada, retuvo la aparición de un ser horripilante.

-“Por Adonay, Súrgat, me concedas el poder de hallar tesoros bajo tierra y en otros lugares”.

El capitán observó como la criatura le ofrecía un gran anillo dorado. En el momento en el que éste pasaba a manos de Sir James, el marino, cegado por la ambición se lanza para recogerlo.
El barco es zarandeado violentamente hasta que la fuerza del oleaje lo hace zozobrar.
Sobre un mar calmado, unos signos cabalísticos acompañados por la figura de un gallo, y escritos con sangre sobre un pergamino, sirven de epitafio a la catástrofe del “Súrgat”.

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2
Jul

El arcano número 21. El Ciclo/El Mundo

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1
Jul

El arcano número 21. El Ciclo

Encaramado en la barandilla se pierde en los viandantes. Escruta sus rostros, observa su caminar, atiende al bullicio, se deja enredar por las sensaciones que le proporciona estar completamente al margen. Experimenta un sosiego extraño, casi pecaminoso, acrecentado por la inmovilidad voluntaria y por primera vez, siente la urbe con morbosa envidia.

Camina por la terraza, cambia la perspectiva, renueva con el viento que llega, los sentidos y se abstrae.

La tarde ha comenzado, el olor de la siembra lo invade todo. Los campesinos descansan bajo la sombra que les cobija, beben y festejan el final del trabajo. Ahora sólo les queda almacenar y dejarse invadir por el letargo de los duros días del invierno que pronto llegará. Cargan las bestias con premura, agosto sorprende a veces con tormentas inoportunas. Los quejidos de una pollina, desplazada a golpes, rompen la armonía. Se asombra del desinterés de estas gentes al ver su trabajo cumplido y recuerda cuando él sentía de igual forma por las cosas conclusas, sin tener a bien analizar el esfuerzo realizado, fascinado en su contemplación y descansando, al fin, de las preocupaciones.

Vira nuevamente y se encuentra con la noche que desclasifica sus sueños. Aplaca su curiosidad en la vida que siempre ha estado ahí, rodeándole, pero en la que nunca a reparado. Un bullir de gente extraña que circunda las estancias conocidas. Como la representación faraónica de una ópera en la corte, se pierde en los detalles que desde la azotea le muestran la sencillez de la vida y la complejidad del deseo. Lo bueno y lo necesario frente al sufrimiento de quienes se esmeran por conseguirlo. En sus rostros cree ver el afán por el descanso merecido.

Respira hondo mientras su vista se proyecta a un firmamento que se le presenta con toda su majestuosa grandeza. Empequeñecido ante su agónica imagen, ¡pobre carcamal! Apenas si puede levantar una mirada desafiante a los dioses. Baja su rostro firme en si mismo. Siente que todo termina, pero yerra. Es todo lo contrario.

Un cuarto de vuelta y todo retorna. La luz naciente le daña los ojos. El sol despunta entre las olas de un mar sereno que rejuvenece con su fragancia húmeda y en constante movimiento. Comprende la verdad de su recorrido y descansa de sus contemplaciones. Cesante de fortaleza y determinación deja que todo continúe su ciclo y muere.

Carmen Rosa Signes 190106

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26
Jun

Bechard

La falsa explosión del vehículo, mitigó el sonido del cañonazo. Subía desorientada por la calle Obispo. Sus pasos, por la adoquinada calle habanera, la llevaban maquinalmente hasta el Floridita. Ya en la puerta dudó. Quedó paralizada al ver la patrulla policial detenida en la esquina, suscitando el recelo de uno de los guardias.

-¿Le ocurre algo?
-¿Podría decirme la hora?
-Las nueve.

Parecía como si algo fuera a suceder entre ambos, pero la dejó tranquila. Su ropa distaba de la elegancia que solía exhibirse en el Floridita. Aún temiendo que la echaran, entró. Soñó que encontraría lo que tanto ansiaba en aquel lugar y a esa hora. Diana nació hermosa. Su cuerpo se había formado voluptuoso y deseable, pero no encontró el amor. Ahora, con casi cuarenta años de edad, se desvivía por dejar atrás aquel vacío. Al no lograr introducirse en las viejas tradiciones orishas de su isla, rumió que si Dios olvidó bendecirla, quizás el demonio lo haría. Y comenzaron los sueños. En la barra, rebuscó en su monedero; con unos pocos centavos no le servirían nada. El camarero le entregó un vermouth.

-Cortesía del caballero. -Le dijo, señalando detrás de ella.

Aquel hombre estaba acompañado por dos mujeres, que pavoneaban sus encantos. Antes de que nadie sospechara de la ilegalidad del encuentro, se aproximó.

-Tengo entendido que le interesa esto. -Sobre la mesa dejó un voluminoso paquete.
De cerca, el color cetrino del traje del caballero se confundía con el tono de su piel, en una extraña mezcla. Intentó alejarse presa del pánico, pero él la sujetó por la muñeca obligándole a sentarse.

-No menosprecie el poder del que le hago entrega. ¡Bechard acudirá! Esta carta contiene las palabras que lo traerán. Sólo debe conseguir un gallo para el sacrificio. El resto: la espada de Adonaii con la que marcar el lugar del conjuro, el carbón vegetal, y el pergamino virgen, lo encontrará aquí dentro.

Bien por la expresión de su rostro, o por la maliciosa forma de manosear a sus acompañantes, no dejó que el extraño alcahuete concluyera su discurso. Salió corriendo.

-Señorita, parece asustada.

De nuevo aquel guardia.

-¿Permite que la acerque hasta su casa?

Por la puerta del Floridita asomó un caballero acompañado por dos mujeres que, entre risas y besos, alborotaban la calle.

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3
Jun

Arcano 0. El Loco.

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3
Jun

El arcano número 0. El Loco

Debemos prepararnos. Creo que nuestra estancia en esta ciudad debe finalizar sin más demora. No tardarán en descubrir mi engaño, las falsas monedas con las que pagué a mis deudores se desvanecerán. Pronto partirán en bandada para atraparme.
Por suerte, tengo lo que vine a buscar y el contacto que necesitaba para alimentar mi codicia de saber.
Ya “El Sarraceno” tuvo a bien mostrarme sus escritos, algunos encriptados, y los de Abraham Ben Samuel Zacut, su maestro en las nobles artes de la Cábala, por lo que pude tomar cumplidas anotaciones de los mismos.
¡Qué difícil es en estos tiempos hacerse respetar, cuando la única ambición que uno tiene es la del saber!
No puedo tolerar que tanto conocimiento caiga en el crisol del olvido y la superchería, trasmutándose en ignorancia.
Siguiendo los pasos de aquellos maestros que lograron huir, llegamos a España. Pero me temo que mi tiempo aquí también se acaba.
Al menos yo, creo que conseguiré mi objetivo. He lidiado con la muerte, he sido testigo de la fragilidad de la vida. He podido comprobar, con mis propios ojos, que los hombres solo buscan el mal de los otros hombres y me he aprovechado de ello.
¿Está mal? ¿He obrado de forma execrable por engañar a aquellos que buscaban la destrucción de sus congéneres?
Sí, sin duda. He sido un descarado, un desvergonzado timador, pero no erraré creyendo que Henry Cornelius Agrippa no será recordado exclusivamente por ello.
Marcharemos de Valencia, lo mismo que en su día nos alejamos de tantas otras importantes urbes. Y lo haremos con el atillo lleno y la mente cada vez más repleta de conocimiento. Partiremos fiel amigo, junto a nuestros lebreles, hacia Elna, su monasterio alberga gran cantidad de libros alquímicos. Y luego, quizás, tal vez,… Avignon.
Si algo he podido comprobar en mi desdicha es que ésta hermana a la gente. Por los más agrestes caminos de mi huída, me tropecé con gitanos que supieron muy bien el porqué de la precipitación de mis pasos. No tuve que decirles nada, faltó con que me miraran a los ojos. Me cobijaron sin preguntas y siempre disfrute de su tango y su alegría antes de continuar mi camino.

Carmen Rosa Signes 100206

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20
May

El reflejo de un reflejo

¡Ahí está nuevamente! Si algo me resulta más sobresaliente en toda su fisonomía, quizás solamente apreciable por mi, es el miedo de su expresión y las palpitaciones crecientes de ese corazón, atrapado en nuestro reflejo, único vínculo que nos une y que me hace estremecer; estoy encerrado, pero nadie podrá nunca saberlo, a no ser que encuentre un modo para comunicarme con esa otra realidad, que ya no es la mía, o que consiga darle la vuelta a la situación, igual que ya ocurriera aquel día. El muy pícaro, sabe que es posible, y traspasa frente a mi con cautela. Tiene miedo, lo sé.
La vida continúa; no me falta de nada aquí y ahora, salvo la existencia que ya no me pertenece, y esa es la única cuestión que me angustia. Esa… y los míos. Me gustaría saber si son conscientes del cambio. Pequeños detalles, que me caracterizan, que me distinguen debieran alertarles; él es zurdo, y yo siempre fui diestro. ¿Por qué no lo ven? Siento como se acelera nuestro pulso, cuando estamos cerca, y son esas palpitaciones las que confío que algún día le delaten. No voy a perder la calma. Deseo reservar mi rabia, como arma en contra de esto, tan inexplicable y terrible. Dejar que la demencia tome posesión de mi, sería sencillo; a veces los veo pasar; él no puede escapar de mi, de su reflejo, sé que eso le preocupa; supongo que teme que pueda averiguar cómo darle la vuelta a todo; si él consiguió salir, ¿qué me impide a mi retornarlo a su lugar? A su reflejo.
Al desorden y la confusión, de los primeros momentos, después de que mi torpeza me trasladara al otro lado, siguieron la reconstrucción de los hechos; el tropezón en aquel maldito espejo giratorio, del vestidor del dormitorio, fue el culpable, en mala hora lo compré; siempre me había parecido extraña la forma, en la que me veía reflejado, el gesto de mi rostro, tan inusualmente huraño, por lo que procuraba no arreglarme nunca allí. Esta realidad no sensorial me está afectando, me inunda de dudas. ¿Quién ha arrebatado la vida a quién? ¿Quién merece la angustia de una realidad, atrapada en un reflejo?

Carmen Rosa Signes 12 de septiembre de 2005

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29
Abr

El romero, el engaño y la muerte

Una corriente helada, me sacó de la ensoñación y ahuyentó los efluvios de tu recuerdo, para hacerme retornar a la realidad que te alejaba lacerando mi ánimo. Largas horas de vigilia en las que soñábamos despiertos, única posibilidad que nos permitían para mantener el humor. Cualquier ruido encogía nuestros corazones, revolvía nuestra voluntad. En lo recóndito del pensamiento, en ese momento cuando éste nos evade de la verdad, el miedo desaparece convirtiendo a la muerte en la amante soñada. Quizás, no debimos abandonarnos tanto al ubicuo pasaje de los deseos, pero ¿qué más podíamos esperar cuando todo ya estaba decidido?
El muro, se extendía envolviendo el campamento. Fuera de él, la vida cobraba mayor valor. Setenta y dos horas de guardia. En ocasiones imaginábamos, que el paso de las tropas enemigas era en retirada; entonces, nos sorprendía el siseo de una bala perdida, o el vuelo de un ave espantada.
El viento mecía las ramas y las hojas de los árboles. Mientras, el sol continuaba con su deambular transformando las sombras, ora en monstruosos, ora en los cálidos trazos de tu presencia. La lluvia, copioso encuentro del agua contra un suelo seco, tuvo mucho que ver en nuestro primer encuentro. El aire, invadido por el olor de la tierra al fin humedecida, había pasado a suavizar su aroma mezclándolo con el del romero, y otras hierbas aromáticas. No me sorprendió comprobar que tu cabello, repleto de diminutas flores lila, desprendía el mismo aroma hipnótico, excitante. Contrastando con el reflejo de tu negra cabellera, las nubes se trasladaban veloces, como un telón que anunciara el final de la función. Fue entonces que volvió a mi, empujado por el viento, tu perfume.
La lluvia persistente, que había convertido la tierra en barro, deshizo las matas de romero desperdigando, en todas direcciones. su olor. Me atrapó al instante, velando mis sentidos con su fragancia. Penetró al tiempo, que la bala se alojaba en mi. La muerte usó del engaño, para evitar mi pelea. Su negro manto simulaba tu cabello, los ruiseñores falsearon tu voz, solamente el aroma del romero fue cierto. Desperdigada por el viento, aquella fragancia me transportó hasta sus brazos, en la dulce entrega del último suspiro. Pero aunque cree haberme engañado, siempre seré tuyo.


Carmen Rosa Signes 15 de octubre de 2006

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17
Abr

El Crepúsculo

“El Crepúsculo” partió de la tierra apenas doscientos años antes de que el sol se consumiera del todo. Un nombre apropiado para la nave en la que huían sus últimos habitantes.
Una atmósfera artificial especialmente creada, que les ayudaría paulatinamente a aclimatarse a las condiciones atmosféricas de su destino, les proporcionaba todo lo que necesitaban.
Santa, se maravilló con los pequeños detalles que aportaban a la nave la sensación de no haber salido del planeta. Durante la campaña que precedió a su rescate, las noticias que llegaban a la tierra eran confusas. Entre ellas, había una que comparaba aquel tan complejo salvavidas, con un chiringuito de escasos recursos; las que hablaban de problemas por falta de combustible; y las que calificaban el destino, aquella isla de los náufragos como había llegado a bautizarse, como un neblinoso y oscuro pedazo de roca en medio de la galaxia más alejada del universo conocido. No sin fundamento, había surgido en la certeza de que, los mejores planetas, los más similares, los más ricos, los menos conflictivos, estaban reservados para las clases privilegiadas. La superpoblación había obligado a una repartición forzosa, es más, no escapaba a nadie que los poderosos, los depredadores de las finanzas siempre ganan.
Paseaba Santa con su guitarra en la mano despreocupada. Se sentía bien, ya no había vuelta atrás. Sólo quedaba creer que los hologramas, que adornaban las paredes de la nave, realmente pertenecían al lugar que les había correspondido. Lo cierto es que le serenaban aquellas imágenes tanto, que se recreó haciendo sonar su instrumento, formándose a su alrededor un corro de gente. En cierta forma, y aunque la luz que bañaba la atmósfera, no se parecía en nada a la que habían dejado atrás, algunos de aquellos paisajes le recordaban a las vistas, que desde su ventana, desde aquél alejado alfeizar que tantas veces había sido el sustento de sus sueños, veía, y eso le inspiraba.
Aquella guitarra siempre había sido la prolongación de sus recuerdos, pero ahora la sentía distinta. Componía una bella melodía en la que poder insertar el poema de sus anhelos y el de los sueños de todos los tripulantes “Del Crepúsculo”.

Carmen Rosa Signes 24 de agosto de 2005

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9
Abr

Z

“Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros,
la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los
hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto.”
La biblioteca de Babel de Jorge Luís Borges

Deslucido por la capa de polvo y los años en un estante de la enorme habitación, que hacía las veces de biblioteca y sala de estar, se le podía encontrar.
Con su pausado caminar llegó hasta el pequeño mueble que lo elevaría lo suficiente sobre el terreno, para poder alcanzar su objetivo. Las letras y dibujos que lo diferenciaban, que marcaban su personal característica, apenas si se veían. Le costó localizarlo pese a conocer su situación exacta, tal era la máscara que los años le había conferido. En la casa, nadie más había destinado su tiempo libre a la lectura, una pena pues aquella biblioteca contaba con una colección inmejorable, más completa que la existente en el recinto público habilitado por el ayuntamiento de aquella localidad costera.
Bajó con cautela del pedestal con el objeto de su búsqueda entre las manos. Mientras se dirigía hacia una butaca, que se hallaba situada junto a la enorme ventana por la que se divisaba el paisaje agreste del mar golpeando las rocas, sus manos, convertidas por el paso del tiempo en torpes instrumentos que apenas podían moverse sin producirle dolor, intentaban devolverle, sin lograrlo, el aspecto que él recordaba de la primera vez que lo tuvo frente a sus ojos.
Se dejó caer en el cómodo asiento que siempre le había acompañado en sus lecturas, arropado por la suave luminosidad que entraba por la ventana, luz tenue que le obligó a encender la eléctrica pese a no ser partidario de ella; su vista cansada ya no daba para más.
Las manos le temblaban mientras de sus ojos surgían pequeñas gotas fruto no se podía saber bien, si de la emoción del momento o del cansancio de aquellos avejentados órganos.
La portada dio paso a un título que comenzó a leer en voz baja: “A... “.

A las pocas horas, el bullicio y la expectación se habían adueñado de la biblioteca.
-No te preocupes por colocar el libro en su sitio, lo importante ahora es llevar al abuelo al dormitorio; hay que arreglarlo para el entierro.
-¿Sabéis? Debió fallecer contento. Alcanzó su meta. Siempre tuvo miedo de no leerlos todos, y creo que este ejemplar confirma su logro.
Sobre la butaca, que un minuto antes había ocupado el anciano, dejaron el libro titulado: “Abecedario: de la A a la Z Ilustrado”.

Carmen Rosa Signes 2003

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27
Mar

Los higos, la doncella y el amor

Sigiloso, deja resbalar la mano por encima de su hombro. La sorprende. Un pequeño estremecimiento espabila sus sentidos. En su mano extendida, pende un obsequio, un higo verde.

Tómalo —le dice — contempla su pureza. Está limpio. Descubre su rosado y sensual contenido. Observa cómo desea tomar tu dulce boca.

Siente la mirada cargada de lasciva inspiración, y con un gesto lo rehúsa. La respiración cálida y espesa en su nuca le angustia.

No huyas, niña. Ayer estuve en tu casa y tu padre me dio su plácet para cortejarte.

Ajusta la cinta de su vestido, que levanta sus impúberes pechos, y huye. Las lágrimas no le dejan ver. La madre se cruza en su camino.

No corras, tengo buenas noticias que darte.

Y vuelve a sucederle. Por segunda vez en un mismo día le ofrecen higos tiernos. De un golpe los rechaza. Los frutos reventados contra el suelo blanquecino, dejan escapar su aroma dulzón con tintes rosáceos.
Tiene once años de edad, y aún para ella es un logro ver cumplidos sus sueños.
Al llegar a su cuarto, escucha el sonido envolvente de unos cánticos. Asoma la cabeza, lo justo para poder ver la luz de las velas concentradas en el altar de Afrodita, y el rostro complacido de su padre al abrazo rítmico de su rezo en la ofrenda a la Diosa.

Ven niña. Ayúdame a agradecer a los dioses tu suerte. Entre parientes nunca nos separaremos. Temí perderte envuelta entre los linos y las columnas de algún templo.

No puede apartar de su mente aquellos ojos tan rojos como el fruto oloroso allí ofrendado. Presiente dolor y un gesto de ruindad por parte de los que ama. No comprende que el destino la eche en brazos de la lujuria que pervierte aquello que toca. Se sabe tan frágil como el fruto que se echa a perder a las pocas horas de su cosecha.
Y aunque es una fruta resistente, teme el escalo del gusano lúbrico que la corrompa.
Afrodita, ha sido cruel con ella, de nada sirvieron sus atenciones y la entrega que, con devota admiración, le ha hecho al amparo del amor joven y galante que la espera en el jardín de sus ilusiones.
No han servido esos frutos que ahora se vuelven contra ella, y que jamás piensa volver a tomar en un destino negado al amor.

Carmen Rosa Signes 29 de septiembre de 2006

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14
Feb

Las esquinas

De tanto mirar al norte, buscándola, el musgo ha crecido ya en mi costado.
C. Sigur (Poemario imposible)

Siempre sucede al girar las esquinas. Pensaréis que mi estado mental a dejado la lucidez y se encuentra ofuscado por la demencia. Posiblemente nunca os ha sucedido. De ser así, vale doble mi advertencia. Pero ¿estáis seguros?
Había puesto todo mi empeño en ello. Mi vida solitaria, próxima a la extenuación en la búsqueda de alguien con quién compartirla, había llegado a rechazar que, el destino, me tuviera reservado a alguien.
Pero, como siempre, la existencia quiere que las cosas no se eternicen y uno pueda tener de todo, encontré el amor una mañana.
Teníamos un futuro prometedor. Pero tal como vino, se esfumó.
Cuando se pasea por la calle hay un momento, precisamente aquel en el que las doblamos, que nos cruzamos con un ángulo muerto. No es fácil percatarse de su existencia, es más, generalmente actúan tan discretamente que es imposible. No son muertos por ocultar terribles circunstancias, lo son por que contienen muerte. Por su nombre se podría extrapolar que nada bueno esconden. Si una circunstancia nefasta os acosa, puede ser absorbida de inmediato. Diréis… y eso ¿qué tiene de maligno? El problema es que no hace distinción y, en un segundo, podéis ver desaparecer aquello por lo que habéis luchado toda la vida.
De la misma forma que las olas del océano desvanecen nuestros pasos, sobre la arena, estos ángulos muertos borran acontecimientos.
En el devenir de la vida, estamos expuestos a tropiezos casuales que, por su relevancia, marcan nuestro camino, pero éstos puede cambiar en un segundo.
He intentando averiguar qué los activa y, creo, aún a riesgo de equivocarme, que es el pensamiento.
En ella pensaba, en nuestros proyectos, mientras iba al lugar de nuestra cita, cuando, después de virar una calle, no volví a hallar rastro de mi amada, ni de nuestra relación. Como si nunca hubiera existido.
¡No estoy loco! No fue mi imaginación. ¡Ella existe!
¡Escuchadme! Tened cuidado con lo que penséis al doblar las esquinas, no sea, que desaparezca por siempre.

Carmen Rosa Signes 22 de septiembre 2006

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3
Feb

La Sirena y el Pescador

La sirena se oculta tras la alta y encrespada ola, obra de un mar inusualmente revuelto para esta época del año.
Huye de la mirada engañosa y triste del joven pescador que permanece desolado en la orilla, a la espera del barco que partió, sin él a bordo, en la madrugada.
Absorto en sus pensamientos, fruto del temor al enojo que el patrón y los compañeros traerán a su regreso, después de un arduo día de faena, no puede descubrirla entre el oleaje.
Como única excusa para calmarse, sólo dispone de los temores ocultos que le hicieron recelar, la noche precedente, de la luna surgida del horizonte con color de muerte. Así se lo había oído decir a un pescador, al que ya nadie escuchaba por viejo, borracho y loco, pero al que él atendía con miedo, respeto y amor.
- Abuelo - le dijo, - ¿es cierto que hubo una vez un barco que después de salir así la luna nunca más regresó?
El abuelo le mira con sus viejos y enrojecidos ojos, y sin reconocerlo apenas, le cuenta entre sollozos lo que desde joven le viene atormentando.
Perdió a su padre, a su hermano, a sus amigos… y no pudo soportarlo.
No, él no había muerto.
Llegó tarde a la partida por culpa de un amor furtivo, que después le abandonó en el mismo instante que salía el barco, justo en el momento en que la luna asomaba por el horizonte, bañada en aquella extraña tonalidad, demasiado turbia, apagada y triste, como si el velo de la muerte nublara su luz y color.
- Esta noche, hijo mío, la luna también se puede ver con aquella extraña apariencia. No malgastes el tiempo en la espera de ese barco que no volverá. Triste destino el de aquellos que no regresaron, ni entonces ni ahora. Pero más triste el de los que, como tú y como yo, se quedaron con el remordimiento de no haber partido hacia su destino en el mar.
La sirena mira, entre las altas olas, pensando que por segunda vez no a conseguido un amor atrapar.
Sola se queda y regresa a su fondo donde le esperan el botín del naufragio y unos cuerpos sumergidos, que deberá sacar a la superficie para que sus almas descansen en paz.

Benicassim a 10 de abril de 2002

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3
Feb

Los duendes

-…Puedes pasarte horas andando por el bosque, o simplemente sentado contemplando cómo recorre el sol su camino entre las ramas de los árboles, y no ver, ni oír, ni presentir nada. Pero un día de repente, ¡zas!, ahí están. Generalmente sólo es uno el que aparece en un principio, pero si no te mueves y haces como si los ignoraras, puedes llegar a ver hasta cuatro. Al menos ése es el número que pude contar en una ocasión… desgraciadamente la única.

Con palabras como éstas, mi madre conseguía que mantuviese la calma durante el tiempo que necesitaba para concluir las tareas de casa, evitando así que le estorbase. Debía tener casi seis años, y mi curiosidad sin límites le apremiaba para que continuase con su relato. Entonces ella me decía: “Siéntate, calla y escucha”. Y recomenzaba, bajo la atenta mirada de aquella niña pequeña, su narración. Una historia tocada por lo que yo creía una gran fantasía.

-Érase una vez una niña como tú, quizás un poco más mayorcita. Le encantaba perder el tiempo en compañía de los árboles, de los pájaros, del viento… Su vida transcurría entre las obligaciones diarias y unas largas y placenteras estancias en el bosque que rodeaba su casa. Se sentía un ser especial. Muchas veces había hablado a sus compañeros de clase, cuando aún asistía a la escuela, de lo bien que se lo pasaba sola en aquel bosque, aunque siempre la miraban burlones y se reían. Todo aquello no lo entendía muy bien, pero le daba lo mismo; se sentía diferente y no le importaba.
Cierto día, algo llamó su atención, era un ruido que le hizo volver la cabeza. En muchas ocasiones había tenido encuentros fortuitos con animales que habitaban entre los árboles. Pero algo le decía que aquel sonido no era de ninguno de ellos. Como si de un juego se tratase, saltó girando de golpe, y lo que pudo ver por un segundo tan sólo, le dejo sin habla. Fue una visión breve, pero estaba muy clara: un duende, pequeño como un ratón, se escondía detrás de un gran árbol, y ella lo había visto. Sabía que no lo podría coger, pero se dirigió lo más rápidamente que pudo hacia aquel lugar. “Te pillé”, le dijo, pero ya no estaba allí.
Pasaron días y días, semanas, incluso meses, y no conseguía verlo otra vez. Aun así, sabía que allí se encontraba, y seguramente no estaba sólo. Su querida abuela le contaba muchas historias de duendes y hadas, y por eso la pequeña, tratando de averiguar, le preguntaba insistentemente sobre aquellos cuentos. Tanto perseveró en el tema, que llegó el día que la buena mujer quiso saber el motivo del interés excesivo de su nieta, pero no logró sacarle ni una palabra ni media. Creía la niña que, como en las viejas historias que le narraban, si guardaba el secreto de su misterioso encuentro, lo salvaría de todo mal, consiguiendo así, posiblemente, ver de nuevo a aquel duende.
Seguía pasando el tiempo, y nada. Pero no por ello perdía las esperanzas de volver a ver al pequeño ser, cazado por su vista de aquella manera tan rara. Y aunque a lo mejor no te lo creas, el tiempo le proporcionó una nueva oportunidad, que vivió con mayor intensidad y emoción que la vez primera. Cierto día, sintió como un estremecimiento que le llegaba muy dentro del alma. Y, ahí estaba. Pero no estaba solo, pues tres más iguales a él le acompañaban. No se asustaron, sino que cuando ella se acercó para decirles algo, se fueron, despidiéndose con la mano mientras se alejaban. Ya nunca más logró verlos.
Pero, ¿sabes, querida mía?, no me importa, porque sé que allí siguen todavía. Tal vez algún día vuelvan a aparecer, hija mía. Por eso quiero que tú lo sepas, para que si en alguna ocasión te los encuentras, puedas decirles, por mí, que no les olvido y que guardaré su secreto por siempre, con todos menos contigo, que para eso eres mi niña del alma…

Siempre concluía del mismo modo, y no cambió nunca ninguna parte de la historia, por eso, con el transcurso de los años, he llegado a creer que quizá fuera cierto lo que me contaba.
Pero por más que me pierdo por entre aquellos bosques, nunca he podido ver ni oír nada de nada. Sólo de vez en cuando siento como un estremecimiento que me conforta, y aprovecho ese momento para decir a viva voz: “De parte de mi madre que continuáis en su memoria, que os quiere y no os olvida”. Y siempre después de decir todo esto, una cálida brisa acaricia suavemente mi cara.


Benicassim a 14 de abril de 2002

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11
Ene

La lección

La sangre salpicada lo cubría todo.
Algunos cuerpos aún resistentes al envite de la muerte fueron mutilados en vida.
Mientras las mujeres eran conducidas por la fuerza lejos del poblado, todos los varones incluidos los niños eran asesinados. Hubo madres, en su resistencia, por no perder el contacto con sus hijos, a las que golpeamos brutalmente. Algunas perecieron.
Recuerdo que una de ellas se quitó la vida, al ver como su hijo fallecía. No podía quedar ningún varón de aquella estirpe, así se evitaba que la sangre de la venganza corriera entre aquellas venas. Llegamos incluso a abrir la barriga de las embarazadas, para evitar cargar con varones.
Los gritos de auxilio, los lloros suplicantes, los estertores de la muerte, el ruido de los cuerpos pasados a cuchillo al caer, todo eso ha quedado grabado en mi mente. Una música que jamás podré olvidar.
Todas fueron violadas, para evitar que quedara alguna duda sobre la procedencia de sus hijos. No se tuvo en cuenta ni la edad.
Hemos sido adiestrados para esto, ya te darás cuenta.
Duerme hijo mío, mañana te hablaré del manejo de la espada y las múltiples formas de infligir daños irreparables con ella.

Carmen Rosa Signes Urrea, 2 de diciembre de 2003

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12
Dic

El mayor escapista del mundo

Momo era experto en escapismo. Nadie podía retenerlo. Aunque pocas veces hacía uso de su don. Era dócil y gustaba de la compañía de todos, incluida la de los niños.
Desde la ventana observaba los gatos callejeros, no era amigo de mezclarse con ellos. Posiblemente se creía de otra clase. Disfrutaba las mieles del descanso.
Después de que Momo satisficiera su apetito mañanero, acostumbro a salir a la calle y ofrecerle a los mininos un extra que agradecen con manifestaciones coreadas delante de mi puerta.
Si habéis tenido algún gato, sabréis que no hay dos iguales. Los hay: escapistas como él, la celeridad era la clave de su éxito; equilibristas, capaces de andar por las cornisas más estrechas y saltar ramas sin titubear; también encontraréis al gato malabarista que convierte cualquier objeto inanimado en el más divertido juguete; el típico mirón, ladronzuelo, siempre a la que salta y sin perder la memoria de los lugares en dónde le dan algo que llevarse al buche; gatas capaces de saltar a los ojos del perro más fiero para defender sus crías y espabiladas que hacen de nodriza, conocí una que incluso robaba los gatitos de sus compañeras de callejón. Digno de ver es la coreográfica danza tipo minué que el gato más desgarbado de la calle itera a su partenaire hasta conseguir que ella le entregue el sustento. Momo nunca perdió detalle de todo aquello.
En esta jungla callejera, tan entrañable, Momo se sentía el rey. Si bien no era amigo del contacto físico, cuando alguien osaba entrar en casa la defendía con uñas y dientes. Por que Momo era, ante todo, un gato casero. Su situación, siempre encerrado en casa, como en una celda, lo hubiera considerado cualquier otro congénere como un castigo. Si él se hubiera sentido atrapado, seguro que habría hecho uso de su habilidad.
Momo era como un cargador para mi estado de ánimo. Sabía cuando tenía que acercarse, cuando alejarse, si necesitaba algo o si era yo la que quería algo de él.
Puede que Momo no fuera el mejor gato del mundo, pero siempre me sorprendía.
El pasado viernes realizó el mayor número de escapismo de su vida. Fue la última vez que me sorprendió. Y siempre lo echaré de menos.

Carmen Rosa Signes 6 de agosto de 2006

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2
Dic

El encargo

Severiano había nacido para pintor. Obediente y respetuoso complació a unos padres empeñados en su licenciatura en leyes. Heredó antes de cumplir los 30 años de edad, antes incluso de contraer matrimonio con Justina.
-Un mundo plagado de belleza surge de tus manos.
Apenas si se conocían cuando Justina pronunció estas palabras al ver por vez primera sus pinturas.

Sabedor de que ese no debía ser su destino no cejó su empeño por conseguirlo. Sacrificando horas de estudio asistió a clases de pintura y pudo ser testigo de la eclosión y participar en el desarrollo de las “vanitas”*, hecho destacado que llenó su vida de extravagantes obsesiones.
Siguiendo las doctrinas dictadas, pronto sus cuadros comenzaron a ser conocidos. Los encargos aumentaron por lo que tuvo que abandonar el ejercicio legal para dedicarse en exclusiva a la pintura.
Su mujer se negaba a entrar en el estudio. Claramente le conminó para que se deshiciera de todas aquellas aberraciones o le abandonaría. No soportaba la idea de compartir el lecho en aquellas condiciones. Calaveras y huesos esparcidos por doquier, se apilaban junto con animales disecados y naturalezas muertas de todo tipo. Un olor acre lo inundaba todo y ni el fuerte aroma del óleo podía disimularlo.
Pero el no se rendía, quería demostrarle lo positivos que eran sus esfuerzos. Cada nuevo encargo se convertía en un reto para que su obra trascendiera.
Don Luis Alfonso Galán de Reyes era un caballero temeroso de Dios más conocido por sus excesos que por sus virtudes, llegado el último tramo de su vida y decidido a expiar sus culpas, pensó en una representación singular para que en su mausoleo tuviera la imagen de persona piadosa que andaba buscando.
Severiano se empleo a fondo y en poco tiempo tuvo acabado el encargo.
Orgulloso del realismo conseguido, le pidió a Justina como último favor que pasara a verlo y ésta, haciendo acopio de la admiración que por él aún sentía, accedió.
Tal fue el horror registrado en aquél cuadro que no dudó en exclamar:
-¡La muerte se ha apoderado de tus manos!
Fue la última vez que compartió el mismo cuarto con él.
Un inhóspito e incandescente ambiente fatuo lo enmarcaba todo. Las grandes puertas, protegidas por un inconmensurable cancerbero de horribles proporciones, se abrían ante un desmembrado esqueleto que guiaba a un caballero con los ojos vendados al interior del Averno.

Carmen Rosa Signes Urrea, 25 de octubre de 2005

*Vanitas: Concluido el Renacimiento, la cultura y el arte pictórico Europeo, sobre todo en España, Francia, Países Bajos e Italia se vieron invadidos por una obsesión desmedida hacia la muerte y los miedos por el juicio final, que desencadenó en la creación de las vanitas, bodegones de elementos alusivos a la vanidad de las cosas del mundo, que venían a indicar lo transitorias e insignificantes que todas ellas son ante la llegada de la muerte.

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27
Nov

La mirada

Su cabello se alborotaba por el rápido caminar. Ese rojo hiriente, impreciso y alegre, que lo iluminaba, desprendía reflejos hipnóticos que, en ocasiones, semejaban el fuego que consumía mi corazón, para menguar, otras, al candor de las hojas caídas de los árboles en otoño. Aún repito una vez y otra… ¿Por qué miras para atrás a cada paso? Sigue flotando en mi interior esa pregunta.
Caminabas con inquietud, como si temieras por algo. Si hubiera sabido lo que te abrumaba, tal vez, todo hubiera sido distinto. Mantenías esa tensa y fugaz mirada al pasado de tu recorrido, escrutando cada rincón medio oculto, moviéndote tan ligera que apenas si reparabas en lo que te rodeaba.

¡La suerte me acompañó aquel día! El azar quiso que te pararas justo enfrente de mi. La tardanza en descargar el carbón, para las calderas, quiso que, durante al menos dos minutos, te quedaras inmóvil, momento que aproveché para perderme en tu rostro. Te diste cuenta de que no dejaba de mirarte, mientras limpiaba, guata en mano, los coches de caballos estacionados en la calle. Por un segundo cruzamos nuestras miradas. Mi rostro mohíno, se transformó. Y me sonreíste.

¡Qué rápido sucedió todo! Algo se interpuso en el espacio que compartimos por un instante. Otro rostro; otro reflejo; otra expresión; algunos gritos, tacos malsonantes y amenazas; un zarandeo violento, de imprevisibles consecuencias… y tú, implorando clemencia. La mano homicida se introdujo en la carne, rompiendo la vida. Escudriñé el rostro de aquel hombre. Le empujé, pero el daño ya estaba hecho. Creí ver, en sus ojos, antes de caer a sus pies, la visión perdida que provoca la sangre recorriendo desde el prepucio hasta la nuca, la fijeza del orgasmo; la de la entrega cuando se consiguen conquistar los sentidos. Creí ver en mis manos, impregnadas en rojo, el color de tus cabellos. ¡Sonreí! Mi propia sangre me confundió.

Pero tu mirada no me la inventé. Aún la siento. Mientras te alejabas, de la mano de mi asesino, tus lágrimas me llenaron de amor.

Carmen Rosa Signes Urrea, 12 de mayo de 2006

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22
Nov

Los siete velos

Cuando el primero es liberado, las miradas aviesas se pierden en los dobleces oscilantes esperando, quizá, contemplar el cimbreado vaivén de marfileño tono. Hay quienes abandonan la sala con un atisbo de asco o desprecio. No fueron capaces de descifrar el trabalenguas garabateado de formas sinuosas, casi las mismas que dibuja con su cuerpo y que le dan nombre. Aquellos movimientos precisos de grato efecto, que asombran a las mujeres, son correspondidos con la cadenciosa admiración y los suspiros de los redivivos y embelesados asistentes. Se pierde otro velo por el suelo. Muchas envidian la facilidad con la que la exótica pantomima despierta el deseo. Y ae lamentan de la distancia que las separa de la belleza y de la juventud malograda.
La envolvente convulsión de las caderas acompaña el recorrido de la siguiente y sutil prenda. En los ojos casi desorbitados de un anciano comienza a surgir una lágrima. ¡Ya no se excita! El fin de sus proezas amorosas ha llegado. Abatido, se resigna en la contemplación y el recuerdo.
Los brazos tatuados en henna serpentean estratégicamente acariciando el aire, mientras se desprenden del cuarto velo. La danza transcurre en el espacio inamovible del pensamiento de los espectadores y cada cual la sitúa y percibe de forma distinta.
Como el vuelo primerizo de un cuco, otro velo se desliza en el aire. El cuerpo bullente despierta pasiones extrañas. No hay espacio que no le pertenezca. Sus movimientos casi imposibles mantienen a los asistentes en tensa espera. El ritmo se acelera, tintineante agitación que los mantiene unidos. La música da color a la lujuria.
No hay lugar para el descanso. Este velo no cae, ¡ella lo arranca! Lo arroja sobre el rostro desconcertado de un joven, casi un niño que atrapado por su danza, cede en el objeto regalado, aspirando las esencias y el aroma de especias y de hembra.
Sus piernas se deslizan sobre el suelo alfombrado en visones plateados acompañando el ritmo acelerado de unos sones que al fin anuncia el clímax del acto. Y el último velo se pierde en el camino. Desvalidos y enredados en la sensual entrega de su cuerpo repleto de erotismo, todos enmudecen con el transitar de la danza de los siete velos que parece no terminar nunca.
CRSignes 27 de enero de 2006
Ilustración: The dance of the almeh de Jean-Léon Gérôme (Vesoul, 11 de mayo de 1824-París, 10 de enero de 1904)

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18
Nov

El plectro

El sonido de tu salterio llega hasta mí como el aroma de los almendros, ya en flor.
-¡Ariadna! No pares nunca de tocar. Tus artes deben forman parte de una estrategia para atrapar las almas de nosotros, ¡pobres mortales! Que caemos rendidos al embrujo de tus sones.
Voy a contarte una historia. Cuando las edades no importaban, en una isla dedicada al amor y el arte, más allá del mar, una mujer, Safo, lloraba al ver cómo a su amante le sangraban los dedos por obsequiarle con el placer de la música. -Mira tus dedos amor mío –le dijo. ¡Traidor egoísmo! No deseo dejar de escuchar tu cítara mientras, rendida a tus pies, te contemplo. Pero la sangre que, en un descuido tuyo, hasta mi llega abrasa mis sentidos. Safo agotó la noche ideando la forma de evitar su sufrimiento. Hasta que, con sus propias manos, le dio forma al remedio. -Traigo esta ofrenda al altar de poética ensoñación. A este jardín en donde nunca se debió derramar ni una gota de tu sangre. La concha nacarada de un molusco, nos ha cedido su belleza para poder conservar la tuya intacta. A tus manos retornará la perfección y la armonía. El agua del mar que te sanaba, nos ha obsequiado el remedio. ¡Tómalo! Y regala a los dioses una dulce melodía mientras, desde tus pies, sigo adorando la magnificencia que nos rodea y a la que perteneces.
Dedicaré mi existencia a adorarte, Ariadna.
Proeza entregada de la que solamente tú serás testigo. No le haré ascos a nada. Desde que te conocí no he hallado lo que pueda causarme rechazo. Tu música ha conseguido abrir en mí los sentidos.
Intentaré como Safo obsequiarte. Voy a confeccionar una funda de visón para proteger tu instrumento de los rigores del invierno. Así, sus notas saldrán igual de cálidas todo el año.
Tatuaré sobre mi piel la melodía que suena para impregnarme del encantamiento. Y este trabalenguas que soy incapaz de interpretar yo mismo, vivirá y morirá conmigo.
Ni el canto de los cucos, ni el de los ruiseñores podrán igualarlo.
Cuando con la mirada aviesa*, perdida por el poder de tu música, sueño con permanecer eternamente a tu lado, imagino que el plectro hará sonar las notas de mi piel con tus caricias.
Redivivo en ti cada vez con más fuerza. Y te entrego mi vida al igual que tú me entregas la música.

Carmen Rosa Signes, 25 de enero de 2006

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12
Nov

El poeta maldito

A Charles-Pierre Baudelaire (9 de abril de 1821-31 de agosto de 1867), al cumplirse 185 años de su nacimiento.

Traspasar los umbrales del tiempo. Permanecer, concatenar las atenciones y el recuerdo de los amados, tanto en vida como después de la muerte.

*A la montaña he subido, satisfecho el corazón.
En su amplitud, desde allí, puede verse la ciudad:
un purgatorio, un infierno, burdel, hospital, prisión…

Este aniversario quiero que sea distinto.

*… Florece como una flor allí toda enormidad.
Tú ya sabes, ¡oh Satán, patrón de mi alma afligida,
que yo no subí a verter lágrimas de vanidad…

Mucho tiempo hace que nos dejó, pero su huella acompaña mis pasos de lectora enamorada. Marca un camino siempre renovado, en el que cada rincón huele a nuevo, a viejo. Ora con un sol que quema hasta la piel mulata de su amante, ora con el frío paralizante de su cuerpo inerte por las tortas del opio, del hachís o del alcohol que alimenta su alma y desgasta su cuerpo.

*…Como el viejo libertino busca a la vieja querida,
busqué a la enorme ramera que me embriaga como un vino,
que con su encanto infernal rejuvenece mi vida…

Acaparar, una y mil veces, las mieles del triunfo, de la polémica, del placer y del odio hasta desfallecer. Sucumbir a los excesos.
No es difícil imaginar la burlona expresión de su rostro al ver descuartizados sus poemas. Las flores del mal sucumben al espanto de unos pocos, pero renacen una y mil veces ante el puritanismo y es, precisamente, esa demostración de intolerancia la que los eleva.

*…Ya entre las sábanas duermas de tu lecho matutino,
de pesadez, de catarro, de sombra, o ya te engalanes
con los velos de la tarde recamados de oro fino,…

La expresión del poeta maldito que se rinde rápido a la muerte. La afasia enmudece su boca, la sífilis atenaza sus músculos, cierra las puertas de sus recuerdos, altera su razón. Le enloquece.
Las brumosas visiones de su mente enajenada ya no atesoran la experiencia, la rebeldía y la pasión. Nos transportan hasta los umbrales de la tristeza con la que sucumbe.
Me pierdo en las dimensiones de su alma atormentada.
Experimentando en su lectura, busco las respuestas a mis propias obsesiones, y descubro al hombre inconforme y desencantado, que se sincera consigo mismo.

*…te amo, capital infame. Vosotras, ¡oh cortesanas!,
y vosotros, ¡oh bandidos!, brindáis a veces placeres
que nunca comprende el necio vulgo de gentes profanas.

Carmen Rosa Signes 9 de Marzo de 2006

* Epílogo del Spleen de París-1857

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7
Nov

El libro de Monelle

“Y Monelle dijo: te hablaré de la vida
y de la muerte…
… No digas: vivo ahora, moriré mañana.
No partas la realidad entre vida y muerte.
Di: ahora vivo y muero…”

“El libro de Monelle” de Marcel Schwob.


La única luz proviene de mi mente.
La noche impide que entren los reflejos por los cristales, demasiado sucios para dejarse atravesar por destellos mejores que los que me proporcionan la absenta y el láudano.
Me niego a que la claridad invada mi morada. A oscuras todo es más sencillo. Por eso reservo la lucidez para las noches.
James me ha dicho que si sigo así caeré enfermo, que la vida no puede terminar de este modo…
Ayer maté una luciérnaga, vino para recordarme tu ausencia. Profanar con su vuelo destellante el lecho vacío.
Mientras la sostenía en mi mano, sentía mi corazón latir al ritmo de esas trémulas alas que se agotaban intentando remontar su vuelo truncado. Anhele que mi vida se detuviera con ellas. Sobre una hoja vacía dejé caer su cuerpo aún vacilante, deseando que, en el blanco impoluto de mi desconsuelo en el que el abandono me ha desprovisto de todo, al menos sirviera para tomar conciencia de lo soy, de lo que me espera y de lo que queda de mí.
Te debo mucho Louise, incluso ahora que no encuentro la forma de continuar sin ti.
Mi determinación de no apartarte de mi lado me anima a seguir adorándote.
La conducta bohemia y díscola que me arrastró hasta ti, quedará atrás. De igual forma que te dediqué mi vida, te dedicaré mi muerte.
Hoy intentaré escribir.
Dice James que me debo a los lectores, pero apenas aguanto mi alma repleta de nostalgia.
Las calles frías del Paris más oscuro se iluminan con la blancura de las primeras nieves del invierno.
Me hubiera gustado llevarte como presente de Navidad mi corazón envuelto con el oscuro velo del desconsuelo, para que pudieras revivirlo. Pero no pude. Necesito concluir este libro.
Voy a demostrarle a todos que no es más letal tu ausencia que tu compañía, que aún con la muerte siempre presente, me enseñaste a sentir desde tu interior. Que el libro de Monelle, mi Monelle, mi Louise querida, será una prolongación de tu vida, de tus palabras, pensamientos, deseos,… de ti.

Carmen Rosa Signes 11 de diciembre de 2005

Également en français, ici. (pag.21)

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